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Edición 57

"El joven Arturo" de Roberto Mac Douall



A primera vista, “El joven Arturo” puede ser un poema machista y conservador, que aboga por que las mujeres no accedan a las Escuelas Normales de la época sino que, en vez, se queden en la casa cocinando para sus maridos. Sin embargo, más allá de cierto tono anacrónico y condescendiente que usa Roberto Mac Douall para referirse a las mujeres y que hay excusarle a este poeta de finales del siglo XIX (así como hay que excusarle un cierto clasismo cuando toma la voz de la cocinera en el V canto), el poema pone de manifiesto las tensiones que se viven en un momento de cambios importantes para el país. Desde la apertura de las Escuelas Normales femeninas en 1872, la educación empieza a ser también una posibilidad y un derecho para las mujeres y esto hace que el mundo fundamentado en los roles tradicionales de género tambalee. Es un poema que habla acerca de la entrada de la modernidad a una ciudad retrógrada. Y por medio de una historia nos muestra un problema real. El texto tiene una fuerza y una ironía que absorbe y que le da un aire muy actual. Se burla de los políticos “Hizo lo que los hombres eminentes / Que quieren atrapar la presidencia; / Presentó su programa de gobierno, / Me atrapó, y el programa echó al infierno.”, se burla del lenguaje elevado “Me cansa el estilo rimbombante: / Han pasado tres años, y adelante!” (el cambio de registro cuando toma la voz de las enamoradas al leer sus cartas en los cantos III y IV es muy bien logrado, pues se siente cuánto lamenta el poeta ácido que alguien se exprese de esta manera pomposa) e incluso se burla de de sí mismo (“Y…. basta ya: de octavas estoy harto. / Aquí le pongo punto al canto cuarto.”) y en las primeras líneas sugiere que no se debe tomar tan en serio su crítica a las Escuelas Normales porque en realidad él es “muy liberal”. En 1883 este poema levantó mucho revuelo porque incluso cuestiona la religión (“Clara se opuso decididamente / A que el Cura en el lance interviniera, / Porque habiendo notario, inútil era.”). Otros poetas -algunos incluso de forma anónima- le contestaron con furia a través de más poemas. Es famoso “El Sofisma del Joven Arturo”: “Oh! tú, poeta, liberal te aclamas / (Y aun gozas del partido la prebenda) / Liberal! ¡Y así á la escuela infamas / En la tuya satírica leyenda? / Si has querido ver que en viva llamas /Arda la escuela”. ¡Imaginen una época en la cuál los asuntos de orden nacional se discutían a través de la poesía! Este es un poema largo, en octavas reales, pero es un texto que resonó bastante en el siglo XIX  y no es muy reconocido en nuestra tradición. Por esto, para la edición especial de “La poesía en Colombia”, queremos compartirlo con ustedes.

 

 

A mis lectoras

 

Yo soy muy liberal, como es sabido,

Y como todo liberal me afano

Porque el pueblo ignorante y abatido

Pueda llamarse pueblo soberano.

No es, pues, un necio móvil de partido

Lo que pone la péñola en mi mano:

Si contra las Normales muestro encono,

No se vaya á pensar que evoluciono.

 

 

Me encantan las escuelas, porque veo

Que de la libertad son el origen;

Pero, lectoras, francamente creo

Que una reforma sustancial exigen.

Que venga esa reforma es mi deseo,

Pues sé que si sus males se corrigen,

Las escuelas serán dentro de poco

De paz y libertad brillante foco.

 

 

—II—

 

Sé muy bien que la Clara de mi cuento

No es un tipo obligado en las Normales:

Chicas conozco yo de gran talento,

De muy buenas costumbres y modales,

Que son de sus maridos el contento

Y que educan familias patriarcales;

Pero de años acá se está notando

Que van las excepciones minorando.

 

 

Que haya escuelas es justo y muy bien hecho,

Mas como las escuelas son tan caras,

Hagamos de ellas algo de provecho

Y no eduquemos solamente Claras;

Pues con estas escuelas en barbecho

Las buenas pedagogas serán raras

Y tendremos después de mil afanes

Una generación de charlatanes.

 

 

Por escribir mi cuento, cierta gente

Me declara, sin duda, excomulgado:

Me meto á redentor, y es muy corriente

Que muera, como tal, crucificado.

No faltará una lengua maldiciente

Que asegure que me han apaciguado;

Y, aunque es la acusación bastante seria,

Voy á entrar, sin escrúpulo, en materia.

 

 

 

 

                              El joven Arturo

 

 

Canto I

 

Os contaré, carísimas lectoras,

Un caso que si bien no es nada extraño,

Tuvo á muchas personas habladoras

Haciendo comentarios más de un año.

Hay muchos caballeros y señoras

Que pueden declarar que no hay engaño

En esta narración: yo no la invento;

Como me consta que es, así la cuento.

 

 

Todas vosotras conocéis a Clara,

Aquella chica de mirada ardiente,

De negros ojos, de risueña cara,

Labios de rosa, despejada frente;

La que exhibiendo su belleza rara,

Dió tantos sinsabores á la gente,

Puesto que á muchos trastornó los sesos,

Y el autor de esta historia estuvo entre ésos.

 

 

Tenéis que conocerla; si, iba á misa,

Sin perder en el año ni una fiesta;

Al último repique entraba aprisa

A pasito menudo y muy compuesta;

Lanzaba al de una nave una sonrisa,

Otra sonrisa al de la nave opuesta,

Unas dos vueltas á la iglesia daba,

Y cerca del cancel se arrodillaba.

 

 

El público juzgaba caviloso

(Siempre el público juzga á su manera)

Que por mostrar su talle tan airoso

Daba esas vueltas a la iglesia entera;

Pero este es un concepto calumnioso,

Y mi pluma imparcial y justiciera

Afirma que si obraba de tal modo,

Era sólo buscando su acomodo.

 

 

Y que era bueno el puesto que elegía

Queda completamente demostrado

Con decir que no lejos se ponía

Un cierto jovencito bien plantado.

Cómodo, pues, el puesto aquel sería,

Cuando era por los dos solicitado;

Pero el público vil siempre murmura

Y halla delito en la intención más pura.

 

 

Pues bien, lectoras, la citada chica,

A pesar de ser buena y hechicera,

Y de sus diez y ocho años, no era rica,

Y por este motivo era soltera.

Ni quien lo extrañe habrá, pues bien se explica

Que no es fácil coger hoy á cualquiera;

Un hombre de razón va siempre al peso,

Ya busque una mujer, ya compre un queso.

 

 

Y es cosa natural que así suceda,

Pues hoy son las mujeres muy costosas:

En cabellos postizos, guantes, seda,

Esencias de jazmín, y nardo y rosas,

Y los polvos que vende Chaguaceda,

Las botas, los sombreros y otras cosas,

Se agotan los recursos del casado

Como en una elección los del Estado.

 

 

Y no extrañéis el símil, que es exacto;

Es muy caro el sufragio en esta tierra.

