Edición 42
La Cabra Ediciones: Antología de la poesía ecuatoriana. De César Dávila Andrade a nuestros días
Una selección de una antología —que ya es a su vez una selección— no puede dejar de ser una tarea caprichosa y, en realidad, un poco absurda. Ya Xavier Oquendo Troncoso, en el prólogo a esta excelente antología publicada en el 2011, anuncia las dificultades a las que se puede enfrentar el antólogo, empezando por el “amiguismo” y terminando por el miedo a la hegemonía literaria que no le permite al compilador hacer propuestas divergentes que enriquezcan el panorama poético de un país. Y en realidad esta antología no solo evade las dificultades sino que ofrece una mirada crítica, en el sentido de que agrupa a los poetas no desde una perspectiva cronológica —como habitualmente sucede—, sino desde la construcción de unos ejes temáticos alrededor de los cuales estos autores trabajan (aceptando, por supuesto, que los poetas son más complejos y no se ciñen exclusivamente a un “tema”). Desde Otro páramo sabemos que volver a picar lo que ya ha sido reunido con rigor genera un panorama parcial, pero ante la imposibilidad de transcribir el libro entero en nuestra revista por obvias razones, presentamos a continuación una selección realizada por nuestro comité editorial que abarca, en el mismo orden del libro, cuatro de los ejes temáticos propuestos por Oquendo: “Los referentes”, “Filosofía y concepto”, “Erotismo e intimidad” y “Humanismo y sociedad”. Consideramos que es fundamental continuar un diálogo con la rica y compleja poesía ecuatoriana y, ante esta urgencia, los invitamos a disfrutar esta muestra parcial y esperamos que los motive a entrar de lleno en la poesía de este país. Leer “Antología de la poesía ecuatoriana. De César Dávila Andrade a nuestros días” es una muy buena manera de empezar.
De la sección “Los referentes”
César Dávila Andrade (Cuenca, 1918 | Caracas, 1967)
Poeta, ensayista y narrador. Formó parte del grupo literario Madrugada. Sus principales libros de poesía: Oda al arquitecto (1946), Espacio me has vencido (1947), Catedral salvaje (Venezuela, 1951), Boletín y elegía de las mitas (1956), Arco de instantes (1959), En un lugar no identificado (Mérida, 1963), Conexiones de tierra (Venezuela, 1964), La corteza embrujada (Venezuela, 1966), Materia real (Venezuela, 1970), Poemas de amor (Venezuela, 1972). Publicó también cuento y ensayo.
Canción a Teresita
(Apasionadamente)
Pálida Teresita del Infante Jesús,
quién pudiera encontrarte en el trunco paisaje de las estalactitas,
o en esa nube que baja, de tarde, a los dinteles,
entre manzanas blancas, en una esfera azul.
Caperucita parda,
quién pudiera mirarte las palmas de las manos,
la raíz de la voz.
Y hallar sobre tus sienes mínimos crucifijos,
bajando en la corriente de alguna vena azul.
Colegiala descalza,
aceite del silencio,
violeta de la luz.
Cómo siento en la noche tu frente de muchacha,
encristalada en luna bajar hasta mi sien.
Cómo escucho el silencio de tu paseo en niebla,
bajando la escalera de notas del laúd.
Cuando amanece enero, con su frío de nácar,
sé que tu pecho quema su materia estelar;
y que la doble nube de tus desnudos hombros
se ampara en la esquina delgada de la cruz.
Cómo escucho en la noche de caídos termómetros,
volar, rotas las alas, el ave de tu tos;
y llorar en las islas de una desierta estrella
a jóvenes arcángeles enfermos como tú.
Teresita:
esa hierba menuda que viene de puntillas
desde el cielo a las torres;
ese borde de guzla que nace en los tejados;
esa noción de beso que comienza en los párpados;
la trémula angostura del abrazo en los senos:
todo lo que aún no irisa la sal de los sentidos
y es sólo aurora de agua y antecede a la gota,
y tiene únicamente matriz en lo invisible;
lo mínimo del límite, lo que aún no hace línea,
eres tú, Teresita, castidad del espectro.
La comunión primera de la carne y el cielo.
Cuando el olivo orea su balanza de nidos,
cuando el agua humedece la niñez del oxígeno,
cuando la tiza entreabre en las manos del joven
la blancura de un lirio que expiró en la botánica,
allí estás tú, Teresita, víspera del rocío,
en la hornacina pura de un nevado corpiño,
con tu fantasma tenue, concebido en la línea
ligera y sensitiva en que nacen las sílfides.
Suave, sombra, celeste,
soledad silenciosa.
¿Quién te entreabrió ese hoyo de dalia en la sonrisa?
¿Quién te vistió de clara canela carmelita
como a una mariposa?
¿Quién colocó en tus plantas
los descalzos patines de celuloide y ámbar?
