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Edición 66

El alcohol. Un texto de Marguerite Duras



Los siguientes textos fueron traducidos por Camilo Rodríguez (Bogotá). Maestro en letras francesas de la Universidad de Toulouse II, traductor de Diario de viaje de Michel de Montaigne (Minerva editorial, 2019) y Salambó de Gustave Flaubert (Fondo de Cultura Económica, 2020). Es autor de ensayos, cuentos, crónicas y críticas de cine publicadas en medios como Revista Nexos, Revista Arcadia y Revista de la Universidad UNAM. La nota inicial que presentamos a continuación fue escrita por él.

 

La lectura de Marguerite Duras (1914-1996) provoca vértigo, nos asoma a un precipicio metafísico y nos sume en una profunda hipnosis. Al recorrer sus líneas vivenciamos una suerte de asfixia pero tras cada sentencia nos espera el alivio de la redención. Entramos a su prosa como a un existencial callejón sin salida que conduce a una catarsis ulterior, y nos recuerda los mejores pensamientos del suicidado ideal Emil Ciorán o la narrativa intimista de Annie Ernaux. El testimonio femenino de la escritura, del coraje que implica ser mujer y escribir con orgullo y serenidad sobre sus vicios, no puede más que iluminar el sendero de una época en que las mujeres luchan aún por decidir en libertad sobre su propio cuerpo.

 

Alrededor del alcohol Marguerite Duras circunda el umbral de las restricciones, lo que se puede y no se puede hacer ética y espiritualmente. En su Abecedario, Gilles Deleuze divagaba atinadamente al mismo propósito: “El alcohólico busca siempre la penúltima copa, aquella que le muestra el umbral, el difuso límite de su poder y aquello que le permitirá volver a beber al día siguiente”.

 

Por lo demás, estoy convencido de que este extracto de La vida material (1987) devuelve a la prosa su primigenio estatus poético y merece ser leído en todas las lenguas posibles. 

 

 

 

El alcohol

 

Viví sola con el alcohol veranos enteros en Neaulphe. La gente venía los fines de semana. Durante la semana estaba sola en la casa grande, fue ahí que el alcohol tomó todo su sentido. El alcohol hace resonar la soledad y termina por hacer que uno la prefiera a todo lo demás. Beber no es obligatoriamente querer morir, no. Pero no se puede beber sin pensar que uno se mata. Vivir con el alcohol es vivir con la muerte al alcance de la mano. Lo que impide matarse es la idea de que, una vez muerta, una no beberá más.

        Comencé a beber en las fiestas, en las reuniones políticas, primero vasos de vino y luego whisky. Y luego a los cuarenta y un años conocí a alguien que realmente le gustaba el alcohol, que bebía todos los días pero razonablemente. Muy rápido lo sobrepasé. Eso duró diez años hasta la cirrosis, los vómitos de sangre. Paré durante diez años más. Era la primera vez que lo hacía. Volví a empezar y luego volví a parar, ya no sé por qué. Luego dejé de fumar y no pude hacerlo sino bebiendo nuevamente. Ya es la tercera vez que lo dejo. Nunca he fumado opio, ni hachís. Me he “drogado” con aspirinas todos los días durante quince años. Nunca me he drogado.

        Desde que empecé a beber me convertí en alcohólica. De inmediato bebí como una alcohólica. Dejé a todo el mundo detrás. Empecé a beber en la tarde, luego al mediodía, luego en la mañana, luego comencé a beber en la noche. Una vez en la noche, y luego cada dos horas. Nunca me he drogado de otra forma. Siempre supe que si empezaba con la heroína, la escalada sería rápida. Siempre he bebido con hombres. El alcohol sigue atado al recuerdo de la violencia sexual, la hace resplandecer, en ella él es indisoluble. Pero solo en esencia. El alcohol remplaza el evento del goce pero nunca ocupa su lugar.  En general los obsesos sexuales no son alcohólicos. Los alcohólicos, incluso “en situación de calle” son intelectuales. El proletariado que ahora es una clase más intelectual que la clase burguesa, de lejos, tiene una tendencia hacia el alcohol en el mundo entero. El trabajo manual es quizás, de todas las ocupaciones del hombre, la que conduce más directamente a la reflexión, y entonces a la bebida. Vea usted la historia de las ideas. El alcohol hace hablar. Es la espiritualidad llevada hasta la demencia de la lógica, es la razón que intenta comprender hasta la locura por qué esta sociedad, por qué este Reino de la Injusticia —y que concluye siempre por una misma desdicha. Un ebrio es a veces grosero, pero rara vez obsceno. Algunas veces está furioso y mata. Cuando uno ha bebido demasiado, vuelve al principio del ciclo infernal de la vida. Uno habla de felicidad, dice que es imposible, pero sabe lo que quiere decir esa palabra.

