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Edición 20

El sol y la carne: comentarios y poemas del libro de Camila Charry



"Los siguientes comentarios nos brindan una lectura de El sol y la carne, poemario de Camila Charry Noriega (Bogotá, Colombia, 1979). Esta poeta es profesional en Estudios literarios y aspirante a maestra en Estética e Historia del Arte. Ha publicado los libros Detrás de la bruma, El dí­a de hoy, Otros ojos, El sol y la carne y Arde Babel. Algunos de sus poemas han sido traducidos al inglés, francés, rumano, polaco, portugués e italiano. Trabaja como profesora de Literatura española".

 

 

El sol y la carne

 

 

Una primera lectura de este nuevo libro El sol y la carne, de Camila Charry, podría hacernos creer que su tema son los animales. Solemos escuchar “los hombres se portan como animales” cuando nuestro comportamiento es excesivo (eje: “trabajaban como burros”) y más frecuentemente cuando la desmesura está unida a la rabia o al odio (eje: “se agarraron como fieras”). Sin embargo, ellos nunca se han acercado a nuestros niveles de barbarie.

 

A mi juicio, esta hermosa y dolorosa compilación de poemas El Sol y la Carne, de Camila, es justo eso lo que evidencia: la brutalidad humana.

 

Si en un poema flotan los cadáveres de las vacas, escuchamos el grito fustigante de los asesinos; si un perro cuelga, aúlla y su llanto se extiende, tres soldados se divierten; si las gallinas dejan por el aire “sus plumas como una ala de neblina”, los hombres se han tomado al pueblo; cuando tres niños pequeños juegan, solo uno de ellos regresa a casa por causa de las balas. Camila nos dice, lo que Spinoza según ella también sabía: “…decir persona es como decir rincón de nada.”

 

El sol y la carne es un libro de excelente poesía que nos deja sin respiración, y la violencia que los humanos somos capaces de crear y ejercer arde entre sus páginas.

 

Es a su vez una ventana que nos permite acercarnos a la compasión -sufrir juntos- que la autora siente frente a los seres, animales y humanos que padecen estos hechos que solo pueden avergonzarnos. Compasión que los poemas, sin intensión ni moraleja alguna, nos transfieren a través de la lectura.

 

                                                                      María Tabares

 

***

 

 

En 1958 Paul Celan dio un discurso con motivo de la concesión del premio de literatura de la ciudad de Bremen. En éste, el poeta se pregunta por los límites y los alcances del lenguaje que ha pasado por un mutismo terrible, por las mil tinieblas. Celan trataba de pensar su tarea, como poeta, para “crearse la realidad” y comunicarse con otros, con cualquier otro, después del Holocausto (o La Shoah). El discurso concluye con una alusión a poetas de la generación más joven que comparten sus esfuerzos, que avanzan “con su existencia hacia el lenguaje, herido[s] de realidad y en busca de realidad”. A esta generación más joven se suma Camila Charry con El sol y la carne.

 

Este libro habla de otros mutismos y otras tinieblas, la mayoría recientes y locales. Charry va con su existencia hacia el lenguaje, herida de realidad y atenta a la realidad. Cada poema recoge el desastre que flota en los ríos, que cuelga de los árboles, que jadea en los sueños de animales y que crece en la hierba del olvido: “todo es lo que no existe/mientras se excava con palabras/y se construye la imagen de las cosas:/una piedra, una mujer, un ahogado”. La poeta explora cómo hablar de la violencia, se pregunta cómo darle forma al horror. En este sentido es un libro donde la ética y la estética entran en contacto; donde a la oscuridad, insustituible, no se la puede forzar a hablar y la luz, como escribe Charry, se ha vuelto carnívora. Es difícil escribir en este punto. Así las cosas, ala boca abierta” no le queda sinoreclamar un gesto que remede el espíritu humano”, mientras que el espíritu humano reclama el gesto de una boca abierta, de esta.

 

                                                                      Tania Ganitsky

 

***

 

 

El sol y la carne

                                                                      Hemos heredado lo bello

                                                                      de todo lo que nos cubre con su espanto

 

                                                                      Camila Charry

 

 

El poeta está en una constante búsqueda de la verdad, la palabra poética surge como un acertado lenguaje capaz de nombrar y hablar incluso del horror. El sol y la carne de la poeta colombiana Camila Charry, tiene la valentía de descubrir esos otros retratos de país y de seres humanos, que no son fáciles de encarar. En un país donde infortunadamente sigue siendo la violencia tema del día, sin ser un libro cuya única temática es la violencia, Charry presenta a partir de la voz de una nueva generación de poetas una particular apuesta. Las imágenes poéticas de Charry son duras y no temen mostrar el territorio de la atrocidad: soldados que juegan con animales, pueblos y calles desposeídas por la injusticia, hombres expuestos a la desgarradura de la carne, todo desde un conjunto de poemas que como señala Eduardo Chirinos en el prólogo del libro de Charry “admiten el misterio y la belleza […] porque el misterio y la belleza todavía son posibles en medio de la barbarie”.