¿Quién te ungió las manos de divina tardanza
para que no pudieras
jamás herir las cosas?
Tenue, tímida, tibia,
traslúcida, turgente.
Por tu amor, la madera se vuelve una sortija
y la niebla, sonata al pasar por los álamos.
Por tu amor, en el éter se conservan los trinos,
las plegarias se tornan cascabeles azules
y la espiga, una trenza del color de los cálices.
Delgada, dulce, débil,
divina, delicada.
Tu doncellez intacta crea nardos ilesos
sobre ese fino valle del aire en los cristales,
cuando sólo es un trémulo sonido que no alcanza
a embozar en el tímpano el espectro del canto.
Novia que viajas sola
en un velero de hostias.
Enamorada pura en la edad de la garza.
Niña, nupcial, nerviosa,
nívea, naciente, núbil.
Cómo veo tus manos pasar por los bordados
y abrir una acuarela de anclas y corazones;
tus ojos que conocen esos duendes de cera
que andan con las abejas al pie de los altares.
Cómo siento tus trenzas ocultas en una gruta,
donde se agrupa el oro bajo un toldo de lino.
Ideal, ilusa, íntima,
irreal, iluminada.
¿Quién podrá olvidar tu nombre, Teresita?
¿Tu nombre que comienza en una noche de estrellas
y ha cambiado el sentido de la lluvia y las rosas?
Lo pronuncian los niños al llamar a las aves,
o al decir que las cosas les nacen en los ojos.
Las bellas colegialas que recogen en coro
una llovizna azul en el hoyo de las faldas.
Las novicias que cantan entre muros de nieve
y crucifijos pálidos.
Los monjes que hicieron de su sangre una nube
para guardar los campos con escuadrillas de ángeles.
Por tu finura de ángel con alas de violeta
y tu ternura inmensa que, a veces, se hace pena,
un Amor Infinito escribió en el cielo
la inicial de tu nombre con un grupo de estrellas.
Tarea poética
Dura como la vida la tarea poética,
y la vida desesperadamente
inclinada, para poder oír
en el gran cántaro vegetativo
una partícula de mármol, por lo menos,
cantando solo como si brillara
y pinchándose en el cielo más oscuro.
Atravesábamos calles repletas de sal
hasta los aleros, y la barba
se nos caía como si sólo hubiera estado
escrita a lápiz.
Pero la Poesía, como una bellota aún cálida,
respiraba dentro de la caja de un arpa.
Sin embargo, en ciertos días de miseria,
un arco de violín era capaz de matar una cabra
sobre el reborde mismo de un planeta o una torre.
Todo era cruel,
y la Poesía, el dolor más antiguo,
el que buscaba dioses en las piedras.
Otro fue
aquel terrible sol vasomotor
por entre las costillas de San Sebastián.
Nadie podrá mirarte como entonces
sin recibir
un flechazo en los ojos.
Jorge Enrique Adoum (Ambato, 1926 | Quito, 2009)
Poeta, ensayista y narrador. Entre sus principales poemarios se encuentran Ecuador amargo (1949), Notas del hijo pródigo (1951, 1959), Los cuadernos de la tierra [I. Los orígenes; II. El enemigo y la mañana (Premio Nacional de Poesía, 1952), III. Dios trajo la sombra (Premio Casa de las Américas, La Habana, 1960), IV. El dorado y Las ocupaciones nocturnas (1961)], Yo me fui con tu nombre por la tierra (1964), Informe personal sobre la situación (Madrid, 1973), No son todos los que están (antología personal, Barcelona, 1979), El amor desenterrado y otros poemas (1993), …Ni están todos los que son (antología personal, 1999), Claudicación intermitente (antología personal, México, 2008). Publicó también teatro y novela. Mereció el Premio Xavier Villaurrutia (México, 1976) por la novela Entre Marx y una mujer desnuda. En 1989 el gobierno ecuatoriano le otorgó el Premio Nacional de Cultura Eugenio Espejo en reconocimiento a la totalidad de su obra.
En el principio era el verbo
te número te teléfono aburrido
te direcciono (callo caso y escalero)
y habitacionada ya te lámparo te suelo
te vaso te enfósforo te libro
te disco te destoco te desvisto desoído
te camo te almohado enciendo descobijo
te pelo te cadero me cinturas
nos trasvasamos labio a labio
me embotello en tu adentro
nos rehacemos te desformo me conformo
miltuplicada tú yo mildividido
De la sección “Filosofía y concepto”
Fernando Cazón Vera (Quito, 1935)
Periodista y editor de periódicos y revistas, profesor universitario durante quince años. En la actualidad es columnista de los diarios Expreso y Extra, de Guayaquil. Ha publicado los poemarios Las canciones salvadas (1957), El enviado (1958), La guitarra rota (1967), La misa (1967), El extraño (1968), Poemas comprometidos (1972), El libro de las paradojas (1976), El hijo pródigo (1977), Las canciones salvadas (antología, 1980), La pájara pinta (1984), Rompecabezas (1986), Este pequeño mundo (1996), Cuando el río suena (1996), A fuego lento (1998), Relevo de prueba (2005) y La sombra degollada (2006), entre otros. El Municipio de Guayaquil lo condecoró en dos ocasiones con la presea de oro Al Mérito Literario. Recibió la Lira Poética de la Asociación de Periodistas Guayaquil. La Casa de la Cultura Ecuatoriana publicó una extensa antología de su obra poética (1958-2000) en la colección Poesía Junta. Fue dos veces presidente del Núcleo del Guayas de la Casa de la Cultura.
