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Edición 42

La Cabra Ediciones: Antología de la poesía ecuatoriana. De César Dávila Andrade a nuestros días



Una selección de una antología —que ya es a su vez una selección— no puede dejar de ser una tarea caprichosa y, en realidad, un poco absurda. Ya Xavier Oquendo Troncoso, en el prólogo a esta excelente antología publicada en el 2011, anuncia las dificultades a las que se puede enfrentar el antólogo, empezando por el “amiguismo” y terminando por el miedo a la hegemonía literaria que no le permite al compilador hacer propuestas divergentes que enriquezcan el panorama poético de un país. Y en realidad esta antología no solo evade las dificultades sino que ofrece una mirada crítica, en el sentido de que agrupa a los poetas no desde una perspectiva cronológica —como habitualmente sucede—, sino desde la construcción de unos ejes temáticos alrededor de los cuales estos autores trabajan (aceptando, por supuesto, que los poetas son más complejos y no se ciñen exclusivamente a un “tema”). Desde Otro páramo sabemos que volver a picar lo que ya ha sido reunido con rigor genera un panorama parcial, pero ante la imposibilidad de transcribir el libro entero en nuestra revista por obvias razones, presentamos a continuación una selección realizada por nuestro comité editorial que abarca, en el mismo orden del libro, cuatro de los ejes temáticos propuestos por Oquendo: “Los referentes”, “Filosofía y concepto”, “Erotismo e intimidad” y “Humanismo y sociedad”. Consideramos que es fundamental continuar un diálogo con la rica y compleja poesía ecuatoriana y, ante esta urgencia, los invitamos a disfrutar esta muestra parcial y esperamos que los motive a entrar de lleno en la poesía de este país. Leer “Antología de la poesía ecuatoriana. De César Dávila Andrade a nuestros días” es una muy buena manera de empezar.

 

 

 

 

De la sección “Los referentes”

 

 

César Dávila Andrade (Cuenca, 1918 | Caracas, 1967)

 

Poeta, ensayista y narrador. Formó parte del grupo literario Madrugada. Sus principales libros de poesía: Oda al arquitecto (1946), Espacio me has vencido (1947), Catedral salvaje (Venezuela, 1951), Boletín y elegía de las mitas (1956), Arco de instantes (1959), En un lugar no identificado (Mérida, 1963), Conexiones de tierra (Venezuela, 1964), La corteza embrujada (Venezuela, 1966), Materia real (Venezuela, 1970), Poemas de amor (Venezuela, 1972). Publicó también cuento y ensayo.

 

 

Canción a Teresita

 

(Apasionadamente)

 

Pálida Teresita del Infante Jesús,

quién pudiera encontrarte en el trunco paisaje de las estalactitas,

o en esa nube que baja, de tarde, a los dinteles,

entre manzanas blancas, en una esfera azul.

Caperucita parda,

quién pudiera mirarte las palmas de las manos,

la raíz de la voz.

Y hallar sobre tus sienes mínimos crucifijos,

bajando en la corriente de alguna vena azul.

                          Colegiala descalza,

                          aceite del silencio,

                          violeta de la luz.

 

Cómo siento en la noche tu frente de muchacha,

encristalada en luna bajar hasta mi sien.

Cómo escucho el silencio de tu paseo en niebla,

bajando la escalera de notas del laúd.

 

Cuando amanece enero, con su frío de nácar,

sé que tu pecho quema su materia estelar;

y que la doble nube de tus desnudos hombros

se ampara en la esquina delgada de la cruz.

Cómo escucho en la noche de caídos termómetros,

volar, rotas las alas, el ave de tu tos;

y llorar en las islas de una desierta estrella

a jóvenes arcángeles enfermos como tú.

 

Teresita:

esa hierba menuda que viene de puntillas

desde el cielo a las torres;

ese borde de guzla que nace en los tejados;

esa noción de beso que comienza en los párpados;

la trémula angostura del abrazo en los senos:

todo lo que aún no irisa la sal de los sentidos

y es sólo aurora de agua y antecede a la gota,

y tiene únicamente matriz en lo invisible;

lo mínimo del límite, lo que aún no hace línea,

eres tú, Teresita, castidad del espectro.

La comunión primera de la carne y el cielo.

Cuando el olivo orea su balanza de nidos,

cuando el agua humedece la niñez del oxígeno,

cuando la tiza entreabre en las manos del joven

la blancura de un lirio que expiró en la botánica,

allí estás tú, Teresita, víspera del rocío,

en la hornacina pura de un nevado corpiño,

con tu fantasma tenue, concebido en la línea

ligera y sensitiva en que nacen las sílfides.

                          Suave, sombra, celeste,

                          soledad silenciosa.

 

¿Quién te entreabrió ese hoyo de dalia en la sonrisa?

¿Quién te vistió de clara canela carmelita

como a una mariposa?

¿Quién colocó en tus plantas

los descalzos patines de celuloide y ámbar?

¿Quién te ungió las manos de divina tardanza

para que no pudieras

jamás herir las cosas?