¿Se acerca una elección? Pues en el acto

Sale á lucir cuanto el Tesoro encierra.

Con un distrito amigo se hace pacto,

A un distrito enemigo se hace guerra,

Y en cumplir pactos y pagar raciones

Se gastan del Erario los doblones.

 

 

Dije ya que soltera estaba Clara,

Y no muy bien provista de reales.

Su mamá, que era vieja un poco avara,

Y que vió sus talentos naturales,

Quiso que esos talentos aplicara

A recoger la luz en las Normales:

Hizo su petición, se la acordaron,

Y en la Normal á Clara acomodaron.

 

 

Ella en los diez y ocho años que tenia

Conocía del mundo sólo un lado;

Pues su buena mamá la consentía,

Y por nada le hubiera rehusado

Una flor ó cualquiera fruslería

Que pudiera servir para el tocado;

Y viendo su toilette completa y rara,

Era dichosa la divina Clara.

 

 

(Yo bien sé que toilette es voz extraña

Que Caro mirará con gran disgusto;

Mas ya la lengua de la vieja España

Va siendo relegada,y es muy justo.

Vosotras procedéis con tanta maña,

Que arregláis el idioma á vuestro gusto,

Y hoy sólo los palurdos ignorantes

Usan la jerigonza de Cervantes).

 

 

Mas volvamos á Clara. Entró á la escuela

Con ánimo de hacerse institutora;

Y aunque mucho al principio se desvela,

Porque hermosos recuerdos atesora,

Y le hace falta el baile y la novela,

Y su perdida independencia llora,

Se hizo al fin a las armas, y con brío

Del humano saber bebió en el río.

 

 

(Digo río, lectoras, y no fuente

Como suele decirse en casos tales,

Porque debéis saber que es sorprendente

La ciencia que se bebe en las Normales;

Si corriera un arroyo simplemente,

Se hubieran agotado sus raudales,

Porque bebe esa gente de tal modo,

Que en tres años no más lo aprende todo.)

 

 

Y no es esta aserción exagerada:

Allí se aprende todo: arquitectura,

Idiomas, canto, física aplicada,

Hermenéutica, química, pintura,

Historia natural, patria y sagrada,

Legislación, estética, escultura,

Náutica, natación, relojería,

Táctica militar y astronomía.

 

 

Y muchas cosas más que yo no cuento

Por ser empresa larga y trabajosa,

Y que no está de acuerdo con mi intento;

Mas sí debe constar aquí una cosa,

Y es que á veces dedican un momento

A la labor estéril y enojosa

De enseñarles la lengua castellana,

Algo de suma y la moral cristiana.

 

 

Se comprende muy bien que esta enseñanza

Va a formar muchos hombres y mujeres

Que serán de esta tierra la esperanza.

Hay sobre esto diversos pareceres;

Pero cualquiera á comprender alcanza

A dónde llegarán aquellos seres

Que salen en tres años no completos

De palabras cientificas repletos.

 

 

Dejemos, pues, a Clara entretenida

En aspirar la ciencia á pecho abierto,

Y en soñar con la escuela prometida,

Y vamos á otra cosa…… Pero advierto

Que ya el sueño al descanso me convida,

Pues estoy de cansancio medio muerto.

Buenas noches, lectoras, aquí os digo,

Que durmáis mucho y que soñéis conmigo

 

 

 

 

Canto II

 

Tres años han pasado en raudo vuelo;

Por tres veces la tierra su camino

Recorrió por los ámbitos del cielo

Girando en torno al luminar divino;

Por tres veces fecundo nuestro suelo

Se cubrió de follaje peregrino;

Por…… Me cansa el estilo rimbombante:

Han pasado tres años, y adelante!

 

 

Recordaréis, carísimas lectoras…….

Perdonad si carísimas os llamo;

Siempre m e son muy caras las señoras

Y á mis paisanas con pasión las amo;

Todas á estimación son acreedoras:

Carísimas por eso las aclamo;

Mas si dais al vocablo otro sentido,

Digan vuestros esposos si he mentido—;

 

 

Recordaréis, lectoras, aquel mozo

Que con Clara a las misas asistía.

Por aquel tiempo le apuntaba el bozo,

Y empezaba á estudiar ortografia;

Al año no cabal, lleno de gozo,

El grado de ahogado recibía,

Que en este siglo, del vapor llamado,

Se hace en un santiamén un abogado.

 

 

Si en tiempo de las misas ya se amaban,

No he podido saberlo claramente;

Yo sólo sé que en misa se miraban,

Pero el mirar en misa es muy corriente.

Las malas lenguas de esto murmuraban,

Porque siempre ha de murmurar la gente;

Y aunque sí se miraban, en el templo

Daban de devoción un santo ejemplo.

 

 

El hecho es que durante los tres años

Que estuvo Clara en la Normal metida,

Nunca ocupó su puesto en los escaños

El tal joven; y es cosa muy sabida

Que uno de esos caprichos tan extraños

Que suelen ser frecuentes en la vida,

Hizo que á aquella iglesia no volviera

Por ir á misa de once a la Tercera.

 

 

Pero hace rato que del joven hablo,

Y he olvidado decir cuál es su nombre:

Sabed que el chico se llamaba Pablo.

A misa á la Tercera iba el buen hombre,

Y á esa iglesia llevó sin duda el diablo

(Que en las iglesias anda, aunque os asombre)

A una joven muy guapa, muy bonita.

Que llevaba por nombre Margarita.

 

 

También la conocéis, bellas lectoras;

Mas por si alguna no se acuerda de ella,

Diré que tiene formas seductoras,

Ojos de limpio azul, boca muy bella,

Una sal y una gracia arrobadoras,

Y qué dulce mirar! qué voz aquélla!

Es capaz de vencer á San Antonio,

Quien, como lo sabéis, venció al demonio.

 

 

Vió Pablo á Margarita, y al momento

Sintió que el corazón se le abrasaba:

La vida para él era un tormento;

Jueces y litigantes olvidaba;

El pobre mozo se volvió un jumento;

No comía, y las noches las pasaba

Contando los suspiros de su pecho

Y dando volteretasen su lecho.

 

 

¡Oh amor! pasión violenta que los cielos

Como castigo mandan a la tierra!

Mezcla de calma y de furor y celos,

Que el infierno y la gloria á un tiempo encierra,

¿Quién podrá resistir á tus anhelos ?

¿Quién ante tus estragos no se aterra,

Al ver cómo tus tiros han logrado

Herir el corazón de un abogado?

 

 

Y ella, la flor que al sol de la mañana

Entreabría su cándida corola,

Que en su tallo gentil se alzaba ufana,

Fresco botón de tímida amapola,

Nacida por la calle de Santa Ana,

Ella, que en el amor no daba bola,

Tiernas frases de amor oyó de Pablo,

Y su calma feliz se llevó el diablo.