        Carecemos de un dios. Este vacío que descubrimos un día de adolescencia nada puede hacer que nunca haya sucedido. El alcohol ha sido hecho para soportar el vacío del universo, el vaivén de los planetas, su rotación imperturbable en el espacio, su silenciosa indiferencia respecto al lugar de nuestro dolor. El hombre que bebe es un hombre interplanetario. Es en este espacio interplanetario que se mueve. Es ahí que acecha. El alcohol no consuela en nada, no ocupa los espacios psicológicos del individuo, no reemplaza la ausencia de Dios. No consuela al hombre. Al contrario, el alcohol conforta al hombre en su locura, lo transporta a regiones soberanas donde es el dueño de su destino. Ningún ser humano, ninguna mujer, ningún poema, ninguna música, ninguna literatura, ninguna pintura puede reemplazar al alcohol en la función que tiene con el hombre, en la ilusión de la creación capital. [el alcohol] Está ahí para reemplazarla. Y lo hace para toda una parte del mundo que habría debido creer en Dios y ya no cree. 

        Las palabras del hombre que son dichas en la noche de la ebriedad se desvanecen con ella en cuanto llega el día. La ebriedad no crea nada, no va en las palabras, oscurece la inteligencia, la descansa. He hablado dentro del alcohol. La ilusión es total: lo que usted dice, nadie lo ha dicho aún. Pero el alcohol no cree nada que permanezca. Es el viento. Como las palabras. He escrito en el alcohol, tenía una facultad para aguantar la ebriedad que me venía quizás del horror de la borrachería. Nunca bebía para estar borracha. Nunca bebía rápido. Bebía todo el tiempo y nunca estaba borracha. Estaba retirada del mundo, inalcanzable pero no borracha. 

        Una mujer que bebe es como un animal que bebiera, un niño. El alcoholismo alcanza el escándalo con la mujer que bebe: una mujer alcohólica es algo raro, es algo grave. Es la naturaleza divina que se ve afectada. A mi alrededor he reconocido este escándalo. En mi época, para tener la fuerza de afrontarlo en público, entrar sola a un bar, en la noche por ejemplo, era necesario haber ya bebido.

        Siempre se dice demasiado tarde a la gente que está bebiendo demasiado. “Bebes demasiado”. Es escandaloso decirlo, en cualquier caso. Uno nunca se sabe a sí mismo alcohólico. En el 100% de los casos se recibe esta noticia como una injuria, uno dice: “si usted me dice eso, es porque está molesto conmigo”. En cuanto a mí, el daño estaba ya muy avanzado cuando me lo dijeron. Estamos en un espacio paralizado de principios. Hasta un cierto grado se deja a la gente morir. Creo que en la droga este escándalo no existe. La droga separa completamente al individuo drogado del resto de la humanidad. No arroja al individuo a la intemperie, a las calles, no hace de él un vagabundo. El alcohol es la calle, el asilo, los otros alcohólicos. La droga es algo muy corto, la muerte viene muy rápido, la afasia, la oscuridad, los postigos cerrados, la inmovilidad. Nada consuela más que beber. Desde que ya no bebo, tengo simpatía por la alcohólica que era. Realmente bebí mucho. Luego vinieron en mi auxilio pero entonces estaría contando mi historia y no hablando del alcohol. Es increíblemente simple, los verdaderos alcohólicos son quizás lo que hay de más simple. Uno está ahí donde el sufrimiento está impedido de hacer sufrir. Los vagabundos no son desgraciados, es una tontería decir eso, son ebrios de sol a sol, las veinticuatro horas del día. Lo que viven no podrían vivirlo en ningún otro lugar más que en la calle. Durante el invierno de 1986-1987, en vez de ver que les quitaran su litro de vino rojo cuando llegaran al asilo de noche, prefirieron arriesgarse a morir, el frío. Todo el mundo se preguntó por qué no querían ir al asilo, y era por eso. 