                          Tenue, tímida, tibia,

                          traslúcida, turgente.

 

Por tu amor, la madera se vuelve una sortija

y la niebla, sonata al pasar por los álamos.

Por tu amor, en el éter se conservan los trinos,

las plegarias se tornan cascabeles azules

y la espiga, una trenza del color de los cálices.

                          Delgada, dulce, débil,

                          divina, delicada.

 

Tu doncellez intacta crea nardos ilesos

sobre ese fino valle del aire en los cristales,

cuando sólo es un trémulo sonido que no alcanza

a embozar en el tímpano el espectro del canto.

Novia que viajas sola

en un velero de hostias.

Enamorada pura en la edad de la garza.

                          Niña, nupcial, nerviosa,

                          nívea, naciente, núbil.

 

Cómo veo tus manos pasar por los bordados

y abrir una acuarela de anclas y corazones;

tus ojos que conocen esos duendes de cera

que andan con las abejas al pie de los altares.

Cómo siento tus trenzas ocultas en una gruta,

donde se agrupa el oro bajo un toldo de lino.

                          Ideal, ilusa, íntima,

                          irreal, iluminada.

 

¿Quién podrá olvidar tu nombre, Teresita?

¿Tu nombre que comienza en una noche de estrellas

y ha cambiado el sentido de la lluvia y las rosas?

Lo pronuncian los niños al llamar a las aves,

o al decir que las cosas les nacen en los ojos.

Las bellas colegialas que recogen en coro

una llovizna azul en el hoyo de las faldas.

Las novicias que cantan entre muros de nieve

y crucifijos pálidos.

Los monjes que hicieron de su sangre una nube

para guardar los campos con escuadrillas de ángeles.

 

Por tu finura de ángel con alas de violeta

y tu ternura inmensa que, a veces, se hace pena,

un Amor Infinito escribió en el cielo

la inicial de tu nombre con un grupo de estrellas.

 

 

 

 

Tarea poética

 

Dura como la vida la tarea poética,

y la vida desesperadamente

inclinada, para poder oír

en el gran cántaro vegetativo

una partícula de mármol, por lo menos,

cantando solo como si brillara

y pinchándose en el cielo más oscuro.

 

Atravesábamos calles repletas de sal

hasta los aleros, y la barba

se nos caía como si sólo hubiera estado

escrita a lápiz.

Pero la Poesía, como una bellota aún cálida,

respiraba dentro de la caja de un arpa.

 

Sin embargo, en ciertos días de miseria,

un arco de violín era capaz de matar una cabra

sobre el reborde mismo de un planeta o una torre.

Todo era cruel,

y la Poesía, el dolor más antiguo,

el que buscaba dioses en las piedras.

Otro fue

aquel terrible sol vasomotor

por entre las costillas de San Sebastián.

Nadie podrá mirarte como entonces

sin recibir

un flechazo en los ojos.

 

 

 

 

Jorge Enrique Adoum (Ambato, 1926 | Quito, 2009)

 

Poeta, ensayista y narrador. Entre sus principales poemarios se encuentran Ecuador amargo (1949), Notas del hijo pródigo (1951, 1959), Los cuadernos de la tierra [I. Los orígenes; II. El enemigo y la mañana (Premio Nacional de Poesía, 1952), III. Dios trajo la sombra (Premio Casa de las Américas, La Habana, 1960), IV. El dorado y Las ocupaciones nocturnas (1961)], Yo me fui con tu nombre por la tierra (1964), Informe personal sobre la situación (Madrid, 1973), No son todos los que están (antología personal, Barcelona, 1979), El amor desenterrado y otros poemas (1993), …Ni están todos los que son (antología personal, 1999), Claudicación intermitente (antología personal, México, 2008). Publicó también teatro y novela. Mereció el Premio Xavier Villaurrutia (México, 1976) por la novela Entre Marx y una mujer desnuda. En 1989 el gobierno ecuatoriano le otorgó el Premio Nacional de Cultura Eugenio Espejo en reconocimiento a la totalidad de su obra.

 

 

En el principio era el verbo

 

te número te teléfono aburrido

te direcciono (callo caso y escalero)

y habitacionada ya te lámparo te suelo

te vaso te enfósforo te libro

te disco te destoco te desvisto desoído

te camo te almohado enciendo descobijo

te pelo te cadero me cinturas

nos trasvasamos labio a labio

me embotello en tu adentro

nos rehacemos te desformo me conformo

miltuplicada tú yo mildividido

 

 

 

 

De la sección “Filosofía y concepto”

 

 

Fernando Cazón Vera (Quito, 1935)

 

Periodista y editor de periódicos y revistas, profesor universitario durante quince años. En la actualidad es columnista de los diarios Expreso y Extra, de Guayaquil. Ha publicado los poemarios Las canciones salvadas (1957), El enviado (1958), La guitarra rota (1967), La misa (1967), El extraño (1968), Poemas comprometidos (1972), El libro de las paradojas (1976), El hijo pródigo (1977), Las canciones salvadas (antología, 1980), La pájara pinta (1984), Rompecabezas (1986), Este pequeño mundo (1996), Cuando el río suena (1996), A fuego lento (1998), Relevo de prueba (2005) y La sombra degollada (2006), entre otros. El Municipio de Guayaquil lo condecoró en dos ocasiones con la presea de oro Al Mérito Literario. Recibió la Lira Poética de la Asociación de Periodistas Guayaquil. La Casa de la Cultura Ecuatoriana publicó una extensa antología de su obra poética (1958-2000) en la colección Poesía Junta. Fue dos veces presidente del Núcleo del Guayas de la Casa de la Cultura.