Manicomio
Los locos se graduaron
de Napoleón el uno
la más bella de Ofelia
y el orate mayor
llegó a ser general
después de derrotar
a sus molinos
el más humilde se graduó de perro.
Otro llegó a ser nube
para poder besar a la jirafa.
Pero, cosa rara,
habiéndolo podido
nadie quiso ser Dios.
La poesía
No importa lo que la piedra
como piedra pueda darnos.
Importa lo que la piedra
pueda darnos como cielo.
Rubén Astudillo y Astudillo (El Valle, Azuay, 1938-2003)
Poeta, periodista y diplomático. Inició su carrera literaria con la fundación del grupo literario Amanecer y la publicación de la revista del mismo nombre, en Cuenca. En publica sus primeros poemarios: Del crepúsculo y Trébol sonámbulo; en 1960, Desterrados. Posteriormente funda la revista literaria Syrma. En 1966 publica su poemario más conocido, Canción de lobos, con el que inicia en Ecuador lo que él llama poesía testimonialista. Ha publicado, además, Las elegías de la carne (1971), La larga noche de los lobos (1972), Del aire, el fuego y los recuerdos (1976), Celebración de los instantes (China, 1987; Venezuela, 1989), El crepúsculo de los lobos (1993) y Dos poemas dejados por la guerra (2002, conjuntamente con Walter Franco Serrano).
La luna de Xian: memorias y presagios
Para María C. Súa
La misma luna que esta noche
cruza, con su mata
de estrellas, por encima
de los pinares de Xian,
mañana alumbrará los eucaliptos y las
capulicedas
de mi pueblo.
Su misma luz removerá las mismas
sombras y removiéndolas
renovará el viejo
pacto del cielo con la tierra, para que
“todo
aquí, abajo, ocurra como allá” en la
girante
cúpula de lo alto, donde las
fuerzas
primordiales
del universo cuidan para que “todo
resuene en
todo” y el resplandor de la armonía
universal siga su río de
infinito
número de veces circulares.
La luna de Xian y su mata de estrellas riegan
en esta
noche la milenaria sangre del universo en este
lado de la tierra. Mañana desgarrarán sus venas de
paz astral sobre las altas cumbres
de los Andes. Mi corazón que es parte del mundo de
esas cumbres, se abre como una flor
innominada y les saluda.
Nelly Córdova Aguirre (San Gabriel, 1942)
Escritora, crítica, académica, educadora. Doctorado Honoris Causa por la Universidad Nacional de San Martín (Tarapotó, Perú); Laurel Trilce de Oro por Capulí, Vallejo y su Tierra (Santiago de Chuco-Lima); miembro emérito del Parlamento Mundial para la Seguridad y la Paz; presidenta de la Sociedad Ecuatoriana de Escritores (2001-2003). Ha representado a Ecuador en congresos, festivales y encuentros internacionales de literatura, cultura y poesía en casi toda Latinoamérica. Poemas suyos integran diversas antologías de Hispanoamérica, Ecuador y Europa. Ha sido traducida al alemán, inglés, portugués y kichwa. Ha publicado Cinco regresos y un siempre (1980), Estatuas fugitivas (1988), Origen (en español y kichwa, 1993 y 1995), Abismos en los ojos de Eva (1998), Penúltimo laberinto (2007), Lengua profana (2008) y La encarnada (2009).
2
porque es día de feria
que te venda
que te venda mi fibra mis afanes mi cardo mi camisa estera y
manta
mi arado mi aire y agua mi guacho y mis raíces
que ahora sea yo quien ponga precio
porque es día de feria
que mida por pulgadas mis fatigas
por onzas que te pese mis mañanas que en pondos para vos
madure lunas
que quién soy cómo soy
cómo y qué para qué
que cuánto valgo yo en pocas palabras
si te vendo mis cargas mis costillas a qué espaldas iría
este cansancio
a qué otra cicatriz iría mi insomnio
a qué ojo mi barranco
a qué fiesta mi tiesto mis bostezos mi taja de zapallo
yema yo yuca yo yuyo yo
ajo ají ya te vi no te dí sí te dí
¡que está mi pueblo en feria…!