 

 

Y se amaron los dos de tal manera,

Que ella de la ventana no bajaba;

Y él hizo monopolio de la aceera.

La vecindad entera se quejaba

De que aquello un escándalo ya era;

Pero esto a los amantes no importaba,

Y á despecho de quejas y razones

Siguieron ellos como dos pichones.

 

 

En ésas los tres años se pasaron

Y á Clarita, de ciencia bien henchida,

De maestra el diploma le otorgaron.

Estuvo la función muy concurrida;

Premios y peroratas prodigaron;

Clara estuvo muy lista y atrevida,

Y un tanto varonil en sus modales,

Pues la mujer se hace hombre en las Normales.

 

 

Para hacer un discurso pidió tema,

Le dieron el amor, y en un momento

Sobre el amor expuso tal sistema,

Que la juzgaron todos un portento.

Lanzó con ronca voz un anatema

Contra el sétimo inicuo sacramento,

Y presentó tan sólidas razones,

Que a más de cuatro nos volvió mormones.

 

 

Su vasta ilustración, su gran despeja,

Arrancaron aplausos a la gente,

Y hasta á los mismos miembros del Consejo;

Y no vi allí más cara displicente

Que la de un ciudadano un tanto viejo

Que echó una bendición devotamente;

Ese era, a no dudarlo, algún bolonio

De esos que creen en Dios y en el demonio.

 

 

Tengo un defecto yo que me domina :

Una curiosidad que no me deja;

El saber cuanto pasa me fascina,

Y soy tan preguntón como una vieja;

Y por eso en mi vida peregrina

He podido reunir tanta conseja,

Y a esto debo, lectoras cariñosas,

El placer de contaros estas cosas.

 

 

Yo que vi, pues, al bueno de Don Bruno

(El viejo que se echaba bendiciones)

Hacer el gesto aquél, juzgué oportuno

Pedirle sobre el caso explicaciones;

A él me acerqué sin miramiento alguno,

Y le dije:—“Señor, estas funciones

Son del progreso muestra verdadera;

¿Porqué no aplaude usted como cualquiera?

 

 

—¿Progreso? dijo mi hombre; poco á poco:

A estas cosas no llamo yo progreso,

Pues no progresa quien se vuelve loco.

Y o soy bastante viejo, lo confieso;

De la existencia en el lindero toco;

Y mirando que el mundo pierde el seso,

Veré pronto, si Dios me da más vida,

La tierra en manicomio convertida.

 

 

Antes una muchacha se aplicaba

A aprender cosas de mayor provecho:

Cortaba con primor, pedaceaba,

Y dejaba un remiendo muy bien hecho;

Las cuentas del mercado examinaba

Sin saber logaritmos ni derecho,

Y sin gastar francés y hablando en prosa,

Era, llegado el caso, buena esposa.

 

 

Pero hoy ¿quién va a pensar en la costura,

Un oficio mecánico tan bajo?

¿Y en remendar la ropa? ¡qué locura!

Puede comprarse nueva sin trabajo.

Vale más dedicarse a la escultura,

O á decir disparates á destajo,

Que á cuidar á la prole y al marido:

¡Para eso las mujeres no han nacido!

 

 

Antes era apreciada la inocencia;

Hoy se admira la charla y el descoco;

Antes se reputaba por gran ciencia

El saber hacer bien dulce de coco;

Hoy las muchachas llevan su insolencia

Hasta á tener á Flammarión en poco;

No digo á Flammarión, que es un bendito,

¡A González Miranda (alias Benito)!

 

 

Non capit muscas aquila, y por eso

Desdeñan los quehaceres de la casa;

Al cacoetes loquendi dan acceso,

Y en perorar la vida se les pasa.

La ardentia verba les perturba el seso;

Su ciencia, fulmen brutum, es escasa.

Ne fronti crede! o témpora! o mores!

Alieni (bostezó) temporis flores!

 

 

Así dijo Don Bruno, y sacudía

Con aire de congoja la cabeza;

Pablo estaba conmigo y esto oía

Mirando al viejo aquél con extrañeza;

La cólera que el pecho le roía

Estalló al fin, y dijo con rudeza:

—Dejemos este viejo: está beodo,

O perdió la razón, ó es ultragodo.

 

 

Luégo acercóse á Clara muy afable,

A darle el parabién seguramente,

Por su grado tan bueno, tan notable;

La mano le estrechó muy cordialmente,

Y estuvo al parecer bastante amable,

Pues la chica, á despecho de la gente,

Le lanzó una sonrisa encantadora.

Propia de una moderna institutora.

 

 

Y por hoy lo bastante os he contado,

Y os calculo aburridas con mi historia.

Si charlo como charla un diputado.

Espor legar al mundo mi memoria.

¡Cuántos hablando mucho han alcanzado

Para Su nombre perdurable gloria!

Yo también en charlar mi gloria fundo,

Y aquí acaba el capítulo segundo.

 

 

 

 

Canto III

 

Una hermosa mañana de verano,

Cuando en Oriente el sol con sus fulgores

Bañaba el Monserrate soberano,

Cuando vagando el cénfiro entre flores

El beso matinal les daba ufano,

Y entonaban los pájaros cantores

Esos trinos de amor y de alegría

Con que saludan al naciente día;

 

 

Cuando aun estaba la feraz llanura

De niebla ligerísima cubierta,

Cuando sentía apenas la natura

El ósculo del sol que la despierta;

Cuando yo disfrutaba la ventura

De dormir á mis anchas, en la puerta

Dieron un aldabazo estrepitoso

Que interrumpió mi sueño delicioso.

 

 

—Caramba! dije yo (por tal vocablo

Os pediré, lectoras, mil perdones;

Sabed que en tales términos no hablo

Sino en determinadas ocasiones).

—¿Quién es? —Traigo una carta de Don Pablo.

—Dámela.—Y al fijarme en sus renglones

Salté del blando lecho con presteza

Y á despecho del frío y la pereza.

 

 

Y a fe que aunque el billete no era largo,

Pues dos lineas apenas contenía,

Era muy alarmante, sin embargo,

Y por él claramente se veía

Que se hallaba su autor en trance amargo,

Aunque cuál era el trance no decía;

Helo aquí:“Ven, que la ansiedad me mata.

To be or not to be—Pablo Zapata.”

 

 

Qué será lo que pasa? santo cielo!

Pensaba yo al vestirme á la carrera.

Si será que lo llaman a algún duelo………

Bien puede ser, porque es un calavera;

Pero…… muestra por verme tal anhelo,

Que no es posible…… no, pues si tal fuera,

No á mi, sino al Alcalde del distrito,

Hubiera remitido el papelito.

 

 

Además, Pablo no es por el presente

Ni cónsul, ni ministro ó secretario;

Pues bien sabéis, lectoras, que esa gente

Ve en el duelo ejercicio necesario:

Por quítame esas pajas, ferozmente

Llaman a mortal riña á su contrario.

Por fortuna la atroz carnicería

Logra siempre evitar la Policía.