 

 

Manicomio

 

Los locos se graduaron

de Napoleón el uno

la más bella de Ofelia

y el orate mayor

llegó a ser general

después de derrotar

a sus molinos

 

el más humilde se graduó de perro.

 

Otro llegó a ser nube

para poder besar a la jirafa.

 

Pero, cosa rara,

habiéndolo podido

 

nadie quiso ser Dios.

 

 

 

 

La poesía

 

No importa lo que la piedra

como piedra pueda darnos.

 

Importa lo que la piedra

pueda darnos como cielo.

 

 

 

 

Rubén Astudillo y Astudillo  (El Valle, Azuay, 1938-2003)

 

Poeta, periodista y diplomático. Inició su carrera literaria con la fundación del grupo literario Amanecer y la publicación de la revista del mismo nombre, en Cuenca. En publica sus primeros poemarios: Del crepúsculo y Trébol sonámbulo; en 1960, Desterrados. Posteriormente funda la revista literaria Syrma. En 1966 publica su poemario más conocido, Canción de lobos, con el que inicia en Ecuador lo que él llama poesía testimonialista. Ha publicado, además, Las elegías de la carne (1971), La larga noche de los lobos (1972), Del aire, el fuego y los recuerdos (1976), Celebración de los instantes (China, 1987; Venezuela, 1989), El crepúsculo de los lobos (1993) y Dos poemas dejados por la guerra (2002, conjuntamente con Walter Franco Serrano).

 

 

La luna de Xian: memorias y presagios

 

Para María C. Súa

 

La misma luna que esta noche

cruza, con su mata

de estrellas, por encima

de los pinares de Xian,

mañana alumbrará los eucaliptos y las

capulicedas

de mi pueblo.

Su misma luz removerá las mismas

sombras y removiéndolas

renovará el viejo

pacto del cielo con la tierra, para que

“todo

aquí, abajo, ocurra como allá” en la

girante

cúpula de lo alto, donde las

fuerzas

primordiales

del universo cuidan para que “todo

resuene en

todo” y el resplandor de la armonía

universal siga su río de

infinito

número de veces circulares.

La luna de Xian y su mata de estrellas riegan

en esta

noche la milenaria sangre del universo en este

lado de la tierra. Mañana desgarrarán sus venas de

paz astral sobre las altas cumbres

de los Andes. Mi corazón que es parte del mundo de

esas cumbres, se abre como una flor

innominada y les saluda.

 

 

 

 

Nelly Córdova Aguirre (San Gabriel, 1942)

 

Escritora, crítica, académica, educadora. Doctorado Honoris Causa por la Universidad Nacional de San Martín (Tarapotó, Perú); Laurel Trilce de Oro por Capulí, Vallejo y su Tierra (Santiago de Chuco-Lima); miembro emérito del Parlamento Mundial para la Seguridad y la Paz; presidenta de la Sociedad Ecuatoriana de Escritores (2001-2003). Ha representado a Ecuador en congresos, festivales y encuentros internacionales de literatura, cultura y poesía en casi toda Latinoamérica. Poemas suyos integran diversas antologías de Hispanoamérica, Ecuador y Europa. Ha sido traducida al alemán, inglés, portugués y kichwa. Ha publicado Cinco regresos y un siempre (1980), Estatuas fugitivas (1988), Origen (en español y kichwa, 1993 y 1995), Abismos en los ojos de Eva (1998), Penúltimo laberinto (2007), Lengua profana (2008) y La encarnada (2009).

 

 

2

 

porque es día de feria

 

que te venda

que te venda mi fibra mis afanes mi cardo mi camisa estera y

manta

mi arado mi aire y agua  mi guacho y mis raíces

que ahora sea yo quien ponga precio

porque es día de feria

 

que mida por pulgadas mis fatigas

por onzas que te pese mis mañanas   que en pondos para vos

madure lunas

 

que quién soy   cómo soy

cómo y qué   para qué

 

que cuánto valgo yo en pocas palabras

 

si te vendo mis cargas mis costillas a qué espaldas iría

este cansancio

 

a qué otra cicatriz iría mi insomnio

a qué ojo mi barranco

a qué fiesta mi tiesto mis bostezos mi taja de zapallo

 

yema yo   yuca yo   yuyo yo

ajo ají   ya te vi   no te dí   sí te dí

 

¡que está mi pueblo en feria…!