que ahora sea yo quien ponga precio
a mi costal de cosas
no mezcladas
Julio Pazos Barrera (Baños de Agua Santa, 1944)
Miembro correspondiente de la Academia Ecuatoriana de la Lengua. Entre sus poemarios se encuentran Plegaria azul (1963), Ocupaciones del buscador (1977), Entre las sombras las iluminaciones (1980), La ciudad de las visiones (1989, Premio Nacional de Literatura Aurelio Espinosa Pólit), Levantamiento del país con textos libres (1982, Premio Casa de las Américas de Cuba), Oficios (1984), Mujeres (1986, Premio Jorge Carrera Andrade) y Constancias (1993); es autor también de algunos libros de ensayos sobre temas literarios, de cultura general y de gastronomía. Entre otros, ha recibido los siguientes premios: Fundación Conrado Blanco (Madrid, 1973), Nacional de Literatura Espinosa Pólit de las Letras y la Cultura (1979), así como el Premio Nacional Eugenio Espejo (2010).
Esta piedra de moler ají
Se sigue el estrecho corredor. Se cae al patio
y allí está la piedra.
Tan silenciosa, que los parientes
han pasado sin mirarla,
pero a las diez de la mañana suena.
Nadie la usa en estos días
por eso está magnífica
al pie de los astros, del aguacero, del sol,
esperando su juicio. A las diez de la mañana suena.
Otra cosa fue cuando el huerto la temía
y cuando los comensales la celebraban
sin verla.
Pero si la casa se colmara de arreboles
y sombras,
o si el tiempo sondeara su presente
y verdaderamente rescatara las cosas de la nada,
entonces ella
resplandecería en el horizonte del patio
con luces carmesíes
como de la propia sangre de los hombres.
Simón Zavala Guzmán (Guayaquil, 1943)
Poeta, jurista y ensayista. Su bibliografía comprende diecisiete poemarios individuales, entre los que destacan Biografía circular (1976), Cantos de fuego (1983), Manifiesto del hombre (1984), Reconstrucción de la verdad (1992), Fisonomías (1993), Lascivos (1991), Memorial (1996) y Grafías (Montevideo, 2007). Consta en diversas antologías de Ecuador, Europa y América Latina. Ha obtenido el Premio Nacional de Poetas Noveles (1965) y el Premio Latinoamericano de Poesía GIVRE (Argentina, 1982). Sus libros han sido publicado en Ecuador, Uruguay, Perú, Argentina y Estados Unidos. Textos suyos han sido traducidos al inglés, francés, alemán, portugués, italiano, hebreo y árabe. Algunos de sus poemas han sido musicalizados.
Vorágine
Si estuvieras aquí y me
preguntaras
en qué quicio tengo que
arrimar
la hora de mi sino,
en qué rampa debe anclar
la vela de mi barco,
detrás de qué telón
debo dejar mi drama cotidiano;
te respondería
de raíz
que mi hora está sobre el trayecto y brota bajo el sol
y se derrama
como un intermitente
territorio de ojos;
que mi nave
es una arteria larga
verdadera
donde viaja la savia de la
tierra
como una muchedumbre vegetal
buscando el día luminoso;
que mi drama
es el drama del hombre,
la suerte del maíz, la resistencia
de la ciudad sitiada;
un drama
tras el cual hay un deseo colectivo
de quebrar el planeta
y poner alrededor del mundo
otro escenario.
Iván Oñate (Ambato, 1948)
Profesor de Semiótica y Literatura Hispanoamericana. Ha sido profesor invitado por diversas instituciones, entre otras, Westminster University y Kings College (Londres), A&M Texas University y George Mason University (Washington), Florida State University, Universidad de Lieja, Universidad de Lille, Universidad de Lovaina, Universidad de Austin y Universidad Nacional Autónoma de México. Además de dos libros de cuento, ha publicado Estadía poética (Argentina, 1968), En casa del ahorcado (1977), El ángel ajeno (1983), Anatomía del vacío (1988), El fulgor de los desollados (1992), La nada sagrada (1998, 2010), La frontera (Colombia, 2006), El país de las tinieblas (México, 2008). Parte de su obra ha sido traducida al alemán, francés, inglés, portugués, griego, polaco e italiano.
El esplendor en la hierba
Y en un instante,
en la maldita rebanada de un siglo
o de un segundo,
ves un lago,
ves un río, ves los árboles.
El verde paraíso donde un día fuiste feliz
y presientes los pasos de un dios jubilado,
de un dios indigente.
Un dios que va recogiéndolo todo
en un mantel desechable, en una bolsa inmunda
donde caen las cosas, los sueños
consumidos y muertos.
Todo,
irremediablemente todo
lo que ha de ser condenado al olvido
y a la podredumbre.
Porque el dios del invierno
es un empleado de motel,
una carroñera divinidad que empuja su carrito
por el largo corredor de la soledad
y apaga las luces del deseo
a quienes no merecimos el esplendor
en la hierba.