 

 

Recuerdo al fin que hay nuevo ministerio,

Y que á Pablo remueven me imagino;

Y viendo que es el caso más que serio,

A su casa ligero me encamino.

— Qué es? exclamo al llegar, ¿qué es el misterio?

Qué te sucede, Pablo? tu destino………

—Mi destino lo quiere!—y dando un paso

Con voz de trueno, concluyó:—Me caso!

 

 

— Cómo ! Te casas? y con quién ?—Con Clara.

—Con Clara, que es tan pobre?—Te equivocas,

Es finca productiva………—Cosa rara!

— Su cara y su instrucción no son bicocas,

Y con sus atractivos y su cara

Le darán una escuela como pocas;

Y sesenta por mes es mucho cuento:

Interés de tres mil al dos por ciento.

 

 

Era el cálculo aquél tan convincente,

Tan completo en detalles y en conjunto,

Que juzgné como cosa más prudente

No entablar discusión sobre el asunto.

Me quedaba una duda simplemente,

Y con el fin de esclarecer el punto,

Le dije:—¿Y Margarita,que es tan bella?

— ¿Te gusta……?—Sí !—Pues cásate con ella.

 

 

—Hombre!—¿Yo que soy todo un abogado,

Un hombre que sesenta pesos gana;

Yo que soy secretario de un juzgado

Y que talvez á juez llegue mañana,

He de unirme a una niña que ha pasado

Su vida por la calle de Santa Ana,

A una chica que nunca tuvo un peso,

Y no ha entrado en la senda del progreso?

 

 

Para que las conozcas plenamente

Y puedas apreciar la diferencia

Que hay entre Margarita, la inocente,

Y Clara, la mujer de mundo y ciencia,

Estas cartas compara atentamente.

Y así diciendo, puso en mi presencia

Dos cartas: una en letra muy cursada,

Y otra en letra redonda y apretada.

 

 

Como yo sé muy bien, lectoras bellas,

Que es la curiosidad vuestro pecado,

Las dos cartas de amor de mis doncellas

Os mostraré de un modo reservado;

Si alguna vez os encontráis con ellas,

No les digáis que yo las he mostrado,

Pues las mujeres lo perdonan todo,

Menos que las exhiban de este modo.

 

 

La carta de la pobre Margarita,

Que fué la que en mi afán abri primero,

En papel ordinario estaba escrita;

Y la letra, formada con esmero,

Era, como ya dije, menudita;

Fechada en Bogotá y a diez de Enero,

Decía encima de la fecha: Urgente,

Y el tenor de la carta era el siguiente:

 

 

“Mi muy querido Pablo: Hace diez días

Que no vienes a verme y ya lo extraño.

Antes, de nuestra cuadra no salías,

Y esto me ocasionó más de un regaño,

Pues tanto mi mamá como mis tías,

Que tienen un carácter muy huraño,

No vieron nunca bien que me asomara

A la ventana, y que contigo hablara.

 

 

“Yo entonces desdeñaba sus consejos,

Creyendo que sus quejas y razones

Eran puras chocheces de los viejos,

Y no me preocupaban sus sermones,

Porque confiaba en ti y estaba lejos

De temer tan amargas decepciones:

Hoy ya sé que perjuro me engañaste,

Y que de mi inocencia te burlaste.

 

 

“¡Gran triunfo conseguiste! grande hazaña

Es despertar una alma que inocente,

Al desengaño y al pesar extraña,

A sus sueños se entrega dulcemente,

Y arrancarle la fe que la acompaña,

Encendiendo un amor intenso, ardiente,

Y mintiéndole mundos de ventura,

Para hundirla después en la amargura!

 

 

“ Yo te sabré olvidar cual me olvidaste,

Pagaré con desprecio tu falsía;

Mas si mi dulce fe me arrebataste,

¿Dónde hallaré la calma en que vivía?

Si la duda en mi espíritu sembraste,

¿En quién podrá creer el alma mía?

¿Podré volver a amar cuando la duda

Me rompe el alma con su espina aguda?

 

 

“ Si alguna vez te sume en el despecho

De un ser a quien amaste, el abandono,

Comprenderás el mal que á mi me has hecho.

Adiós! al olvidarte te perdono,

Pues sabes que no cabe en este pecho

Ni por tan negra ingratitud encono.

Dispensa que ésta vaya mal escrita

Y no pienses jamás en Margarita.”

 

 

—¡Qué chica, santo Dios! Hombre, Zapata,

Dije yo al terminar, eres un pillo!

—Yo sé muy bien que mi desdén la mata,

Me dijo componiendo un cigarrillo,

Y arreglando los pliegues de su bata;

Pero si á Clara no le da al tobillo.

Antes de que pronuncies la sentencia

Lee su carta y verás la diferencia.

 

 

En un papel muy lleno de labores,

Que un Cupido llevaba en cada esquina,

Y por todo el contorno aves y flores

De forma caprichosa y peregrina

Y de variados tintes y colores,

Y escrita en una letra masculina,

Una epístola hallé que íntegramente

Transcribo en el capitulo siguiente.

 

 

 

 

Canto IV

 

Mi carta, que es feliz, pues va á buscaros,

Cuarta os dará de la memoria mía,

De esta infeliz mortal que por amaros

Se escapó de una buena pulmonía.

La noche que al balcón salí a esperaros

Era una noche destemplada y fría,

Y como yo salí desabrigada,

Estoy con una tos endemoniada.

 

 

“Pero sufro con gusto mi tormento,

Y no maldigo mis terribles males,

Porque sufro por ti (lectoras, siento

Que así mezcle pronombres personales;

Pero á ser libres como el raudo viento

Aprenden las que van á las Normales,

Y si la libertad les es simpática

¿Porqué han de esclavizarse á la gramática?)

 

 

“Porque sufro por ti, mi dueño amado,

Y por ti fuera dulce hasta la muerte.

Si tus dulces palabras he escuchado,

Si al pie de mi balcón logré yo verte,

Bendigo este catarro que me ha dado,

Y bendiga mi tos constante y fuerte,

Pues si por ella en el sepulcro me hundo,

¿Que haya un cadáver más qué importa al mundo?

 

 

“Lejos de ti mi vida se consume

Sin tu amor, sin tu vida, sin tu aliento,

Cual la flor sin rocío, sin perfume,

Marchita deshojada por el viento;

Así, pues, fácilmente se presume

Lo desgraciada que sin ti me siento;

Ven á verme esta noche: tu tardanza

Marchitará la flor de mi esperanza.

 

“Yo te amo, sí, porque eres inocente,

Porque eres bello cual la flor temprana;

Venid, que nos veamos es urgente,

Porque tengo de hablarte mucha gana;

Y si no vienes hoy precisamente,

En sucio polvo dormirá mañana

Esta pobre mujer ¡ay! que te adora,

Y que en este momento por ti llora.

 

 

“Era mi vida el lóbrego vacío,

Era mi corazón la estéril nada;

Pero me viste tú, dulce amor mío,

Y creóme un universo tu mirada.