 

que ahora sea yo quien ponga precio

                                                             a mi costal de cosas

                                                             no mezcladas

 

 

 

 

Julio Pazos Barrera (Baños de Agua Santa, 1944)

 

Miembro correspondiente de la Academia Ecuatoriana de la Lengua. Entre sus poemarios se encuentran Plegaria azul (1963), Ocupaciones del buscador (1977), Entre las sombras las iluminaciones (1980), La ciudad de las visiones (1989, Premio Nacional de Literatura Aurelio Espinosa Pólit), Levantamiento del país con textos libres (1982, Premio Casa de las Américas de Cuba), Oficios (1984), Mujeres (1986, Premio Jorge Carrera Andrade) y Constancias (1993); es autor también de algunos libros de ensayos sobre temas literarios, de cultura general y de gastronomía. Entre otros, ha recibido los siguientes premios: Fundación Conrado Blanco (Madrid, 1973), Nacional de Literatura Espinosa Pólit de las Letras y la Cultura (1979), así como el Premio Nacional Eugenio Espejo (2010).

 

 

Esta piedra de moler ají

 

Se sigue el estrecho corredor. Se cae al patio

y allí está la piedra.

                           Tan silenciosa, que los parientes

han pasado sin mirarla,

pero a las diez de la mañana suena.

Nadie la usa en estos días

por eso está magnífica

al pie de los astros, del aguacero, del sol,

esperando su juicio. A las diez de la mañana suena.

Otra cosa fue cuando el huerto la temía

y cuando los comensales la celebraban

                                                   sin verla.

Pero si la casa se colmara de arreboles

y sombras,

o si el tiempo sondeara su presente

y verdaderamente rescatara las cosas de la nada,

entonces ella

resplandecería en el horizonte del patio

con luces carmesíes

como de la propia sangre de los hombres.

 

 

 

 

Simón Zavala Guzmán (Guayaquil, 1943)

 

Poeta, jurista y ensayista. Su bibliografía comprende diecisiete poemarios individuales, entre los que destacan Biografía circular (1976), Cantos de fuego (1983), Manifiesto del hombre (1984), Reconstrucción de la verdad (1992), Fisonomías (1993), Lascivos (1991), Memorial (1996) y Grafías (Montevideo, 2007). Consta en diversas antologías de Ecuador, Europa y América Latina. Ha obtenido el Premio Nacional de Poetas Noveles (1965) y el Premio Latinoamericano de Poesía GIVRE (Argentina, 1982). Sus libros han sido publicado en Ecuador, Uruguay, Perú, Argentina y Estados Unidos. Textos suyos han sido traducidos al inglés, francés, alemán, portugués, italiano, hebreo y árabe. Algunos de sus poemas han sido musicalizados.

 

 

Vorágine

 

Si estuvieras aquí y me

preguntaras

en qué quicio tengo que

arrimar

la hora de mi sino,

en qué rampa debe anclar

la vela de mi barco,

detrás de qué telón

debo dejar mi drama cotidiano;

te respondería

de raíz

que mi hora está sobre el trayecto y brota bajo el sol

y se derrama

como un intermitente

territorio de ojos;

que mi nave

es una arteria larga

verdadera

donde viaja la savia de la

tierra

como una muchedumbre vegetal

buscando el día luminoso;

que mi drama

es el drama del hombre,

la suerte del maíz, la resistencia

de la ciudad sitiada;

un drama

tras el cual hay un deseo colectivo

de quebrar el planeta

y poner alrededor del mundo

otro escenario.

 

 

 

 

Iván Oñate (Ambato, 1948)

 

Profesor de Semiótica y Literatura Hispanoamericana. Ha sido profesor invitado por diversas instituciones, entre otras, Westminster University y Kings College (Londres), A&M Texas University y George Mason University (Washington), Florida State University, Universidad de Lieja, Universidad de Lille, Universidad de Lovaina, Universidad de Austin y Universidad Nacional Autónoma de México. Además de dos libros de cuento, ha publicado Estadía poética (Argentina, 1968), En casa del ahorcado (1977), El ángel ajeno (1983), Anatomía del vacío (1988), El fulgor de los desollados (1992), La nada sagrada (1998, 2010), La frontera (Colombia, 2006), El país de las tinieblas (México, 2008). Parte de su obra ha sido traducida al alemán, francés, inglés, portugués, griego, polaco e italiano.

 

 

El esplendor en la hierba

 

Y en un instante,

en la maldita rebanada de un siglo

o de un segundo,

ves un lago,

ves un río, ves los árboles.

 

El verde paraíso donde un día fuiste feliz

y presientes los pasos de un dios jubilado,

de un dios indigente.

 

Un dios que va recogiéndolo todo

en un mantel desechable, en una bolsa inmunda

donde caen las cosas, los sueños

consumidos y muertos.

 

Todo,

irremediablemente todo

lo que ha de ser condenado al olvido

y a la podredumbre.

 

Porque el dios del invierno

es un empleado de motel,

una carroñera divinidad que empuja su carrito

por el largo corredor de la soledad

y apaga las luces del deseo

a quienes no merecimos el esplendor

en la hierba.