Edgar Allan García (Esmeraldas, 1959)
Narrador, poeta, ensayista, terapeuta biomagnético. Ha publicado más de treinta obras en todos los géneros. Ha merecido en tres ocasiones el Premio Darío Guevara Mayorga, en dos la Bienal de Poesía de Cuenca, el premio nacional Ismael Pérez Pazmiño, además de premios internacionales como el Plural de México, el Mantra de Argentina y el Pastorini de Uruguay. Es autor de los poemarios Sobre los ijares de Rocinante (1991), Cannabis (1997) y Crueldad de la memoria (2010).
Los ijares de Rocinante
mi padre tenía manos generosas
muy pocas veces puño o índice acusador
en largas vigilias escuché sus palabras
con la impavidez de quien mira llover en macondo
(no había en mí tierra madura
para recibir sus profecías) pero
sin saber cuándo ni de qué forma
encarnó sus sueños en los míos
él olvidaba con frecuencia mi edad
solía confundirme con un niño de perinola y cometa
para añorarme a su manera
otras veces me tomaba por un viejo muy querido fantasma
y a él le contaba uno a uno sus silencios
mi padre decía que hay borregos y pillos
con mucho miedo y poca vergüenza
o que la vida tendrá que ser otra
o en el futuro o caray o qué cosas hombre
cuando pequeño tuvo una fiebre
que hizo estragos en sus ojos
sin embargo a nadie he conocido
que pudiera ver con tanta precisión
y cariño cosas y seres en apariencia pequeños
ahí donde otros pisaban
él se hacía a un lado y dejaba
o ayudaba a pasar
esa actitud cotidiana lo convirtió
en sospechoso de buenismo inclaudicable
hecho que motivó el ensañamiento de sus enemigos
mi padre escribió un libro de poemas
y en uno de ellos me decía: qué alegría
tan grande sentir cómo se agiganta la espiga
de tu espíritu y se proyecta mi conciencia en la tuya
confundida en la sangre que te dio mi esperanza
luego abandonó la poesía
(había labores más urgentes)
pero ella se negó a abandonarlo
aduciendo pretextos desesperados
mi padre, un día de cuyo nombre
no quiero acordarme, fue declarado muerto
por médicos que nada saben de estas cosas
y bajó al útero de su tierra
sobre los ijares de rocinante
no dijo luz más luz
sino soledad otra vez soledad
porque han de saber que para los buscadores
el vacío es una sanguijuela voraz
adherida a las sienes
para muchos él siempre había medido
un metro con setenta más o menos
pero aquel día de acuosa y asfixiante sombra
vimos cómo su corazón rompía el maderamen del ataúd
las paredes de la casa, los invisibles muros de la ciudad
y la certeza de que teníamos aquella
enorme y palpitante herencia
nos hizo dejar de llorar (salvo una que otra
lagrimita) durante todos estos años
mi padre entra a veces a mi cuarto
por las ventanas abiertas y se sienta
al escritorio para escribir poemas
que luego digo que son míos
con el tiempo nos hemos acostumbrado
a nuestra soledad inexorable
y en los espejos ya no hay desencuentros
ni miedo ni angustia
sólo el reconocimiento
de la entrañable hermandad que nos agranda.
Paco Benavides (San Gabriel, 1964 | Ginebra, 2004)
Sociólogo, dibujante y ensayista. Formó parte del taller y del colectivo editorial Matapiojo durante los años ochenta. Publicó, entre otros, Historia natural del fuego (1990), Viento sur (1995), Tierra adentro (1997) y Canto XI de la Odisea (1997).
Grabado en hueso
I
Acaba primavera con el día más largo
empieza el verano a medianoche
cuando la luna suelda las imágenes
entre lo tocable y lo tocado
entre el juego y lo jugado
entre la lírica hora y su cacofonía
II
es el verano
la fiebre del cuerpo
recomienza
en el jardín público
los cuerpos como semillas se tuestan olor de huesos y de cenizas
III
la desnudez es sagrada
nocturna profanación
IV
no:
la desnudez es consentir
un puñado de ficciones
V
¡pero ni siquiera son paganos!
sus cuerpos como sus iglesias
no desnudos, sino vacíos.
De la sección “Erotismo e intimidad”
Francisco Tobar García (Quito, 1928-1996)
Poeta, novelista, dramaturgo, Profesor universitario, periodista y diplomático. Estudió en varios países de Europa. Fue director de la editorial de la Casa de la Cultura. En teatro se ha desempeñado como director, actor y productor. Algunas de sus obras más destacadas son Amargo (1951), Segismundo y Zalatiel (1952), Naufragio (1961), Smara (1964), Canon perpetuo (1969) y Dhanu (1978). Publicó también una novela.