¿Porqué me pagas con desdén impío?

¡Ah! comprendo!……de ti no soy amada!

Me olvidaste!……Malditos veintiún años,

Funesta edad de amargos desengaños!

 

 

“El corazón del hombre es una lira

Dispuesto á producir cualquier sonido;

Me amaste? Nó!……Tu afecto fué mentira.

Me olvidas? Si!……M e hundiste en el olvido!

Ven esta noche,si piedad te inspira

Este mi pobre corazón herido;

Ven, y si nó la guerra te declara

Tu Safo que te adora— Tuya— Clara.”

 

 

Hombre! qué te parece? dijo Pablo

Con sonrisa de orgullo satisfecho.

— Vaya! le dije: francamente te hablo:

Yo pensé que eras hombre de provecho,

Y hoy juzgo que mereces un establo,

A pesar de tu grado y tu derecho;

Tú jamás pasarás de Congresista,

Porque eres una bestia nunca vista.

 

 

Hizo una mueca de desdén horrible,

Me miró de los pies á la cabeza,

Y me dijo con lástima: — ¿Es posible

Que llegue hasta tal grado tu torpeza?

¿Conque ese amor profundo, indescriptible,

Que insinúa con tal delicadeza,

Pedazo de animal, no prueba nada?

—Sí: prueba que tu Safoes muy zafada.

 

 

—Pues decidido estoy.—Eres un bruto.

Yo opino que es mejor que reflexiones.

—No te pido consejos, no disputo;

No me han de convencer tus opiniones.

—A tu barbaridad pagas tributo.

—Caballero………—Zapata, mis razones

Debes oír………—No tal. Sal al momento.

—Conque………—Estoy decidido.—Pues lo siento.

 

 

Y para esto dejé mi blando lecho,—

Pensaba yo bajando la escalera—

¿Se casa? pues que le haga buen provecho;

Pero es negra la suerte que le espera.

En fin! resuelto está, y á lo hecho, pecho.

Tratar de convencerlo inútil fuera,

Que el que es del libre examen partidario,

Juzga el examen siempre innecesario.

 

 

Dos semanas después en La Reforma,

Que tiene un cronicón que nunca miente,

Y que de cuanto pasa nos informa,

Vi que estaban casados civilmente

Por un juez ó notario, en toda forma.

Clara se opuso decididamente

A que el Cura en el lance interviniera,

Porque habiendo notario, inútil era.

 

 

Una tarde, al salir de la oficina,

Vi á Pablo que, ligero como un gamo,

Cruzaba de la plaza por la esquina;

Corro al punto tras él, le grito, llamo,

Y mientras más lo llamo, más camina.

—Atajen á ese hombre!—al fin exclamo,

Y él, temiendo tal vez que se juzgara

Que es reo fugitivo, al fin se pára.

 

 

No es el Pablo, carísimas lectoras,

Que antes iba el domingo a la Tercera,

No es el de las miradas seductoras,

No es el de la capul tan hechicera;

Su faz antes risueña á todas horas,

Es hoy adusta, tétrica, severa;

Su traje antes tan pulcro, está mugriento.

¡Cómo transforma al hombre el casamiento!

 

 

— ¿ Cómo te va, Pablito? ¿Qué tal Clara?

Le dije;—á dónde vas tan afanado?

—A casa, contestó con una cara

Cual la del reo a muerte condenado.

—Perdóname que á gritos te llamara.

¿Qué es de tu vida?—Estoy muy ocupado.

—En gozar del edén del matrimonio?

—Véte con tus edenes al demonio!

 

 

—¿Qué tienes? ¿Qué desgracia ha sucedido?

—Que voy á suicidarme!—¡Qué locura !

¿La causa?—No es bastante ser marido?

—Cuéntame, pues, tu amarga desventura.

— No puedes concebir lo que he sufrido.

—Empieza, pues……—Hoy no.—¿Se te figura

Que puedo disponer de una hora entera?

Ya son las tres! ¡Adiós! Clara me espera.

 

 

Y salió disparado calle abajo;

Corrí á alcanzarlo, pero inútilmente;

Y juzgando perdido mi trabajo,

Me fuí para mi casa lentamente,

Meditando con aire cabizbajo

En el pobre Zapata y su presente,

Y…. basta ya: de octavas estoy harto.

Aquí le pongo punto al canto cuarto.

 

 

 

 

Canto V

 

¡Cómo pasan las horas de alegría

Que nuestra mente juvenil halagan!

¡Cómo forja la ardiente fantasía

Sueños de gloria que al nacer se apagan

Cual los celajes que al venir el día

Por el azul del firmamento vagan!

Así exclamaba yo pensando en Pablo,

Y viendo ya su dicha dada al diablo.

 

 

Aquellas ilusiones de ventura,

Aquel tranquilo hogar de sus amores,

Aquella esposa tan gentil, tan pura,

Que iba á regar en su sendero flores,

Que iba á alejar de su alma la amargura;

Que iba á llenar su cielo de fulgores,

Todo eso fué mentira; no hubo nada,

Pues salió la Clarita endemoniada.

 

 

Para que no digáis que yo exagero,

Y que tengo por Clara antipatía,

Yo que soy con las damas justiciero,

Como más de úna declarar podría,

Íntegramente transcribiros quiero

La epístola en que Pablo describía

Su vida miserable y enojosa,

Y las mil perfecciones de su esposa.

 

 

“A referirte voy mis amarguras,

¡Porque yo sé muy bien que eres mi amigo,

Y que a pesar de las palabras duras

Que sin justa razón usé contigo,

Hoy, olvidando todas mis locuras,

Y mis tontos caprichos que maldigo,

Verás con interés mi amargo duelo,

Y acaso m e darás algún consuelo.

 

 

“A pesar de tus justas reflexiones,

Con Clara me casé: yo suponía

Que una mujer con tantas perfecciones

Felicidad y calma me daría;

Ella me hizo promesas a montones,

Me hablaba de lo dulce que sería

Nuestro futuro hogar, nido sagrado,

Por nuestro mutuo afecto iluminado.

 

 

“Formó quinientos planes excelentes

Para hacer deliciosa mi existencia;

En discursos floridos y elocuentes

Prometió respetar mi independencia.

Hizo lo que los hombres eminentes

Que quieren atrapar la presidencia;

Presentó su programa de gobierno,

Me atrapó, y el programa echó al infierno.

 

 

“ Apenas vió ligada nuestra suerte,

Cuando olvidando todo compromiso,

Las riendas empuñó con mano fuerte.

Yo nada puedo hacer sin su permiso;

Y ella entra y sale, y baila, y se divierte,

Y juzga innecesario darme aviso.

Y así tiene que ser, que en las Normales

Hay libertades ultra—liberales.

 

 

“¡Y mi vida de hogar si que es sabrosa!

