TEXTOS

Anterior
Volver al inicio
Siguiente


Edición 26

Poemas memorables “olvidados” por José Manuel Arango



Por Luis Hernando Vargas Bogotá, abril 29 de 2016

 

Una de las novedades que ofrece José Manuel Arango: Poesía (Instituto Caro y Cuervo, 2015) es la sección “Textos publicados alguna vez y no recogidos posteriormente por el autor”. Se trata de catorce poemas, diez de los cuales no aparecen en las recopilaciones llamadas Poesía completa de la Universidad de Antioquia (Medellín, 2003 y 2007) y Sibila-BBVA (España, 2009).

 

La sección ha provocado interés, y agradezco que Otro Páramo me haya pedido que indique el valor que pueden tener los textos que presenta. Procuraré responder a esta amable demanda, pero no como el editor que destacó estos textos otorgando un lugar especial, dando un nombre adrede descriptivo y fijando críticamente. Un editor que de entrada aprecia estos textos desde el punto de vista evolutivo del autor. Quiero hacerlo como el lector que soy ahora, intentando ordenar lo que me pasa con los poemas en cuestión.

 

 Me acerco a ellos con la avidez de quien lamenta no tener más que 275 poemas de José Manuel, poeta disciplinado o, si se quiere, ejemplarmente autocrítico, que dejó cuatro, cinco, seis libros de poesía en treinta años de publicaciones. Esto quiere decir que la obra de Arango es en realidad una antología: según sus propias palabras, publicó el diez por ciento de lo que escribió.

 

Ahora bien, a la gana de conocer más poemas, se une en mí el hecho que encuentro en todos ellos, en mayor o menor grado, ese “algo” que para mí tiene la poesía, ese “algo” que hace que palabras, acciones, versos insistan en la memoria. Y antes de ejemplificar lo que acabo de decir veo que este encuentro no tiene nada de raro: con excepción de uno de ellos, estos poemas merecieron un día que Arango les diera la confianza y la distinción de la publicación (La excepción, el poema sobre la niña sordiciega, no la siento como un apunte traspapelado, según dijo José Manuel en una entrevista, sino como un bello organismo que propone reflexión honda, conmovedora, precisa).

 

Hay en estos poemas, no solo algunas de las obsesiones de Arango (reflexiones sobre el lenguaje, la ciudad pre-moderna, el amor que muestra a veces rasgos inquietantes y hasta escabrosos, la violencia y esa búsqueda de la exactitud en los nombres de animales y plantas) sino también líneas que recuerdan poemas conservados por el autor. Hay un caso en el que los versos son casi idénticos. El poema acá publicado dice: “Nos une el ritmo del paso/ como el movimiento del amor une a los amantes.”; mientras que un poema de Cantiga (“En la noche de carnaval”): “secretamente unidos en el paso/ como los amantes/en el movimiento del amor”. Hay por otra parte cosas, acciones o imágenes que están en poemas que no corrieron la desgracia de la purga: las hondas para pájaros, la moneda lanzada contra el muro, los rasgos quebrados del ahogado, el libro que “cae abierto dorso arriba como una tortuga”. A mí todo esto me produce placer: ¿será porque prolongan una imagen que quedó impresa en la memoria? ¿Quizá porque me dejan ver el revés de un verso o la prolongación de una imagen?

 

Entre estos poemas, hay uno que es un regalo inapreciable para quien intenta penetrar al taller del poeta, cosa difícil porque Arango apenas dejó rastros que permitieran que el lector se asomara a su proceso de creación. Se trata del poema “Imagen”, único caso que nos permite ver la manera como Arango “echaba tijerita”, es decir, “podaba” (conocí otro “borrador” después de haber entregado el libro para edición y por eso no aparece en Poesía). De este poema largo quedaron solo tres estrofas, ocho versos, convertidos en dos estrofas, nueve versos, en el poema “Ciudad”, de Montañas.

 

 Resumo. Esta sección primero me entusiasma y me lleva después al desconcierto, a la conjetura y a la protesta. No soy el único a quien le pasa esto. Si el lector revisa el primer volumen que de Arango edité para el Instituto Caro y Cuervo (José Manuel Arango: Prosas, 2013) verá cómo conjetura Jorge Mario Mejía Toro en “Cantiga de los vendados y desnudos: ciertos poemas de José Manuel Arango” y de qué manera protesta ese “crítico ejemplar” que es David Jiménez Panesso (la apreciación justa es de Pablo Montoya). Vale la pena recordar, para terminar, algunas palabras de Jiménez sobre el poema-collage que pone Mejía Toro en el título de su texto: “Tres testimonios de torturas, escuetos, duros, sin estetización ninguna, dos de ellos tomados directamente de las declaraciones de los torturados. La poesía consiste aquí en silenciar lo poético, manteniendo al mismo tiempo la atmósfera de concentración del poema, para invitar a que se lean estas palabras con la misma atención que se presta a la poesía […] esos trozos de cuerpos torturados, imágenes atroces de una realidad ineludible, resultan difíciles de asimilar a la poesía y por ello mismo inolvidables en el contexto de esta obra lírica” (“La poesía de José Manuel Arango”).