        Lo más duro no son las horas de la noche. Pero evidentemente si uno tiene un insomnio tenaz, es entonces lo más peligroso. No hay que tener una gota de alcohol adentro de uno. Formo parte de esos alcohólicos que vuelven a empezar a beber a partir de un solo vaso de vino. No sé qué nombre nos da la medicina. Esto funciona como una central, un cuerpo alcohólico, un conjunto de compartimientos diferentes, todos vinculados entre ellos, primero por el pensamiento, y luego el cuerpo. Está hecho, embebido poco a poco, y cargado[1] –es la palabra: cargado. Es a partir de cierto tiempo que uno tiene la elección: beber hasta la insensibilidad, la pérdida de la identidad o quedarse en las primicias de la felicidad. Morir de alguna manera, cada día, o bien seguir viviendo. 

 

***

 

L’Alcool

 

J’ai vécu seule avec l’alcool des étés entiers à Neaulphe. Les gens venaient aux week-ends. Pendant la semaine j’étais seule dans la grande maison, c’est là que l’alcool a pris tout son sens. L’alcool fait résonner la solitude et il finit par faire qu’on la préfère à tout. Boire ce n’est pas obligatoirement vouloir mourir, non. Mais on ne peut pas boire sans penser qu’on se tue. Vivre avec l’alcool, c’est vivre avec la mort à la portée de la main. Ce qui empêche de se tuer, c’est l’idée qu’une fois mort, on ne boira plus. 

        J'ai commencé à boire aux fêtes, aux réunions politiques, d'abord les verres de vin et puis le whisky. Et puis à quarante et un ans j'ai rencontré quelqu'un qui aimait vraiment l'alcool, qui buvait chaque jour mais raisonnablement. Très vite je l'ai dépassé.Ça a duré dix ans jusqu'à la cirrhose, les vomissements de sang. Je me suis arrêtée pendant dix ans. C’était la première fois. J’ai recommencé et puis j’ai encore arrêté, je ne sais plus pourquoi. Puis j’ai cessé de fumer et je n’ai pu le faire qu’en buvant de nouveau. J’en suis au troisième arrêt. Je n’ai jamais fumé d’opium, ni de hasch. Je me suis « droguée » à l’aspirine tous les jours pendant quinze ans. Je ne me suis jamais droguée. 

 

(…)


        Dès que j’ai commencé à boire, je suis devenue une alcoolique. J’ai bu tout de suite comme une alcoolique. J’ai laissé tout le monde derrière moi. J’ai commencé à boire le soir, puis j’ai bu à midi, puis le matin, puis j’ai commencé à boire la nuit. Une fois par nuit, et puis toutes les deux heures. Je ne me suis jamais droguée autrement. J’ai toujours su que si je me mettais à l’héroïne, l’escalade serait rapide. J’ai toujours bu avec des hommes. L’alcool reste attaché au souvenir de la violence sexuelle, il la fait resplendir, il en est indissoluble. Mais en esprit. L’alcool remplace l’évènement de la jouissance mais il ne prend pas sa place. Les obsédés sexuels ne sont pas des alcooliques en général. Les alcooliques, même “au niveau du caniveau”, ce sont des intellectuels. Le prolétariat qui est maintenant une classe plus intellectuelle que la classe bourgeoise, de très loin, a une propension pour l’alcool, cela dans le monde entier. Le travail manuel est sans doute de toutes les occupations de l’homme, celle qui porte le plus droit vers la réflexion, donc vers la boisson. Voyez l’histoire des idées. L’alcool fait parler. C’est la spiritualité jusqu’à la démence de la logique, c’est la raison qui essaie de comprendre jusqu’à la folie pourquoi cette société, pourquoi ce Règne de l’Injustice - et qui conclut toujours par un même désespoir. Un ivrogne est parfois grossier, mais il est rarement obscène. Quelquefois il est en colère et il tue. Quand on a trop bu, on revient au début du cycle infernal de la vie. On parle de bonheur, on dit qu’il est impossible, mais on sait ce que veut dire ce mot.

        On manque d'un dieu. Ce vide qu'on découvre un jour d'adolescence rien ne peut faire qu'il n'ait jamais eu lieu. L'alcool a été fait pour supporter le vide de l'univers, le balancement des planètes, leur rotation imperturbable dans l'espace, leur silencieuse indifférence à l'endroit de notre douleur. L’homme qui boit est un homme interplanétaire. C’est dans cet espace interplanétaire qu’il se meut. C’est là qu’il guette. L’alcool ne console en rien, il ne meuble pas les espaces psychologiques de l’individu, il ne remplace pas le manque de Dieu. Il ne console pas l’homme. C’est le contraire, l’alcool conforte l’homme dans sa folie, il le transporte dans les régions souveraines où il est le maître de sa destinée. Aucun être humain, aucune femme, aucun poème, aucune musique, aucune littérature, aucune peinture ne peut remplacer l’alcool dans cette fonction qu’il a auprès de l’homme, l’illusion de la création capitale. Il est là pour la remplacer. Et il fait auprès de toute une partie du monde qui aurait dû croire en Dieu et qui n'y croit plus.