Las montañas azules
Aquí he llegado
a la edad en que el hombre se detiene;
la cumbre entre la niebla es desafío
y debiera rendirme.
¡Cansancio de buscar irrazonablemente tanto
sin saber qué buscamos! Pero he aceptado el tiempo;
los árboles son sombras y las hojas
orecidas resbalan en la estación propicia.
A mi redor hay muerte, pero siento
que en mi espíritu nacen las primeras palabras,
las que nunca dijera porque ansiaba el olvido,
el camino más fácil.
Pocas fuerzas me quedan
la víspera del viaje a las montañas
que el azul más oscuro protegiera;
mas si ella está conmigo,
mejor dicho tan dentro, ¿cabe duda?
¡Entrambos hallaremos el sendero
pocas veces hollado pues la pereza nos retiene!
Elena dice entonces: “Eres
el poeta desnudo que camina
con la certeza plena de llegar a ser canto;
no cubrirá tu cuerpo losa alguna.
Tú morirás en mí, como has nacido.”
Las montañas azules, en la profunda oscuridad, me llaman.
Si me soñaste,
y soñaba yo en ti desde la infancia,
lanzo al viento esta dicha inquebrantable:
porque somos mortales, merecemos el triunfo:
mañana serán nuestras la soledad, la altura.
Roy Sigüenza (Portovelo, 1958)
Poeta y cronista. Además de libros de crónicas, ha publicado los poemarios Cabeza quemada (1990), Tabla de mareas (1998), Ocúpate de la noche (2000), La hierba del cielo (2002), Cuerpo ciego (2005), Abrazadero y otros lugares (2006), Cuatrocientos cuerpos (2010).
La misión
Abalorios que jugaban con nuestra suerte eran nuestros dioses
(10 dedujimos antes de abandonarlos)
Pudrían nuestra comida
Quemaban el agua
Echaban abajo las palabras
(nuestras lenguas fueron condenadas al polvo)
Cada acto lo perseguían. Eran acuciosos.
Nos trataban como a contrabandistas
Llegaron a lacerar nuestros cuerpos con pestes desconocidas
Acabaron portándose como adolescentes caprichosos cuando decidieron
quemar la ciudad
Mas entre los escasos sobrevivientes levantaremos Sodoma aquí, otra vez.
***
El mar de Jambelí es el mismo mar que mella los atracaderos en Amsterdam
Allí la huella de las embarcaciones con un mismo significado:
la voracidad
(un corazón vacío
un par de manos heladas
una palabra imposible de decir)
El agua haciendo que la vida corra,
que vacile al filo de la orilla como un desnudo trozo de mangle,
que vaya a la playa como una deidad poseída por el furor del nacimiento:
la semilla de la fruta de sal
El agua anunciante de su certeza
Mañana será lo mismo: el mar es un fósil despierto.
En el hotel
I
Una cama es todo lo que hay aquí
Sobre ella innumerables cuerpos se recuerdan
II
“Está prohibido escribir en las paredes”
señalaba un edicto en la pared del cuarto,
“todo lo demás está permitido”
le agregamos él y yo, riéndonos
III
Alguien estuvo antes de mí
en este cuarto
solo
y supo
que alguien estuvo antes de él
en este cuarto
solo
Margarita Laso (Quito, 1963)
Editora, poeta y cantante. Actualmente se dedica a la música popular y a la producción artística; es articulista del periódico Hoy, de Quito. Ha publicado cuatro títulos de poesía: Erosonera (1991), Queden en la lengua mis deseos (1994), El trazo de las cobras (1997) y Los lobos desarmados (2004, Premio Jorge Carrera Andrade). Los tres primeros títulos aparecieron compilados en bajo el título de Poesía. Sus textos se encuentran en antologías y traducciones, así como páginas virtuales de poesía. Algunos de sus poemas han sido musicalizados y tiene también letras de canciones. Ha sido invitada a diversos encuentros internacionales de escritores y poetas.
Orca
I
Esta orca emerge de las profundidades.
De los líquidos oscuros y sus arcos.
De las bóvedas salinas de mi abismo.
De mis polos donde queman el frío y los naufragios.
Brota maciza. Eléctrica.
Turbina que bate su formidable cuerpo.
Dos colores en toda mi carnaza.
En la pulpa que has querido desosar.
Como quien viene de lejos crece ante tus ojos.
Exhala las piezas de tu asombro.
Esos rastros de sangre en el océano.
Pócimas íntimas.
II
Esta ballena comió entrañas humanas y ha hecho de ellas carne en mi carne. Mamífera cebada con lóbulos y huesos.
Este monstruo que no maniobro. Que ocurre a su albedrío. Que es dentro de mí. Que impone su instinto. Esta bestia que te cela y ahora se disputa tus entrañas. Y las mías.
Es el amor que te ofrecí. Tal vez.
Frágil como la piel de las dunas.
Y tan escurridizo.
Fino como el alma de la aguja o la navaja.
