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Edición 23

Juan Camilo Lee: poesí­a colombiana



                                                            De Voces de casa (2015)

 

Águila

 

I

El águila mira hacia la tierra

                                              con el sol

sobre sus alas extendidas.

Su sombra es más veloz:

                   recorre extensas praderas,

copas de árboles, lagunas que brillan,

se deforma al pasar sobre territorios escarpados

                                                     como negro reptil

que se camufla entre las formas.

Pero el águila

permanece una, idéntica, y lo único

que atraviesa

es el aire

            y la luz.

Las montañas la acompañan.

El águila es un cí­rculo mí­stico,

un silencio lleno de voluntad,

                -es la oreja de Dios-

y en la tierra su sombra recorre el cuerpo del espí­ritu

como un escalofrí­o.

En el mito,

el águila desciende de repente, sagaz, a encontrarse

con su efí­mera sombra,

desciende a cazarla.

Pero se encuentra con una serpiente entre sus garras.

 

 

 

 

II

La serpiente tiene su panza pálida,

mientras su dorso es más feliz:

                                                          geometrí­a y color

arrastradas por la tierra,

como engaño.

Al enfrentar sus rostros, ninguna de las dos, ni el águila

ni la serpiente,

                          mostrará

algo distinto a coraje entre sus ojos.

A veces prefiero pensar que es

la serpiente quien caza

toda la majestad del águila:

acecha durante horas

la móvil sombra del ave

hasta que en el momento preciso

se esconde

allí­:

atravesada

por las garras del águila

se deja llevar hacia lo alto

                            -pagando con su vida-

para integrarse al sol:

el verdadero padre de su piel.

 

 

 

 

Anzuelo o el pez cae por la boca

Con la punta del anzuelo sobresaliendo entre sus dos ojos

como un colmillo descomunal o un cuerno

el pez sufre

dos dolores esenciales:

el fí­sico

y el de ver traicionada su inocencia.

El pez tiembla.

Su aleta convulsiva

                   y la pulsión

que lo recorre desde adentro

halándolo

hacia algún lugar que no duela,

tensionan el nylon de la caña.

Definitivamente

el anzuelo no cumple

las expectativas nutricias del pescado.

Así­ como un anzuelo el poema, lector.

Las imágenes, la belleza,

que al fin de cuentas te dejan igual que antes,

o algunas veces anhelando lo imposible,

te atrapan.

La inocencia queda violada, es cierto, pero el pez nunca la pierde.

Lo demuestran sus ojos de vaca,

su incomprensión de la trampa, su desmemoria.

Lo demuestra el hecho simple de que, desde hace siglos,

estúpidos como peces,

sigamos mordiendo

                                   el filo

de todas las palabras.

 

 

 

 

Las dos muertes del venado

Una de dos tiene el venado:

                                            o muere

                  de sí­ mismo,

o muere

bajo las garras del león.

De la primera

se podrí­a decir que es una muerte

                                       abierta,

rodeada de silencio,

la flor azul de su cadáver de venado

es libre

y vuela ya seca bajo el césped,

                                                hacia

todo lo que se puede llamar mundo

o corazón:

                   democrática muerte

que reparte sus frutos para todos.

De la segunda muerte perpetrada

por la amarilla mano del león

se puede asegurar

                             que es aristocrática:

manjar que sólo engulle el rey.

Pero es pura valentí­a del venado

permanecer

                                                          intacto

-al menos

un brillo de su sangre-,

                                      al interior del melenudo:

dejarse devorar

para ver por un instante

                                                             el mundo

-el corazón-

desde los ojos de su dueño.

 

 

 

 