 

 

 

 

Edgar Allan García (Esmeraldas, 1959)

 

Narrador, poeta, ensayista, terapeuta biomagnético. Ha publicado más de treinta obras en todos los géneros. Ha merecido en tres ocasiones el Premio Darío Guevara Mayorga, en dos la Bienal de Poesía de Cuenca, el premio nacional Ismael Pérez Pazmiño, además de premios internacionales como el Plural de México, el Mantra de Argentina y el Pastorini de Uruguay. Es autor de los poemarios Sobre los ijares de Rocinante (1991), Cannabis (1997) y Crueldad de la memoria (2010).

 

 

Los ijares de Rocinante

 

mi padre tenía manos generosas

muy pocas veces puño o índice acusador

 

en largas vigilias escuché sus palabras

con la impavidez de quien mira llover en macondo

(no había en mí tierra madura

para recibir sus profecías) pero

sin saber cuándo ni de qué forma

encarnó sus sueños en los míos

 

él olvidaba con frecuencia mi edad

solía confundirme con un niño de perinola y cometa

para añorarme a su manera

otras veces me tomaba por un viejo muy querido fantasma

y a él le contaba uno a uno sus silencios

 

mi padre decía que hay borregos y pillos

con mucho miedo y poca vergüenza

o que la vida tendrá que ser otra

o en el futuro o caray o qué cosas hombre

 

cuando pequeño tuvo una fiebre

que hizo estragos en sus ojos

sin embargo a nadie he conocido

que pudiera ver con tanta precisión

y cariño cosas y seres en apariencia pequeños

ahí donde otros pisaban

 

él se hacía a un lado y dejaba

o ayudaba a pasar

esa actitud cotidiana lo convirtió

en sospechoso de buenismo inclaudicable

hecho que motivó el ensañamiento de sus enemigos

 

mi padre escribió un libro de poemas

y en uno de ellos me decía: qué alegría

tan grande sentir cómo se agiganta la espiga

de tu espíritu y se proyecta mi conciencia en la tuya

confundida en la sangre que te dio mi esperanza

 

luego abandonó la poesía

(había labores más urgentes)

pero ella se negó a abandonarlo

aduciendo pretextos desesperados

 

mi padre, un día de cuyo nombre

no quiero acordarme, fue declarado muerto

por médicos que nada saben de estas cosas

y bajó al útero de su tierra

sobre los ijares de rocinante

 

no dijo luz más luz

sino soledad otra vez soledad

porque han de saber que para los buscadores

el vacío es una sanguijuela voraz

adherida a las sienes

 

para muchos él siempre había medido

un metro con setenta más o menos

pero aquel día de acuosa y asfixiante sombra

vimos cómo su corazón rompía el maderamen del ataúd

las paredes de la casa, los invisibles muros de la ciudad

y la certeza de que teníamos aquella

enorme y palpitante herencia

nos hizo dejar de llorar (salvo una que otra

lagrimita) durante todos estos años

 

mi padre entra a veces a mi cuarto

por las ventanas abiertas y se sienta

al escritorio para escribir poemas

que luego digo que son míos

con el tiempo nos hemos acostumbrado

a nuestra soledad inexorable

y en los espejos ya no hay desencuentros

ni miedo ni angustia

sólo el reconocimiento

de la entrañable hermandad que nos agranda.

 

 

 

 

Paco Benavides (San Gabriel, 1964 | Ginebra, 2004)

 

Sociólogo, dibujante y ensayista. Formó parte del taller y del colectivo editorial Matapiojo durante los años ochenta. Publicó, entre otros, Historia natural del fuego (1990), Viento sur (1995), Tierra adentro (1997) y Canto XI de la Odisea (1997).

 

 

Grabado en hueso

 

I

 

Acaba primavera con el día más largo

empieza el verano a medianoche

cuando la luna suelda las imágenes

entre lo tocable                y lo tocado

entre el juego                   y lo jugado

entre la lírica hora           y su cacofonía

 

 

II

 

es el verano

                              la fiebre del cuerpo

recomienza

               en el jardín público

los cuerpos como semillas se tuestan olor de huesos y de cenizas

 

 

III

 

la desnudez es sagrada

               nocturna profanación

 

 

IV

 

no:

               la desnudez es consentir

               un puñado de ficciones

 

 

V

 

¡pero ni siquiera son paganos!

sus cuerpos como sus iglesias

no desnudos, sino vacíos.

 

 

 

 

De la sección “Erotismo e intimidad”

 

 

Francisco Tobar García  (Quito, 1928-1996)

 

Poeta, novelista, dramaturgo, Profesor universitario, periodista y diplomático. Estudió en varios países de Europa. Fue director de la editorial de la Casa de la Cultura. En teatro se ha desempeñado como director, actor y productor. Algunas de sus obras más destacadas son Amargo (1951), Segismundo y Zalatiel (1952), Naufragio (1961), Smara (1964), Canon perpetuo (1969) y Dhanu (1978). Publicó también una novela.

 

 

Las montañas azules

 

Aquí he llegado

a la edad en que el hombre se detiene;

la cumbre entre la niebla es desafío

y debiera rendirme.