 

                                                                      Jenny Bernal

 

***

 

 

El título del libro concentra todo lo que vendrá después. El testimonio de la maldad, el grito que reclama una responsabilidad aquí y ahora sobre lo que nos corresponde como especie. El dolor y el amor que se esparcen sobre el mundo, sobre todo lo que el sol cubre, sobre todo lo que tarde o temprano se descompondrá por obra de la naturaleza o del hombre.

 

Camila nos dice que en este horror cada uno tiene su papel, Pagarás por tu silencio/ y por tus palabras/ por tu falta de pudor. Y más que una sentencia, veo en estos versos una invitación, un llamado a construir nuestra memoria colectiva, a vencer esa tristísima idea de acostumbrarnos a la guerra, de dejar que la violencia y el dolor se conviertan en el paisaje cotidiano o a borrarla de la mente olvidando de paso la advertencia que hiciera Hanna Arendt y que es una de las citas de este este libro “Vendrá la hora en que las viejas heridas, tanto tiempo olvidadas, amenacen con abrirse”

 

El Sol y la Carne es un libro doloroso, un libro que nos recuerda la barbarie que va unida a nuestra historia, pero también es una respuesta valiente y esperanzadora. En sus poemas nos encontramos cara a cara con nuestros demonios y entendemos que al nombrarlos les damos un lugar en nuestra existencia, un lugar limitado y medido que nos permite ver el espanto y la manera de transformarnos para que nunca, nunca tengamos que nombrarlo de nuevo.

 

                                                                      Carolina Dávila

 

***

 

 

 

 

Entre la red el pez aguarda,

estaca la red que impide su huir.

Agua y pez socavan el hueco del tejido

en un bello intento de fuga.

Perpetuidad su vuelo entre la nube de mar que lo consume.

El pez reconoce pronto en la entraña del agua

el espejo que lo reclama;

bebe su instante de verdad sin alegría.

Vuelve del otro lado de la red cocido.

 

Igual los hombres acá,

regresan del otro de la calle cocidos,

su hambre intacta.

 

 

 

 

Segovia

 

Los perros también se acercaron

pero el hedor los alejó,

a ellos que han aprendido a destilar de lo amargo

el amable vapor de la belleza.

El cuerpo ladeado se entregaba al abismo

suspendido de una rama sus pies se sacudían bellamente

la cabeza inclinada hacia los ojos de sus padres

parecía vieja, aguerrida

en ese cuerpo hinchado y extraordinariamente joven.

Hueco el vientre dejaba ver la sangre seca que retenía

los órganos

como una mueca generosa de la muerte.

Los padres se balanceaban abrazados

tristísimos sobre sus propios pies;

bailaban al ritmo del cuerpo que pendía de la rama.

 

 

 

 

Patria

 

El niño recoge espigas de sol.

Vuelve sereno y cantando por el campo.

Revienta sobre su cuerpo el fusil del asesino;

lo embiste la noche.

Vuelan por el aire sus ropas

como banderas de una patria sin nombre.

 

 

 

 

El perro muestra frenético sus dientes

y corre con su presa entre la boca

llanura adentro;

ha sido largo el suspiro exhalado por el que ahora es un cadáver

banquete que entre mordiscos el hambre y el instinto riñen.

El perro cruza luego la noche,

la tiniebla que para él resulta el mundo humano.

Jadea, lame las magulladuras de sus días

                          sabe, entiende

qué son la soledad y el destierro,

pero desconoce la función del tiempo,

su impostergable cometido;

envejecerlo todo, acabarlo todo.

Como el perro mis labios riñen con la vida y tragan luz,

jamás sacian su hambre,

ya adentro la luz es un rayo

y se extiende por las entrañas del cuerpo

que también cruza la noche magullado,

solitario consciente de que será cadáver,

banquete del tiempo;

ese otro perro

que llanura adentro,

noche adentro,

todo lo devora.

 

 

 

 

San José

 

Eran apenas tres niños

de cinco o seis años.

En el campo de maíz jugaban

a ocultarse de las balas.

Era apenas uno

cuando el juego terminó

y corrió a su casa.

En la casa y encima de la cama

solo quedaba

      jadeante y bello

un perro 


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