Y tan irreversible.
De lo mío conocido (atroz o bello o ambos) no pude darte a cambio de ti mismo a ti mismo sino estos otros fragmentos del océano:
Uno. Un lobito de mar que roba a los pescadores. Bigotes de púas vibrátiles. Luna negra en el mar menguante de plata. Otea el peligro sin temerle al tridente ni a la red ni a la vara. Pirueta de seda entre los luceros oblongos y moribundos de las lanchas.
Dos. Los círculos que trazan las aletas codiciadas por barcos orientales. Armaduras de toro carnicero en formación de ataque. Cuchillas como cachos que asestan en la superficie la convulsión de las presas. Griterío de mamíferos marinos indefensos. Ojos blancos en el desigual ballet de la batalla. Dientes de obsidiana mortífera.
Tres. La dentellada de las rocas a tus pies. Esos picos habitados por moluscos cangrejos látigos salobres tenazas como broches de collares. Perlas prietas. Valvas impares como yo. Caracolas demudadas igual que yo.
III
Y este amor qué ha sido.
¿Acaso la orca no devora a los lobos desarmados?
¿Acaso la orca y su cadalso no han quedado abandonados en la playa?
¿No mi propia voz acaso me estrangula entre sus púas?
¿Entre sus cerdas y cabestros de sal?
Y
Qué dejó sino este destierro.
Sino estas vértebras que ciernen arena.
Qué dejó sino estas espinas de pescado.
Donde estuvo el delta entrañado del vientre.
La espesura manada de la noche.
Humea la destrucción. Tinieblas y olvido detonaron.
Arpones en el lomo de las dunas.
De la sección “Humanismo y sociedad”
Alfonso Barrera Valverde (Ambato, 1929)
Poeta y narrador. Doctor en Jurisprudencia y Ciencias Sociales. Estudió en Japón, Filipinas y Estados Unidos. Diplomático y embajador. Fue canciller de la República. Entre sus principales obras poéticas se encuentran Floración del silencio (1951), Latitud unánime (1953, junto con Eduardo Villacís Meythaler), Poemas (1956), Testimonio (1956), Del solar y del tránsito (1958), Poesía (1969) y Tiempo secreto (1977). Ha publicado también ensayo y novela.
Carta al amigo médico
Para Eduardo Villacís Meythaler
Eduardo, yo querría
darte noticias viejas, se me escapan.
Mi hijo, con un vagón fuera de rieles,
tirado por un hilo, me pregunta
para quién escribimos, yo le digo
que más lo sabes tú puesto que sabe
mejor que yo tu corazón sin tregua.
¿Quién es él? averigua, le contesto
“se llama como tú”; cuando lo sabe
pone su poca soledad al norte
y alza la mano como quien saluda
sin esperar que nadie le responda.
Le cuento que eres médico, me pide
ver algún hospital. Cómo decirle
que el hospital es una marcha lenta
del tiempo, que está grave de domingos,
que, entre muchas heridas, son las suyas
las incurables y que en cada lunes
hay dolencias que vuelven, hay dolencias.
Un día, amigo, cuando todos pasen
—y nosotros también— y nuestros hijos
miren de qué dolor se van haciendo
las más hermosas de las alegrías,
he de querer que tú puedas contarles
a los míos tu paz y que les busques,
les expliques tu rostro, será bueno
que llegues por mi casa como llegas
a ver a tus enfermos y les digas:
qué bien está la vida, cómo huele
la madrugada a pan y cómo cabe
la vida de los padres en el cuenco
pequeño de las manos de los hijos.
Es mucho lo que pido, pero tienes
la costumbre de ser más que los otros.
Si lo pido de ti, pido de todos
los tuyos: esa madre que traía
del trigal sus vocales y una tarde
se te murió sin causa conocida,
sólo por completar la breve nómina
de misterios que vuelven al misterio.
Eduardo, te pregunto:
¿sigue el mar en el golpe de tus versos?
¿tiene el portal de tu ciudad un río
de gente entre la cuesta y el saludo?
¿Crecieron tus hermanas, no mentía
quien me contó que ya tuvieron hijos?
Perdona, te retuve, debes irte,
decir a tus enfermos buenos días
y a la monja, guardada hace dos siglos,
pedir un alma y una almohada frescas
a cambio de las bromas en que llevas
un ángel que te sobra, de repuesto.
Debes usar tus órdenes en calma,
tu paz, que no salió del barrio viejo,
debes cruzar la plaza donde escoges,
de paso y de memoria, tus esquinas,
debes pulsar la vena del diarero,
de su reloj parado en el instante
preciso de la tos definitiva;
debes recuperar de tus apuntes
aquel en que escribías “colegiala”,
porque estaría mal que no contaras
a tus hijos cuánto hombre va contigo,
qué torrente el origen de tu calma,
qué fraguada la voz de la que surges
a diario, por decir a tus enfermos:
amigos, es la vida, buenos días,
buenos días, salud interrumpida,
buenos días, silencio, buenos días.