Yo tengo que coser mis pantalones,

Porque Clara, ni riesgo que los cosa:

Yo pego á mi levita los botones,

Y hasta las mismas medias de mi esposa

He remendado en varias ocasiones.

¡Yo, que soy secretario de un juzgado,

Me he visto á tales cosas obligado!

 

 

“Es en casa la escoba mueble extraño:

Clara su utilidad no ha comprendido;

Hace que nos casamos medio año, .

Y en seis meses la casa no ha barrido!

Y yo que entre la mugre no me amado,

Estoy entre la mugre consumido.

¿Pero qué? Clara habita el quinto cielo,

Y no fija sus ojos en el suelo.

 

 

“Las criadas son poderes soberanos

Que gozan de completa autonomía;

La cocina y despensa son arcanos

Que Clara no conoce todavía;

Ella no emplea sus preciosas manos

Sino en acicalarse todo el día,

Y en escribirle cartas á Teodora,

Que es una vecinita á quien adora.

 

 

“¡Y qué cartas, gran Dios! Voy á contarte

Una historia terrible, escandalosa;

El recordarla el corazón me parte,

Porque, á pesar de todo, amo á mi esposa;

Pero he querido mi dolor mostrarte,

Porque conozco tu alma generosa:

Cuando yo era feliz, fuiste mi amigo,

Ahora que lloro, llorarás conmigo.

 

 

“ Dos semanas hacía que notaba

Que no era mi mujer la misma de antes,

Ya poco del vestido se cuidaba,

Y llegó hasta á salir sin calzar guantes.

De día, como siempre, me celaba;

Mas de noche, con voces insinuantes,

Me decía ser justo que saliera,

Y á hacer visitas ó al tresillo fuera.

 

 

“ Yo vi en todo esto un cambio favorable.

La regeneración se estaba usando,

Y juzgué como cosa muy probable

Que Clara se iba ya regenerando.

Como era en sus instancias muy afable,

Yo comencé a salir de cuando en cuando,

Y como por salir no hubo reproches,

Acabó por salir todas las noches.

 

 

“Mas la ingrata burlaba mi inocencia;

Yo la creía ya regenerada,

Y vino a demostrarme la experiencia

Que eran sólo un ardid de la taimada

Aquella no común condescendencia

Y aquella confianza ilimitada;

La regeneración que vi en mi esposa

Fué sólo una catástrofe espantosa.

 

_

 

“ Una noche, al salir para el tresillo,

Con una criada tropecé en la puerta,

Y a la pálida luz del cigarrillo

Vi que la susodicha era una tuerta,

Criada de Teodorita de Rosillo.

—Qué quieres?—dije yo con voz incierta,

Y ella me contestó:—Doña Teodora

Esta carta le manda á la señora.—

 

 

“Yo, como es natural, saber quería

Qué asunto tan secreto y tan urgente

Era el que entre las dos se debatía,

Pues, como dije ya, constantemente

Clara á su amiga cartas escribía

Que ésta le contestaba diariamente.

Tomé la carta, me la eché al bolsillo,

Hice que entraba, y me largué al tresillo.

 

 

“A la luz del farol de la escalera

Leí aquel billete de Teodora,

Y al fijarme, en la página primera,

¡Maldición! dije en voz atronadora;

Al oírme salió la cantinera,

—¿ Qué fué?—dijo—La pena me devora.

—Le ha dado á usté algún mal? ¿Qué es lo que siente?

—¡Mil cuernos!—dije, y me cogí la frente.

 

 

“Y sin querer oírle más razones,

Salgo con tal carrera, que por poco

Me desnuco al bajar los escalones;

Las calles atravieso como un loco,

Repartiendo codazos y empellones;

A casa llego, la campana toco,

Y después de tocar una hora entera,

Sale por fin á abrir la cocinera.

 

 

“—¿Dónde está mi mujer? ¿Dónde está Clara?

¡Responde! que la furia me devora—…

La cocinera me miró a la cara,

Y contestó con calma matadora:

—Yo no sé, me llamó pa que trancara,

Y como siempre sale mi señora

Sin decir onde va, toy ínorante

De onde pueda incontarse en este estante.

 

 

—“¿Sale todas las noches?—Al momento

Que su merce se va, coge camino—.

—No hay duda, entiendo ya su fingimiento:

Para eso me despacha á mi al Casino—…

Y el billete que causa mi tormento

Leo otra vez; que sueño me imagino:

Dice: ‘Ven esta noche, pues te juro

Que podrás, á tus anchas,ver á Arturo.

 

 

“ ¡Arturo! este es el nombre……” Pero basta;

Este canto va siendo interminable,

Y aunque tengáis, lectoras, buena pasta,

Al fin esta mi charla perdurable

Vuestra paciencia sin remedio gasta.

En el canto siguiente es muy probable

Que acaben de Zapata las querellas.

¡Hasta mañana, pues, lectoras bellas!

 

 

 

 

Canto VI

 

Dejamos á Zapata sepultado

En hondas y penosas reflexiones.

Creo que había el infeliz llorado

Al trazar de su carta los renglones;

Pues con huellas de llanto he tropezado;

Pero éstas sólo son suposiciones.

Vamos ahora a ver cómo seguía

La carta en que sus penas describía:

 

 

“¡Arturo! este es el nombre maldecido

Que lleva mi rival; por él la ingrata

Sus promesas de amor echa en olvido;

Por él mis bellas esperanzas mata;

Por él está mi honor escarnecido;

El lo que me es más caro me arrebata:

Honra, calma y amor, todo me quita.

¡Voy á morir! ¡mi suerte está maldita!

 

 

“¿Y pude yo contar con la ternura

De una mujer que ha estado en las Normales,

Y que se ha ejercitado en la escultura,

Copiando de modelos naturales,

Que cree que es el alma una impostura

Que el orgullo inventó de los mortales,

Y que es el corazón sencillamente

Una bomba aspirante é impelente?

 

 

“¿Puede sentir afecto quien opina

Que el padre de los hombres es el mono,

Y siguiendo de Dárwin la doctrina

Contempla con desprecio y con encono

A aquél que tales cosas no imagina,

O de origen más alto se da tono?

¿Aquella á quien el hombre importa un nabo

Si no le encuentra gérmenes de rabo?

 

 

“¡Arturo!……¿Quién es él? ¿Quién así mata

La más dulce visión del alma mía?

¿Quién por vano capricho me arrebata

Los dulces sueños que forjaba un día?

¿Quién me roba el afecto de la ingrata

que amarme eternamente prometía?

He de saber quién es, y entonces, juro

Que se ha de arrepentir el tal Arturo.”

 

 

“Así pensaba yo, y al fin el sueño,

Que es el consolador del afligido,

Me empezó á consolar con tal empeño,

Que á poco rato me quedé dormido;

Y olvidado del nombre y de su dueño,

Ronqué como un lirón; pero el rüido

De una persona que en el cuarto hablaba,

Me arrancó del placer que disfrutaba.