 Poema en la oscuridad

quién

querrá llenar su vací­o

con estos pedazos de silencio

que están tirados a mi

alrededor como un negro y alto

bosque la noche

su boca su interminable caí­da su ayer soñado deforme como bestia

agazapada quién

podrá internarse al lado mí­o perderse junto a mí­ adentro

de mí­ mismo y no desfallecer como yo lo hago en cada amanecer

sobrante la soledad el sol el viento

este es mi cuerpo este es mi cuerpo este es mi cuerpo

sin música o colores es mi cuerpo

adentrándose en la luz ante cualquier cosa soñada

mi cuerpo su bandera de deseo su tenue resplandor en la palabras

sus sonidos intestinales

sus ojos la niebla de su voz y yo sobrante qué

hago yo en mi cuerpo al despertar cuántos caminos

cuantas puertas soñadas nunca cruzaré

dormido sin él quién soy

sin él quién habrá de perderse en mi voz

a quién abrazaré sin él a quién

sin él qué sola la noche solitaria al lado de mi cuerpo

sin él quien soy maldita

sea la noche tan inmensa cuando está mi cuerpo

abandonado de mí­ y nadie más se adentra en el bosque

fuego de silencio

que espanta las bestias del sueño

te entrego la mano de mi caí­da

los ojos de mi voz

el sol que me alumbró la piel que nadie besa te lo entrego

todo el sol toda la lluvia que ha caí­do

habrá quién regrese a mí­

a leer la historia de su nadie

anónima rosa insumo del alma

ven al fuego que no protege a nadie

adéntrate y destruye este cí­rculo de noches

piérdete en el juego de cazar las sombras del cazador

sin decir una palabra sola

la rosa el fuego tienen tantos nombres amor en el aire

humo de dos de tantos de repente

lloras en el bosque de estos pedazos de silencio

mientras en tu cuerpo amanece

en mi cuerpo amanece tu cuerpo

sol tan de cerca

por qué amanece siempre en tu cuerpo al sonar el canto de la tristeza

vuela tu cuerpo sobre mi cuerpo ausente

graznas

gritas lloras debajo de mi cuerpo

en medio del calor y la humedad de un bosque para dos y solitario

regresarás a leer la historia de tu mentira

la historia de tu nadie despertando

el color del dí­a que viste por la ventana

cementerios y la noche

el incendio que cayó desde la luna

para apagarse entre tu sexo

como la última gota

de la lluvia

te diré

este es tu cuerpo este es tu cuerpo este es tu cuerpo

tu gota de silencio que te besa

tu sombra en el claro de luna de la sonrisa que no muestro

mi cuerpo es tu soledad

las velas que se prenden adentro de tu vientre

el árbol de mi silencio que florece de manos para tocarte

para escribir tu cuerpo con los nombres de todas las velas encendidas

me dirás

este es mi infierno este es mi infierno este es mi infierno

hay un sol que los recoge a salvo

en medio de la noche

mientras flotan ellos dos

sobre la corriente de la luz y sus párpados.

 

 

 

 

IV

En las habitaciones de la casa que recuerdo

el sol forma cuadrados o rectángulos de luz en el piso mientras partí­culas de polvo flotan y se mueven en el halo dorado que entra por la ventana.

Nadie ha descrito el movimiento de esas geometrí­as solares a través de un solo dí­a sobre la madera de las casas gastadas.

Aún hay algo entonces que no se está pudriendo en el abandono,

algo mí­nimo que dí­a a dí­a se repite intacto, invisible y lumí­nico,

transparentando la invasión de los seres del polvo,

mientras el olvido y el silencio nos conservan ese rincón brillante

como única verdad.

La vida es igual para todo lo que vive:

en los jardines abandonados

también transcurre la savia,

también zumba el insecto,

también se oscurecen las baldosas:

 se borran nuestros pasos.

  

 

 

 

VII

 La memoria tiene mucho que ver con el sol:

ilumina y enceguece al presente.

Las imágenes de la memoria

son vitrales que se superponen unos a otros,

que oscurecen la luz que podrí­a atravesarlos

para hacer visibles sus figuras.

Es por eso que lo único innegable es el silencio y la transparencia

de quien,

hundido en una bocanada de tabaco,

de repente

recuerda.

 

 

 

 

X (La demencia)

Tiene algo que ver con aceptar

el tamaño de la estirpe,

su honda decepción, su resignada búsqueda

de cualquier otra cosa.

Es que la rota estrella de sus ojos

buscando un cielo en la carne,

el frí­o en los vientos,

o cada caricia que olvidaron,

amasan un pan, una sonrisa

para la visita que se quedaron esperando.

La casa doblega la voracidad de las noches y sus puertas cortan los pescuezos de las sombras que intentan asomar sus hocicos por debajo.