¡Cansancio de buscar irrazonablemente tanto

sin saber qué buscamos! Pero he aceptado el tiempo;

los árboles son sombras y las hojas

orecidas resbalan en la estación propicia.

A mi redor hay muerte, pero siento

que en mi espíritu nacen las primeras palabras,

las que nunca dijera porque ansiaba el olvido,

el camino más fácil.

 

Pocas fuerzas me quedan

la víspera del viaje a las montañas

que el azul más oscuro protegiera;

mas si ella está conmigo,

mejor dicho tan dentro, ¿cabe duda?

¡Entrambos hallaremos el sendero

pocas veces hollado pues la pereza nos retiene!

 

Elena dice entonces: “Eres

el poeta desnudo que camina

con la certeza plena de llegar a ser canto;

no cubrirá tu cuerpo losa alguna.

Tú morirás en mí, como has nacido.”

 

Las montañas azules, en la profunda oscuridad, me llaman.

Si me soñaste,

y soñaba yo en ti desde la infancia,

lanzo al viento esta dicha inquebrantable:

porque somos mortales, merecemos el triunfo:

mañana serán nuestras la soledad, la altura.

 

 

 

 

Roy Sigüenza (Portovelo, 1958)

 

Poeta y cronista. Además de libros de crónicas, ha publicado los poemarios Cabeza quemada (1990), Tabla de mareas (1998), Ocúpate de la noche (2000), La hierba del cielo (2002), Cuerpo ciego (2005), Abrazadero y otros lugares (2006), Cuatrocientos cuerpos (2010).

 

 

La misión

 

Abalorios que jugaban con nuestra suerte eran nuestros dioses

(10 dedujimos antes de abandonarlos)

 

Pudrían nuestra comida

 

Quemaban el agua

 

Echaban abajo las palabras

(nuestras lenguas fueron condenadas al polvo)

 

Cada acto lo perseguían. Eran acuciosos.

Nos trataban como a contrabandistas

 

Llegaron a lacerar nuestros cuerpos con pestes desconocidas

 

Acabaron portándose como adolescentes caprichosos cuando decidieron

      quemar la ciudad

 

Mas entre los escasos sobrevivientes levantaremos Sodoma aquí, otra vez.

 

***

 

El mar de Jambelí es el mismo mar que mella los atracaderos en Amsterdam

 

Allí la huella de las embarcaciones con un mismo significado:

la voracidad

 

(un corazón vacío

un par de manos heladas

una palabra imposible de decir)

 

El agua haciendo que la vida corra,

que vacile al filo de la orilla como un desnudo trozo de mangle,

que vaya a la playa como una deidad poseída por el furor del nacimiento:

la semilla de la fruta de sal

 

El agua anunciante de su certeza

 

Mañana será lo mismo: el mar es un fósil despierto.

 

 

 

En el hotel

 

I

 

Una cama es todo lo que hay aquí

Sobre ella innumerables cuerpos se recuerdan

 

 

II

 

“Está prohibido escribir en las paredes”

señalaba un edicto en la pared del cuarto,

“todo lo demás está permitido”

le agregamos él y yo, riéndonos

 

 

III

 

Alguien estuvo antes de mí

en este cuarto

                         solo

y supo

que alguien estuvo antes de él

en este cuarto

                         solo

 

 

 

 

Margarita Laso (Quito, 1963)

 

Editora, poeta y cantante. Actualmente se dedica a la música popular y a la producción artística; es articulista del periódico Hoy, de Quito. Ha publicado cuatro títulos de poesía: Erosonera (1991), Queden en la lengua mis deseos (1994), El trazo de las cobras (1997) y Los lobos desarmados (2004, Premio Jorge Carrera Andrade). Los tres primeros títulos aparecieron compilados en bajo el título de Poesía. Sus textos se encuentran en antologías y traducciones, así como páginas virtuales de poesía. Algunos de sus poemas han sido musicalizados y tiene también letras de canciones. Ha sido invitada a diversos encuentros internacionales de escritores y poetas.

 

 

Orca

 

I

 

Esta orca emerge de las profundidades.

De los líquidos oscuros y sus arcos.

De las bóvedas salinas de mi abismo.

De mis polos donde queman el frío y los naufragios.

Brota maciza. Eléctrica.

Turbina que bate su formidable cuerpo.

Dos colores en toda mi carnaza.

En la pulpa que has querido desosar.

Como quien viene de lejos crece ante tus ojos.

Exhala las piezas de tu asombro.

Esos rastros de sangre en el océano.

Pócimas íntimas.

 

 

II

 

               Esta ballena comió entrañas humanas y ha hecho de ellas carne en mi carne. Mamífera cebada con lóbulos y huesos.

               Este monstruo que no maniobro. Que ocurre a su albedrío. Que es dentro de mí. Que impone su instinto. Esta bestia que te cela y ahora se disputa tus entrañas. Y las mías.

               Es el amor que te ofrecí. Tal vez.

               Frágil como la piel de las dunas.