 

 

 

 

[Cerca a la estación de los trenes,]

 

Cerca a la estación de los trenes,

sobre la plazoleta,

el olor a semen y a sueño de un cuarto de hotel.

 

Veinte pasos abajo está el arbusto que nimba un halo de luz y niebla.

 

Ella es ahora

solo

este rostro que flota en mi soledad

y un poco de memoria, en las palmas,

de la redondez de sus hombros.

 

Ahora cuando la concubina del ladrón, sola en la noche, lo aguarda

y el hastío reúne a los hombres en las tabernas.

 

La moneda lanzada contra el muro se deshizo en polvo.

Contra el muro donde heladas mujeres muerden la sombra con sus dientes de cuarzo.

 

Queda la soledad trasvasada en el beso

y, cerca a la estación de los trenes,

sobre la plazoleta,

este cuarto de hotel

y su olor a semen y a sueño.

 

 

 

 

[Un mordisco de hielo entre el bochorno de la tarde, un viento frío,]

 

Un mordisco de hielo entre el bochorno de la tarde, un viento frío,

y la sombra de alguien otro nos acompaña.

 

Alguien que habla al lado nuestro, que va al lado nuestro.

 

por encima del muro el higuerillo asoma sus hojas granates.

 

Vamos unidos en el andar, muy próximos.

La voz es tranquila, dice de cosas familiares.

 

Junto al muro que guarda un solar viejo el vagabundo orina.

 

Nos une el ritmo del paso

como el movimiento del amor une a los amantes.

 

Una brusca racha de viento nos llena la boca de polvo.

 

Ahora la voz es queda. Habla con palabras oídas en la infancia.

 

Las monedas, ya tibias, tintinean en la mano del mendigo.

 

Palabras que mamamos con la leche, visiones que hacen parte ya de nosotros.

 

Es alguien que va al lado nuestro, casi nuestra sombra, no le vemos el rostro.

 

 

[Detrás de la ventana oscurece.]

 

Detrás de la ventana oscurece.

El libro cae abierto dorso arriba como una tortuga.

 

Afuera están las calles olorosas a sudor y a frutas podridas,

las calles del crepúsculo,

y lejos, en el flanco de la montaña, ralos pinares.

 

Miras. El cigarrillo cuelga del labio.

El saco cuelga del respaldo de la silla.

 

A la puerta de la pensión ríe ya la prostituta de cara pintada

y la hoja de guayacán, a sus pies, es un poco de polvo amarillo.

 

Pide el don de ver las calles, la vida, sin indiferencia y sin amargura.

El anochecer atestado de maldiciones y de sueños

y al pervertido pobre que corre tras su amor barato.

 

Detrás de la ventana habrá anochecido dentro de poco

y entonces, en vez de las calles y los techos, verás allí tu cara.

 

 

 

 

[“Vendados y desnudos…”]

 

“Vendados y desnudos, fueron pateados en el vientre y los testículos, y colgados de las manos atadas a la espalda. Les enterraron agujas bajo las uñas. Les metieron palos y tubos por la boca. Los sometieron a simulacros de fusilamiento. Los privaron de alimentos y de sueño, obligándolos a permanecer de pie día y noche, desnudos. Les aplicaron choques eléctricos. Los sumergieron en charcos de agua helada”.

 

Y el remedo, obsceno, de la caricia:

“Me agarraban los senos y los torcían y jalaban como si quisieran arrancármelos”. (Obdulia Prada de Torres, con cédula de ciudadanía número 20.299.097, de Bogotá.)

 

Y el remedo siniestro de la cópula:

“Otra vez me obligaron a punta de golpes con un fusil a abrir las piernas a tal grado que sentí descuartizarme”.

 

Es como si se aborreciera la vida.

 

 

 

 

[Al saber los nombres de las cosas,]

 

Al saber los nombres de las cosas,

dice Helen Keller, la niña sordiciega,

“se afirmaba mi parentesco con el resto del mundo”.

Antes de la palabra

no había nada en ella. “No había

—dice—

ternura

ni sentimientos profundos”.

 

 

 

 

Artes y mañas de la noche

 

1

 

Le conoce las manos atarantadas:

qué busca cuando busca en ella, qué

se le ha perdido pues en ella,

desde cuándo

 

El durmiente de cara de ahogado,

de rasgos movedizos

desfigurados a través del agua,

quebrados como el remo que se quiebra en el agua.

 

Y tienta la costilla, pasa

la yema por el cuello, hunde

con la uña la vena palpitante.

 

Podría degollarlo

sacando su cuchillo del seno,

tocando apenas con la punta

la vena palpitante.

 

 

2

 

¡Que cante y baile!