Pero al ser olvidada la casa produce sus propios monstruos:

la inminencia que golpea el lado oculto de las paredes,

que rasca cuando todos duermen desde adentro los cajones cerrados hace años,

las sombras de las aves que cruzan de repente por el patio,

esas voces de casa que la transitan y pueblan más allá del silencio.

Y luego transitar por los lugares recónditos de mi cuerpo, y encontrar allí­ puertas desvencijadas, esquinas con extraños y diminutos habitantes, absurdas manchas en las paredes, en mi cadáver.

Por dentro las descomposiciones son violentas, las ventanas se rompen, legiones de imágenes se arrastran como cucarachas, mobiliarios ajenos germinan en la sangre mientras el calor de los dí­as ensancha el hierro de las altas puertas a la cordura.

 Roto de humedad, acicalado de tristezas sofisticadas,

el aire, el vuelo,

sus pájaros contra la lluvia,

el sol flotando en el jardí­n no soñado.

Ninguna casa, ningún rostro, ningún aljibe.

Nada. Sólo las esquirlas de los espejos y unas cuantas sillas desvencijadas.

El fértil polvo sembrándose entre las cosas:

baldosas despintadas, manchas en las paredes, arañas, maderas que crujen.

Pero no, no es que cobre algún sentido el deshacerse de la utilidad de cada trozo de madera,

no es que la muerte que puebla cada habitación pueda reemplazar

la brillante estructura de mi biografí­a:

sucede que la muerte no llega nunca, sucede que la casa siempre estuvo vací­a porque era ella quien nos habitaba

 

 

 

 

                                                            De Ciencias de la Mañana (2011)

 

                                                            … un corazón que no se entrega.

                                                            Rosario Castellanos.

 

Piedra en la mano

Se ha dejado levantar del lugar fijo

y no lo supo.

Abre entonces secos sus dos ojos.

Siente

el infinito conflicto de ser cosa

y al menos un instante

haber mirado.

Cierra

para siempre sus dos ojos

y es arrojada de nuevo

a su camino.

Ella no entiende nada. Y obedece.

 

 

 

 

A mis amigos

Agradecerle quiero a mis amigos

por recordarme que soy bueno,

y que somos –juntos- inmunes a la codicia

(bueno, casi),

por manejar con una sonrisa

nuestra responsabilidad de salvar el mundo,

y sobre todo por encontrar en mí­

a ese buen amigo

que pocas veces puedo ser conmigo mismo.

 

 

 

 

                                                            Poema inédito

 

el otro

hoy la niña preguntó qué es eso frente

al indigente bajo una manta negra sucia una

cosa debajo respiraba y asombraba y daba

miedo a la que recién conoce que existe

el hambre en su tenue estómago creciente

alto misterio el sufrimiento

alta pregunta para todos quienes

con un corazón existen para

si mismos como el entero

universo pero entonces

una luz se prende decidida y se pregunta

los otros para qué para quién

los otros entonces y se abisma

ya lo pregunté antes de ella

ya experimenté el abismo de ese otro

que sufre un sufrimiento que no sufro

sufrí­ sufrimientos que otros

no sufrieron

por ejemplo cuando el mal sopló un pestilente viento en mis sueños

y supe que crecí­a un monstruo en mi destino

y poco a poco con esfuerzo y demencia

cariño y desesperación

lo convertí­ en un libro de poemas

así­ espero hija mí­a que puedas transformar tu horror en

alguna forma tuya propia de belleza

hagas algo como leyes correctas congregues a miles

para clamar por justicia

ese otro en tu interior te valga como un dios y te

florezca

 

 

 

 

Vea también: Mario Meléndez: poesí­a chilena


Noticia Biográfica


Juan Camilo Lee Penagos, Colombia, 1982. Desertor de las ciencias exactas –en su adolescencia representó a Colombia en eventos internacionales de fí­sica y ganó concursos nacionales de matemáticas-, en la actualidad es becario doctoral de Colciencias desde 2014, y desarrolla una investigación sobre arte y literatura latinoamericanas en los aí±os 60. Publicó Ciencias de la maí±ana en la colección “Viernes de poesí­a” de la Universidad Nacional de Colombia en 2011. Su libro Voces de Casa fue ganador en el II Concurso Internacional de Poesí­a Paralelo 0 2015.



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