 

 

“Tú que has leído a Byron con frecuencia,

Te acordarás de aquella Parisina

Que de un sueño fatal bajo la influencia,

Le cuenta el loco amor que la domina,

A su marido, un hombre sin conciencia,

Quien, por esa su charla peregrina.

La entrega sin más fórmula al verdugo,

Y muere con su amante, un tal Don Hugo.

 

 

“Pues bien, como el marido de mi cuento,

Escuché yo á mi esposa que decía,

Hablando en sueños y con dulce acento:

‘¡Arturo! ¡hermoso Arturo! ¡estrella mía!’

¡Oh! yo te juro que en aquel momento

Sentí no haber nacido en la Turquía,

Para poder coger á la culpada

Y hacerla picadillo con mi espada.

 

 

“Al otro día, estando en el juzgado,

Vi llegar á un sujeto muy panzudo,

Metido en un gabán bastante usado,

Con un sombrero que tiraba á embudo,

Y de un paraguas formidable armado.

Se acercó a mi, y en tono campanudo

Me dijo:—¿Me permite mi expediente?

—¿Cuál ?—El de Don Arturo Sanclemente.

 

 

“—Arturo !—bramé yo—¡Sangre de Cristo !

— ¿Porqué se admira usted ? — Yo no …… por nada.

—¿ En dónde vive usted?—Qué! ¿no me ha visto?

Si mi casa a la suya está pegada.

—Él es!—exclamo—él es!—y al punto embisto

Contra aquel hombre, quien, con voz pausada,

Me dice:— Caballero, poco a poco:

¿Porqué me ataca usted? ¿Se ha vuelto loco?

 

 

“ Y enristrando el paraguas que tenía,

Para los golpes que le asesto en vano.

—Vil ladrón de mi calma y mi alegría—

Gritaba yo—defiéndete, villano.—

Y él siempre su paraguas esgrimía.

Al fin sobre su rostro dió mi mano,

Y él descargó tal golpe en mis costillas,

Que me hizo ver quinientas candelillas.

 

 

“Item más: aquel golpe inesperado

Mi equilibrio rompió de tal manera,

Que al pie del vencedor quedé postrado,

Víctima triste de su saña fiera.

Y de allí, con un ojo magullado,

Roto el gabán y la camisa afuera,

Me alzaron entre el juez y el escribiente

En medio de las risas de la gente.

 

 

“Y yo lleno de polvo, medio muerto,

Con tres ó más costillas fracturadas,

Un chichón en la frente, casi tuerto,

Y con las faldas sucias y rasgadas,

Salí de la oficina… ¡ay! y te advierto

Que están sus puertas para mi cerradas,

Pues enfadado el juez, ha decidido

Que quede sin demora removido.

 

 

“Y sufriendo dolores infernales,

Aguantando las pullas de la gente,

Que siempre goza en los ajenos males,

Atravesé las calles lentamente,

Y al pisar de mi casa los umbrales

Vi a Clara que salía alegremente,

Y me dijo al mirarme tuerto y cojo:

— ¿Has tenido algún lance con Perojo?

 

 

“—¡Infiel !—exclamé yo con voz terrible—

Ven á gozarte en tu obra, maldecidal

Tú, sólo tú, con tu traición horrible,

Has hecho un duro infierno de mi vida.

¡Y de mi mal te burlas! ¿Y es posible

Que goces con mis males, fementida?

—No hay duda—dijo—ha andado este muchacho

Con la Créme de la Créme y está borracho.

 

 

— “No finjas, no pretendas engañarme;

Conozco tu traición perfectamente.

—Pero ¡hombre! si quisieras explicarme……

— ¿No conoces a Arturo Sanclemente?

—Sí, hasta suele á veces saludarme;

—Pero eso no me explica……—¡Qué impudente!

Es tu amante.—¡ Mi amante! ¡Mientes, Pablo!

—Calla, calla mujer, ó vive el diablo!……

 

 

“Esto dije, y di un paso; ella, indignada,

Retrocedió buscando cualquier cosa;

Pero yo le piqué la retirada;

A] fin en un rincón mi santa esposa

Encontró aquella escoba rezagada

Que te dije que en casa estaba ociosa.

Por la primera vez la vi en su mano,

Y me dió un escobazo soberano.

 

 

—“Aprende—dijo—á usar con tu señora

Ese lenguaje vil y esos modales;

Busca donde vivir; dentro de una hora

Pasarás de esta casa los umbrales;

Ya no soy tu mujer; pues sin demora

Voy á que nuestros justos tribunales

Me liberten de ti. Seré soltera,

Y mañana me caso con cualquiera.—

 

 

“Y me echó de mi casa hace dos días.

En el Hotel Francés me he refugiado;

Y en medio de mis muchas agonías,

Me consuelo al mirarme descasado.

Esta es la historia de las penas mas:

No sé bien si he perdido ó he ganado:

Mirarme sin destino es triste cosa,

Pero es muy dulce verme sin esposa.”

 

 

 

 

Canto VII

 

Al dar las tres pensé que era corriente

Ir á Ver á Zapata; entré a su alcoba,

Y lo encontré ocupado asiduamente

Con tuétanos y vino soba y soba

Unos cuantos chichones que en la frente

Le hizo salir su Clara… con la escoba.

—¿Conque es cierto?—le dije— ¡pobre Pablo!

—¡Atrás! ¡atrás!—gritó —¡mujer del diablo!

 

 

Y aquí caben los puntos consabidos

En las nuevas novelas tan usados,

Esos puntos que son tan socorridos,

Sobre todo en los casos apurados.

Haced cuenta, lectoras, que seguidos

Halláis quinientos puntos salpicados

Con veinte admiraciones (y aun es poco)

Y continuad después. ¡¡¡Estaba loco!!!……

 

 

¡Loco! ¡loco! lectoras. Me horripilo

Al pensar que así puedan las Normales

Hacer que un ciudadano tan tranquilo,

De tan buenas costumbres y modales,

Vaya á acabar su vida en el Asilo,

Sin que pueda volver a sus cabales,

Pues se sabe muy bien que la locura

De la Escuela Normal no tiene cura.

 

 

Me fui a buscar a Clara prontamente

Para darle noticia tan ingrata,

Y meditaba el modo más prudente

De decirle el estado de Zapata;

Pues (yo pensé); si lisa y llanamente

Le cuento el caso, la aflicción la mata;

Es bueno prepararla de algún modo,

Y con cautela referirle todo.

 

 

Mas la encontré tan llena de alegria,

Que juzgué que aunque el golpe era muy duro,

Ella todo su mal resistirla…

Por otra parte, la cuestión de Arturo,

Enfadado con ella me tenía

Y resolví salir de aquel apuro

Diciéndole:—Señora, se ha lucido:

Volvió loco, de atar, á su marido.

 

 

—Yo? ¿Yo lo he vuelto loco? ¡Qué impostura!

El nunca tuvo su razón completa.

—Sí; dice usted verdad, pues su locura

Probó con enlazarse á una coqueta.