Eduardo Villacís Meythaler (Quito, 1932)
Médico cardiólogo. Su obra poética, relativamente escasa —publica apenas un libro cada quince años o más— se resume en los libros Latitud unánime (1953, que comparte con el ambateño Alfonso Barrera Valverde), Dieta sin sol (1981), Documental sobre un conspirador (1994) y Ajuar de cal (2006).
Dieta sin sol
3
Ella tenía en los ojos
el verde solitario
del jardín de un hospicio.
Cuando le extrajeron
un tumor de la lengua,
me regaló su anillo
como una garganta hueca.
Después, se entendió,
por señas, con la muerte.
4
Durante la semana
repasamos los números, los días
para poder decir: los dos,
algún sábado.
Y amamos las mujeres,
sus secretas vendimias.
Su recuerdo, como los huesos rotos
nos duele nuevamente
en las noches de luna.
El día de licencia,
el aire huele
como una plaza despejada a sable.
No existe en los teléfonos
el mal aliento de la muerte.
En la niebla toda ciudad es bella.
Las ambulancias gimen
lejos de mi frente.
5
Ese niño enyesado
como un ángel
todavía con cáscara
o armadura de una guerra
que le llegó hasta los huesos.
Los compañeros de clase
le escribieron sus nombres en el yeso
y yo falsifiqué la firma
de su madre
que murió en otra sala.
6
Guardabas los centavos
que te daban los domingos
para tener el muñeco
que yo obtuve en la rifa
niño muerto en la tarde
de mi último internado.
El primer premio era Dios
y lo ganaste.
Yo seguiré guardando,
hasta alcanzarlo,
mis pequeños domingos.
7
A veces, la noche se llena
de heridos y blasfemias,
luego, todo queda en silencio
y los viejos porteros
oyen el cambio de guardia
de las monjas difuntas
en el alba.
Es tarde. Las tijeras
tienen el vuelo sesgo
de la lluvia en los patios.
Bajo nuestras solapas
hay hilvanes de sangre.
Tufo de entraña y de tristeza,
húmeda tos madura, seco adiós.
Aquí dice mi nombre el altavoz.
Euler Granda (Riobamba, 1935)
En 1965 se graduó de doctor en Medicina y Cirugía en la Universidad de Guayaquil. Es miembro fundador de la Sociedad de Médicos Psiquiatras del Ecuador. Ha publicado los libros de poemas Voz desbordada (1963), El lado flaco (1968), El cuerpo y los sucesos (1971), La inutilmanía y otros nudos (1973), Un perro tocando la lira (1977), Daquilema Rey y otros poemas de bla, bla, bla (1982), Anotaciones del acabose (1987, Premio Internacional de Poesía Jorge Luis Borges), Ya paren de contar (1991), Poema con piel de oveja (1993), Relincha el sol (1996) y Que trata de unos gatos (2000). Es Premio Nacional Eugenio Espejo (2009).
La advertencia
Un día
le regalan a uno
una palabra
y uno la pone al sol,
la alimenta,
la cría,
la enseña a ser bastón,
peldaño,
droga anticonceptiva,
garra,
analgésico,
brecha para el escape
o parapeto.
Uno le saca música,
la pinta,
la vuelve más pariente
que un hermano,
más que la axila de uno.
Uno la vuelve gente
y en los instantes débiles
hasta le cuenta
las cosas subterráneas de uno; pero cría palabras
y un día te sacarán los ojos.
Raúl Arias (Quito, 1943)
Integró el grupo vanguardista de los tzántzicos (1962-1968); sus primeros poemas aparecieron en la revista Pucuna. Ha publicado: Poesía en bicicleta (1975), Lechuzario (1983), Trinofobias (1988), Cinemavida (1995), Caracol en llamas (2001), Pedal de viento (antología personal, 2008). Ha publicado también las obras de teatro Espejo, un zapador de la colonia americana (1989), Luces y espejos en la oscuridad (1990) y El doctor Sabri y las picadas del viento (2001). Para radio ha preparado las series Escritores ecuatorianos (1981) y Reportaje a treinta poetas ecuatorianos (1988).
Les digo:
Bailemos por el muerto.
Y no me creen.
Para qué estar tan tristes
les suplico.
Pero no.
Es la costumbre.
La ingenua, la bárbara,
la estúpida, la maldita,
la santa, la tuerta,
la muy civilizada, la lágrima,
la costumbre, muchacho.
Calla.
No puedes reír,
sería un crimen.
¡Cuidado con bailar!
Hereje, sacrílego.
Mal hijo, monstruo,
ateo, satanás.
Silencio.
Y llora por el muerto.
Vea también: El Ángel Editor: Selección de poemas de Juan Suárez Proaño
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