Después,

cuando agotado de bailar,

borracho y ronco de cantar,

no sepa ya de sí

y lo achique la inocencia del sueño,

ella sabrá llevarlo

de la mano como a un niño,

desnudarlo como a un niño,

encubrirlo,

ahijarlo.

 

 

 

 

Una ventana frente al baldío

 

1

 

O quedarse mirando a la niña idiota.

Por esta calle lateral, casi sola,

una calle donde los peatones ralean,

a esta hora ociosa de la tarde.

 

Está siempre a su ventana que da frente al baldío,

las palmas lisas, blancas contra el vidrio,

los ojos turbios—

 

Y no puede preguntarse qué mira, qué saluda

con esa retahíla de griticos salvajes,

qué ve—

 

¿Un retazo de cielo ya oscuro en la vidriera?

¿La pareja de perros que copulan en la calle?

 

 

2

 

Todo la atrapa: el vuelo de una mosca,

los pasos del transeúnte que llega.

Los ojos se le pegan a las cosas con fijeza cósmica.

Todo es para ella como un éxtasis.

 

Con su cara regordeta de angelito deforme,

con sus manos regordetas, infantiles,

de arrugas como brazaletes en las muñecas,

tampoco la niña idiota es una respuesta.

 

 

3

 

De tanto en tanto mueve la cabeza:

a un lado y a otro, arriba y abajo.

Pero no como quien dice no,

ni como quien dice sí.

Es más bien una suerte de vaivén mecánico:

la cabeza oscila

de hombro a hombro como un péndulo.

 

 

4

 

Tal vez baila.

¿Quién podría asegurar que ese tosco meneo no sea un baile?

Y yo quiero saber si baila, es ya una pregunta obsesiva.

Cuando hace días que no paso por su calle,

algo me tira, me llama.

Como ella por el vuelo de la mosca,

yo estoy fascinado por ella.

 

 

5

 

Si uno se acerca a la ventana,

si se asoma, poniéndose en puntillas,

ve que ni siquiera despega los pies del suelo.

Es un movimiento muy torpe,

demasiado pesado para ser un baile.

 

 

6

 

Y sin embargo tal vez sea un baile.

La cabeza mueve, arrastra en su vaivén el cuerpo.

Así me digo

y con un gesto de la mano me despido de la niña idiota.

Un hilo de baba le cuelga por el mentón abajo.

 

 

 

Luis Hernando Vargas Torres (Cajamarca, Tolima, 1953). Filósofo Universidad Nacional de Colombia. Doctor en filosofía: filosofía, ciencia, estética, Universidad de Salamanca (España, 2010) (título convalidado mediante Resolución 03216 de 2016, del Ministerio de Educación de la República de Colombia). Tesis de doctorado: Problemas de una lectura filosófica de la poesía colombiana del siglo XX. Una aproximación a través de José Manuel Arango (1937―2002)

 

http://gredos.usal.es/jspui/bitstream/10366/83364/1/DFLFC_VargasTorresLH_Problemasdeunalectura.pdf

 

Algunos de sus trabajos :

 

  1. (2015) José Manuel Arango: Poesía, Vargas, L. H. (ed., introducciones, notas y epílogo), Bogotá: Instituto Caro y Cuervo.
  2. (2013) José Manuel Arango: Prosas, Vargas, L. H. (ed.), Bogotá: Instituto Caro y Cuervo
  3. (2012) “Pensamiento y poesía en José Manuel Arango”, (conferencia) Bogotá: Revista Casa de Poesía Silva N° 26
  4. (2010) “Las reflexiones de José Manuel Arango sobre el lenguaje”, Bogotá: Instituto Caro y Cuervo, 40 págs. (Texto inédito)
  5. (2011) Ramón Pérez Mantilla. Textos reunidos, (coeditor) Bogotá: Universidad Nacional de Colombia
  6. (2006) “Las reflexiones de José Manuel Arango sobre la poesía”, Bogotá: Boletín Bibliográfico del Banco de la República


Noticia Biográfica


José Manuel Arango (El Carmen de Viboral, octubre de 1937- Medellín, abril de 2002) fue un poeta, filósofo, traductor y ensayista colombiano que trabajó el poema corto, cargado de silencio y sugerencia. Fue cofundador de las revistas Acuarimántima, Poesía y DesHora. Tradujo a Walt Whitman, Emily Dickinson, William Carlos Williams, Thomas Merton, Kenneth Patchen, Edward Field, Denise Levertov, Philip Levine, Robert Bly, David Ray, Louise Glück, Adrienne Rich, Wallace Stevens, Gary Sneyder, Charles Simic, Philip Larkin, Derek Walcott, Osip Mandelstam, Georg Trakl y Han-shan. También fue cercano a los Black Mountain Poets y a Robert Bly (de la escuela Deep Image) cuando realizó su maestría en la universidad de West Virginia en Estados Unidos. Su influencia sobre las generaciones posteriores de poetas colombianos ha sido notable.



Articulos relacionados