—¿Viene usted á insultarme? ¿Se figura

Que puedo tolerarlo?—Vamos! ¡quieta!

Usted engañó á Pablo…… —¡No; lo juro!

— ¿Qué eran, pues, sus delirios con Arturo?

 

 

—¡ Ah! ¿No puede una niña que ha estudiado

En la Escuela Normal astronomía,

Cultivar esa ciencia con cuidado?

Pues sepa usted que estudio noche y día.

Y que al fin mis esfuerzos han logrado

Resolver una duda que tenía

Sobre Arturo y su órbita, pues ella……

—¿Pero quién es Arturo?—Es una estrella.

 

 

La estrella más brillante del Boyero,

Que es la constelación que queda al frente

Cuando usted mira……— No,verla no quiero,

Que no estoy para estrellas al presente.

Sale usted por la noche, á lo que infiero;

¿A dónde diablos va?—Frecuentemente

Me voy á manejar el astrolabio

Con un amigo reputado sabio.

 

 

Y como hoy los astrónomos de Europa

No saben si es esfera ó es embudo

Ese palio de azul que nos arropa,

A ese amigo, que es hombre muy sesudo,

Y que lleva la ciencia viento en popa,

Sometieron el caso, y él no pudo

Resolver la cuestión, y me ha llamado

A decidir el punto disputado.

 

 

Y después de prolijas discusiones,

Y de estudiar el punto noche y día,

Hoy sabemos que son unos chambones

Todos los que en cuestión de astronomía

Han formulado leyes y opiniones:

Newtón lo que es un astro no sabía,

Fué el pobre Galileo un majadero,

Herschell un bruto,y un patán Keplero.

 

 

Flammarión algo sabe, lo confieso,

Mas, como los demás, está engañado;

Juzga al cielo redondo como un queso,

Cuando en este hemisferio es prolongado.

Cita mil leyes; pero ¿qué hay con eso?

Si ya nosotros hemos demostrado

Que el cielo de Colombia es puntiagudo

En virtud de una ley.—La del embudo.

 

 

¿Pero Arturo?—Ya he dicho que es estrella.

—Pablo creyó otra cosa…..—Lo deploro.

—Y porqué hasta dormida hablaba de ella?

—Porque su luz resplandeciente adoro.

¡Oh! si la viera usted cómo descuella

En su constelación……—¿ Es la del Toro?

—Del Boyero.—Es lo mismo. No hay remedio

En una ú otra hay astas de por medio.

 

 

—Voy á explicarle a usted la diferencia

Que hay del Toro al Boyero……—No, no; basta;—

Y sintiendo ya escasa mipaciencia,

Aunque soy hombre de mediana pasta,

Me salí renegando de esa ciencia

Q u e en esta tierra sin piedad se gasta,

Y que hace un tinterillo de un muchacho

Y de una pobre niña un marimacho.

 

 

 

 

Epílogo

 

Es cosa muy usada y muy corriente

Poner á todo cuento corto ó largo

Un epílogo; así es que en el presente

No ha de faltar, lectoras; sin embargo,

Como está fatigada ya mi mente,

Y ya para escribir me veo amargo,

En pocos versos trataré el asunto,

Y á la historia presente pondré punto.

 

 

Pablo ha estado en San—Diego más de un año.

Don Bruno, aquel sujeto que miraba

A Clara con un gesto tan huraño,

Y que con voz dooliente se quejaba

De que se olvida la moral de antaño

Que, antes de haber Normales se enseñaba,

Es hoy en su moral menos severo,

Y es de Clara el sostén y consejero.

 

 

Clara vive en la calle del Hospicio,

En una tienda asaz desaseada;

No he podido saber cuál es su oficio,

Pues de día la tienda está cerrada;

Por las noches, sentada sobre el quicio,

Con pañolón azul arrebozada,

Y diciendo al que pasa: —Adiós, mi gloria

Suelo ver a la niña de mi historia.

 

 

De las cinco personas de que hablo

En las estrofas del presente cuento,

Tenemos, pues, al infeliz de Pablo

Sin pizca de razón, hecho un jumento;

A su querida Clara, dada al diablo,

Debiéndole á Don Bruno su sustento,

Y de Don Bruno el público murmura

Que no es su santa caridad muy pura.

 

 

¡Oh lectoras queridas! ¡Cuántos males,

Cuántas desgracias han sobrevenido,

Sólo porque á una niña en las Normales

Le pervierten las ciencias el sentido!

Se le enseñan nociones generales

De todo cuanto existe ó ha existido,

Y al fin es su cabeza la petaca

Que contiene los bienes de la Urraca.

 

 

En cuanto á Margarita, flor hermosa

Que creció oculta en el hogar bendito,

Sin que su frente pura y candorosa

Empañara con su hálito maldito

El viento mundanal…… Aquí una cosa

Que prometáis, lectoras, necesito,

Y es tener en sigilo el más completo

Lo que voy a contaros en secreto;

 

 

Pues es cosa que sabe el mundo entero

Que es uno por las damas atendido

Mientras tiene la fama de soltero,

A u n siendo tuerto, sordo y desabrido,

Pero que pasa á ser un majadero

Al momento que saben que es marido.

Con vosotras sucede de. otra sue-rte

Por mil razones que cualquiera advierte.

 

 

Cuando Pablo por Clara cautivado

Se olvidó de la pobre Margarita,

Pensé que era muy justo y acertado

Que yo hiciera á la niña una visita.

A! ver su amor primero desdeñado,

¡Cuánto no habrá sufrido, pobrecita!

Iba yo repitiendo una mañana

Al subir por la calle de Santa—Ana.

 

 

Pero encontré a la víctima inocente

Con la cara de pascua más completa;

Habló de Pablo, de su unión reciente,

Y dije que era Clara una coqueta;

Margarita mostróse indiferente,

Me pareció muy digna, muy discreta,

Tocó dos valses y cantó “El Pirata,”

Y héme aqui de suplente de Zapata.

 

 

Me cautivó con su divino porte,

El alma me encendió con su mirada,

Y……Es tiempo ya de que la historia corte

Y voy a terminar de una plumada:

La hermosa Margarita es mi consorte,

Y en el número 3, Calle Tapada,

Vivimos muy felices á estas horas,

A la disposición de mis lectoras.

 

 

 

 

Fin


Noticia Biográfica


Roberto Mac-Douall (1850, Zipaquirá – 1921)​ fue un poeta y polí­tico colombiano. Fue miembro de la sociedad literaria Liceo Hidalgo, y de la sociedad artí­stica y literaria que fundó el poeta mexicano Manuel Acuí±a. Diputado a la asamblea del Estado Soberano de Cundinamarca en 1872, ocupó los cargos de Secretario de la Gobernación, y Secretario del Banco de Crédito hipotecario en 1885. En 1879 fue el vicecónsul de México en Bogotá. Además de “El joven Arturo”sobresale su poema “Luisa”.



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