               Y tan escurridizo.

               Fino como el alma de la aguja o la navaja.

               Y tan irreversible.

 

               De lo mío conocido (atroz o bello o ambos) no pude darte a cambio de ti mismo a ti mismo sino estos otros fragmentos del océano:

              Uno. Un lobito de mar que roba a los pescadores. Bigotes de púas vibrátiles. Luna negra en el mar menguante de plata. Otea el peligro sin temerle al tridente ni a la red ni a la vara. Pirueta de seda entre los luceros oblongos y moribundos de las lanchas.

              Dos. Los círculos que trazan las aletas codiciadas por barcos orientales. Armaduras de toro carnicero en formación de ataque. Cuchillas como cachos que asestan en la superficie la convulsión de las presas. Griterío de mamíferos marinos indefensos. Ojos blancos en el desigual ballet de la batalla. Dientes de obsidiana mortífera.

              Tres. La dentellada de las rocas a tus pies. Esos picos habitados por moluscos cangrejos látigos salobres tenazas como broches de collares. Perlas prietas. Valvas impares como yo. Caracolas demudadas igual que yo.

 

 

III

 

Y este amor qué ha sido.

¿Acaso la orca no devora a los lobos desarmados?

¿Acaso la orca y su cadalso no han quedado abandonados en la playa?

¿No mi propia voz acaso me estrangula entre sus púas?

¿Entre sus cerdas y cabestros de sal?

Y

Qué dejó sino este destierro.

Sino estas vértebras que ciernen arena.

Qué dejó sino estas espinas de pescado.

Donde estuvo el delta entrañado del vientre.

La espesura manada de la noche.

Humea la destrucción. Tinieblas y olvido detonaron.

Arpones en el lomo de las dunas.

 

 

 

 

De la sección “Humanismo y sociedad”

 

 

Alfonso Barrera Valverde (Ambato, 1929)

 

Poeta y narrador. Doctor en Jurisprudencia y Ciencias Sociales. Estudió en Japón, Filipinas y Estados Unidos. Diplomático y embajador. Fue canciller de la República. Entre sus principales obras poéticas se encuentran Floración del silencio (1951), Latitud unánime (1953, junto con Eduardo Villacís Meythaler), Poemas (1956), Testimonio (1956), Del solar y del tránsito (1958), Poesía (1969) y Tiempo secreto (1977). Ha publicado también ensayo y novela.

 

 

Carta al amigo médico

                                                            Para Eduardo Villacís Meythaler

 

Eduardo, yo querría

darte noticias viejas, se me escapan.

Mi hijo, con un vagón fuera de rieles,

tirado por un hilo, me pregunta

para quién escribimos, yo le digo

que más lo sabes tú puesto que sabe

mejor que yo tu corazón sin tregua.

¿Quién es él? averigua, le contesto

“se llama como tú”; cuando lo sabe

pone su poca soledad al norte

y alza la mano como quien saluda

sin esperar que nadie le responda.

Le cuento que eres médico, me pide

ver algún hospital. Cómo decirle

que el hospital es una marcha lenta

del tiempo, que está grave de domingos,

que, entre muchas heridas, son las suyas

las incurables y que en cada lunes

hay dolencias que vuelven, hay dolencias.

 

Un día, amigo, cuando todos pasen

—y nosotros también— y nuestros hijos

miren de qué dolor se van haciendo

las más hermosas de las alegrías,

he de querer que tú puedas contarles

a los míos tu paz y que les busques,

les expliques tu rostro, será bueno

que llegues por mi casa como llegas

a ver a tus enfermos y les digas:

qué bien está la vida, cómo huele

la madrugada a pan y cómo cabe

la vida de los padres en el cuenco

pequeño de las manos de los hijos.

Es mucho lo que pido, pero tienes

la costumbre de ser más que los otros.

Si lo pido de ti, pido de todos

los tuyos: esa madre que traía

del trigal sus vocales y una tarde

se te murió sin causa conocida,

sólo por completar la breve nómina

de misterios que vuelven al misterio.

Eduardo, te pregunto:

¿sigue el mar en el golpe de tus versos?

¿tiene el portal de tu ciudad un río

de gente entre la cuesta y el saludo?

¿Crecieron tus hermanas, no mentía

quien me contó que ya tuvieron hijos?

Perdona, te retuve, debes irte,

decir a tus enfermos buenos días

y a la monja, guardada hace dos siglos,

pedir un alma y una almohada frescas

a cambio de las bromas en que llevas

un ángel que te sobra, de repuesto.

Debes usar tus órdenes en calma,

tu paz, que no salió del barrio viejo,

debes cruzar la plaza donde escoges,

de paso y de memoria, tus esquinas,

debes pulsar la vena del diarero,

de su reloj parado en el instante

preciso de la tos definitiva;

debes recuperar de tus apuntes

aquel en que escribías “colegiala”,

porque estaría mal que no contaras

a tus hijos cuánto hombre va contigo,

qué torrente el origen de tu calma,

qué fraguada la voz de la que surges

a diario, por decir a tus enfermos:

amigos, es la vida, buenos días,

buenos días, salud interrumpida,

buenos días, silencio, buenos días.