        Les paroles de l’homme qui sont dites dans la nuit de l’ivresse s’évanouissent avec elle une fois le jour venu. L’ivresse ne crée rien, elle ne va pas dans les paroles, elle obscurcit l’intelligence, elle la repose. J’ai parlé dans l’alcool. L’illusion est totale : ce que vous dites, personne ne l’a encore dit. Mais l’alcool ne crée rien qui demeure. C’est le vent. Comme les paroles. J’ai écrit dans l’alcool, j’avais une faculté à tenir l’ivresse en respect qui me venait sans doute de l’horreur de la soûlographie. Je ne buvais jamais pour être saoule. Je ne buvais jamais vite. Je buvais tout le temps et je n’étais jamais saoule. J’étais retirée du monde, inatteignable, mais pas saoûle. 

        Une femme qui boit, c’est comme un animal qui boirait, un enfant. L’alcoolisme atteint le scandale avec la femme qui boit : une femme alcoolique c’est rare, c’est grave. C’est la nature divine qui est atteinte. Autour de moi j’ai reconnu ce scandale. De mon temps pour avoir la force de l’affronter en public, rentrer seule dans un bar, la nuit, par exemple, il fallait avoir déjà bu.

        On dit toujours trop tard aux gens qu’ils boivent trop. « Tu bois trop. » C’est scandaleux de le dire, dans tous les cas. On ne sait jamais soi-même qu’on est alcoolique. Dans 100 % des cas on reçoit cette nouvelle comme une injure, on dit : « Si vous me dites ça, c’est que vous m’en voulez. » Quant à moi le mal était déjà très avancé quand on me l’a dit. Nous sommes ici dans un espace perclus de principes. Jusqu’à un certain degré on laisse les gens mourir. Je crois que dans la drogue ce scandale n’existe pas. La drogue sépare complètement l’individu drogué du reste de l’humanité. Elle ne jette pas l’individu à tous les vents, dans les rues, elle n’en fait pas un vagabond. L’alcool, c’est la rue, l’asile, les autres alcooliques. La drogue, c’est très court, la mort vient très vite, l’aphasie, l’obscurité, les volets fermés, l’immobilité. Rien ne console de ne plus boire. Depuis que je ne bois plus, j’ai de la sympathie pour l’alcoolique que j’étais. J’ai vraiment bu beaucoup. Puis ils sont venus à mon secours mais là je raconte mon histoire et je ne parle pas de l’alcool. C’est incroyablement simple, les vrais alcooliques c’est sans doute ce qu’il y a de plus simple. On est là où la souffrance est empêchée de faire souffrir. Les clochards ne sont pas malheureux, c’est une bêtise de dire ça, ils sont ivres du matin au soir, vingt-quatre heures sur vingt-quatre. Ce qu’ils vivent ils ne pourraient le vivre nulle part ailleurs que dans la rue. Pendant l’hiver 1986-1987, plutôt que de se voir retirer leur litre de rouge à leur arrivée à l’asile de nuit, ils ont préféré risquer la mort, le froid. Tout le monde a cherché pourquoi ils ne voulaient pas aller à l’asile, et c’était pour ça. Le plus dur ce n’est pas les heures de la nuit. Mais évidemment si on a une insomnie tenace, c’est là que c’est le plus dangereux. Il ne faut pas avoir une goutte d’alcool chez soi. Je fais partie de ces alcooliques qui recommencent à boire à partir d’un seul verre de vin. Je ne sais pas quel nom la médecine nous donne. Ça fonctionne comme une centrale, un corps alcoolique, comme un ensemble de compartiments différents tous reliés entre eux par la personne tout entière. C’est le cerveau qui est pris en premier. C’est la pensée. Le bonheur par la pensée d’abord et puis le corps. Il est gagné, imbibé peu à peu, et porté – c’est le mot : porté. C’est à partir d’un certain temps qu’on a le choix : boire jusqu’à l’insensibilité, la perte de l’identité, ou en rester aux prémices du bonheur. Mourir en quelque sorte, chaque jour, ou bien encore vivre.


 

[1] En francés, la palabra “porter” traduce “portar” pero también “cargar”, como se carga un cuerpo, el de un borracho después de una fiesta por ejemplo. [N. del T.]


Noticia Biográfica


Marguerite Duras (1913 - 1996) fue una novelista, dramaturga, guionista y ensayista francesa.



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