 

 

 

 

Eduardo Villacís Meythaler (Quito, 1932)

 

Médico cardiólogo. Su obra poética, relativamente escasa —publica apenas un libro cada quince años o más— se resume en los libros Latitud unánime (1953, que comparte con el ambateño Alfonso Barrera Valverde), Dieta sin sol (1981), Documental sobre un conspirador (1994) y Ajuar de cal (2006).

 

 

Dieta sin sol

 

3

 

Ella tenía en los ojos

el verde solitario

del jardín de un hospicio.

Cuando le extrajeron

un tumor de la lengua,

me regaló su anillo

como una garganta hueca.

Después, se entendió,

por señas, con la muerte.

 

 

4

 

Durante la semana

repasamos los números, los días

para poder decir: los dos,

algún sábado.

 

Y amamos las mujeres,

sus secretas vendimias.

Su recuerdo, como los huesos rotos

nos duele nuevamente

en las noches de luna.

 

El día de licencia,

el aire huele

como una plaza despejada a sable.

No existe en los teléfonos

el mal aliento de la muerte.

En la niebla toda ciudad es bella.

Las ambulancias gimen

lejos de mi frente.

 

 

5

 

Ese niño enyesado

como un ángel

todavía con cáscara

o armadura de una guerra

que le llegó hasta los huesos.

Los compañeros de clase

le escribieron sus nombres en el yeso

y yo falsifiqué la firma

de su madre

que murió en otra sala.

 

 

6

 

Guardabas los centavos

que te daban los domingos

para tener el muñeco

que yo obtuve en la rifa

niño muerto en la tarde

de mi último internado.

 

El primer premio era Dios

y lo ganaste.

 

Yo seguiré guardando,

hasta alcanzarlo,

mis pequeños domingos.

 

 

7

 

A veces, la noche se llena

de heridos y blasfemias,

luego, todo queda en silencio

y los viejos porteros

oyen el cambio de guardia

de las monjas difuntas

en el alba.

 

Es tarde. Las tijeras

tienen el vuelo sesgo

de la lluvia en los patios.

 

Bajo nuestras solapas

hay hilvanes de sangre.

Tufo de entraña y de tristeza,

húmeda tos madura, seco adiós.

Aquí dice mi nombre el altavoz.

 

 

 

 

Euler Granda (Riobamba, 1935)

 

En 1965 se graduó de doctor en Medicina y Cirugía en la Universidad de Guayaquil. Es miembro fundador de la Sociedad de Médicos Psiquiatras del Ecuador. Ha publicado los libros de poemas Voz desbordada (1963), El lado flaco (1968), El cuerpo y los sucesos (1971), La inutilmanía y otros nudos (1973), Un perro tocando la lira (1977), Daquilema Rey y otros poemas de bla, bla, bla (1982), Anotaciones del acabose (1987, Premio Internacional de Poesía Jorge Luis Borges), Ya paren de contar (1991), Poema con piel de oveja (1993), Relincha el sol (1996) y Que trata de unos gatos (2000). Es Premio Nacional Eugenio Espejo (2009).

 

 

La advertencia

 

Un día

le regalan a uno

una palabra

y uno la pone al sol,

la alimenta,

la cría,

la enseña a ser bastón,

peldaño,

droga anticonceptiva,

garra,

analgésico,

brecha para el escape

o parapeto.

Uno le saca música,

la pinta,

la vuelve más pariente

que un hermano,

más que la axila de uno.

Uno la vuelve gente

y en los instantes débiles

hasta le cuenta

las cosas subterráneas de uno; pero cría palabras

y un día te sacarán los ojos.

 

 

 

 

Raúl Arias (Quito, 1943)

 

Integró el grupo vanguardista de los tzántzicos (1962-1968); sus primeros poemas aparecieron en la revista Pucuna. Ha publicado: Poesía en bicicleta (1975), Lechuzario (1983), Trinofobias (1988), Cinemavida (1995), Caracol en llamas (2001), Pedal de viento (antología personal, 2008). Ha publicado también las obras de teatro Espejo, un zapador de la colonia americana (1989), Luces y espejos en la oscuridad (1990) y El doctor Sabri y las picadas del viento (2001). Para radio ha preparado las series Escritores ecuatorianos (1981) y Reportaje a treinta poetas ecuatorianos (1988).

 

 

Les digo:

Bailemos por el muerto.

Y no me creen.

Para qué estar tan tristes

les suplico.

Pero no.

Es la costumbre.

La ingenua, la bárbara,

la estúpida, la maldita,

la santa, la tuerta,

la muy civilizada, la lágrima,

la costumbre, muchacho.

Calla.

No puedes reír,

sería un crimen.

¡Cuidado con bailar!

Hereje, sacrílego.

Mal hijo, monstruo,

ateo, satanás.

Silencio.

Y llora por el muerto.

 

 

 

Vea también: El Ángel Editor: Selección de poemas de Juan Suárez Proaño


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