Edición 57
Letra a Letra y Domingo Atrasado: "Luis Vidales. Suenan timbres y 13 textos testimoniales"
No es exagerado afirmar que Luis Vidales es uno de los poetas más intrépidos del siglo XX colombiano si se tiene en cuenta cuándo publicó Suenan timbres y cuán ensimismada era la poesía del país en esa época. Sin haber recibido influencia directa de las vanguardias, interpreta con tal sensibilidad lo que ocurre en el mundo y en su país, que termina produciendo un libro inesperado, tan inesperado, con tanta luz, que terminó cegando a buena parte de sus contemporáneos y, quizás, incluso al propio Vidales. Suenan timbres se codea sin problema con los clásicos latinoamericanos que rompían con el modernismo por esos años veinte y buscaban nuevas salidas para una poesía asfixiada (de hecho, como se ha dicho ya muchas veces, Vidales es el único autor nacional que aparece en la famosa antología editada en 1926 por Jorge Luis Borges, Vicente Huidobro y Alberto Hidalgo: índice de la nueva poesía latinoamericana). Este es un libro que se debería leer en los colegios del país, es un libro que hipnotiza y permite entender –a pesar de ser ya un clásico– cuál es el sentido de la poesía en un mundo lleno de ciudades, microscopios y relojes. Pero, tristemente, fue un fuego adelantado a su época y a Colombia le ha costado ver el valor de este maestro. Por esa razón, una quinta reedición de este maravilloso libro no es un asunto menor, como lo indica el poeta colombiano Juan Manuel Roca en el acertado prólogo que escribió para esta, la más reciente versión del libro, publicada en 2017 por las editoriales Letra a Letra y Domingo Atrasado. Tampoco es un asunto menor porque la edición, como es ya característico en los trabajos de Letra a Letra, es muy cuidada, tiene una bella diagramación y, además, complementa el poemario con trece textos acerca del trabajo de Vidales y con imágenes que permiten revivir al autor así como recordar el recibimiento de su obra a través de caricaturas y las portadas de las primeras ediciones. Los trece textos, a su vez, enriquecen la lectura del libro y permiten hacer una reconstrucción cronológica de lo que se ha pensado acerca de Suenan timbres desde 1922 hasta el 2004. En resumen, estamos hablando de un libro pulcro que le hace justicia a la memoria de Luis Vidales.
En Otro páramo creemos que sigue siendo importante difundir la obra maestra del poeta calarqueño y es un gran honor poder compartir algunos fragmentos de este tesoro en la edición especial “La poesía en Colombiaâ€. A continuación encontrarán cuatro de las seis secciones del prólogo “Quinto llamadoâ€, escrito por Juan Manuel Roca especialmente para esta versión del libro y una selección del poemario preparada por Otro páramo. Los trece interesantes textos mencionados anteriormentelos dejamos en el libro original, como una invitación a que se acerquen a esta reedición, de gran importancia, sin duda alguna, para la poesía de nuestro país.
Quinto llamado
Juan Manuel Roca
(ProÌlogo escrito especialmente para esta edicioÌn)
Luis Vidales puede ser considerado como el uÌnico poeta vanguardista en Colombia en los años veinte, dado que contemploÌ el mundo como nadie antes de eÌl en su paiÌs lo habiÌa hecho y porque transformoÌ estas perspectivas en un nuevo lenguaje poeÌtico. EÌl fue tambieÌn vanguardista porque sus contemporaÌneos concibieron a Suenan timbres como burla a la literatura corriente y, a la vez, a las relaciones poliÌticas dominantes.
Hubert Pöppel TradicioÌn y modernidad en Colombia
Cambio de coÌdigos
En el teatro el tercer llamado forma parte de un coÌdigo que anuncia el inicio inmediato de la funcioÌn. Por lo general se hace con un timbre bien sonoro y en tiempos maÌs recientes con una grabacioÌn que comienza por llamar al puÌblico “respetableâ€, se equivoquen o no en el calificativo. Los acomodadores apuran discretamente a los recieÌn llegados, las luces van cediendo a la penumbra y hay un uÌltimo carraspeo de aquellos que padecen el siÌndrome de la inevitable tos de concierto.
AcaÌ, en este libro, el coÌdigo se altera. En vez de tres timbrazos van cinco con eÌste que acaba de sonar. Y no puede ser de otra manera trataÌndose de Luis Vidales, refractario a los rituales. No creo que en sus versos de Suenan timbres llame a su lector con el apelativo de “respetableâ€. Creo, ademaÌs, que en sus paÌginas es maÌs liÌcito llamar desacomodadores a sus sombras y que las luces van de la penumbra a la claridad, como quien narra un sueño. La tos queda al libre arbitrio del lector.
El primer timbre sonoÌ en 1926 (Editorial Minerva), cuando Vidales publicoÌ su libro con algunos centavos provenientes de su oficio como jefe de contabilidad del Banco de Londres y AmeÌrica del Sud. El segundo sonoÌ 50 años maÌs tarde con la lentitud de un teatro de estatuas y lo publicoÌ el Instituto Colombiano de Cultura (1976). El tercer timbre sonoÌ casi como una campana de cartoÌn en una edicioÌn desangelada de Plaza y JaneÌs tras una deÌcada sin sonido (1986). Un cuarto timbrazo –espaciado como el lento reconocimiento del poeta– sonoÌ en 2004 en la ColeccioÌn de PoesiÌa de la Universidad Nacional de Colombia.
Pocas ediciones para un libro tan innovador, revulsivo y fundacional en muchos aspectos. RazoÌn de maÌs para que nos sorprenda el furor con el que es leiÌdo por los joÌvenes. Desde ese 25 de febrero de 1926 en el que aparecioÌ por vez primera Suenan timbres, han corrido muchas letras y muchas posturas, y su libro permanece vivo e imperturbable. Es como si se cumpliera el vaticinio de Carlos Vidales:
Suenan timbres es el producto de los grandes cambios operados en el paiÌs en la deÌcada de los veinte. Y por eso mismo, Suenan timbres espera a sus redescubridores en los hombres que habraÌn de realizar la transformacioÌn revolucionaria de la sociedad colombiana.
Esto que escribioÌ su hijo fue publicado en 1976. Tres deÌcadas despueÌs, y aunque la mencionada transformacioÌn se vea auÌn postergada, su libro es un santo y seña entre los poetas de talante insumiso, que son pocos pero son y que en verdad ven en Vidales a alguien que se adelantoÌ y que como su par y mentor Luis Tejada, fue en esos años cruciales de la vida nacional un contemporaÌneo del futuro.
Vidales, sin temor a la risa
En los inicios de su tratado de La risa, Henri Bergson señala que el reiÌr siempre pertenece a un grupo y no a todo el entrevero social, y se vale de un singular ejemplo: “Un hombre a quien le preguntaron por queÌ no lloraba al oiÌr un sermoÌn que a todo el auditorio moviÌa a llanto, respondioÌ: No soy de esta parroquiaâ€, con lo cual el viejo filoÌsofo equiparaba la risa al llanto como perteneciente a una colectividad. Su hipoÌtesis era que la risa necesita de una asociacioÌn, de un guiño de complicidad.
Si fuera cierto, la risa y el humor pertenecen a coÌdigos sociales que si no logran hacerse compartibles, generan muecas de escepticismo, climas vaciÌos. Para que esa risa y ese humor se universalicen y ya no seamos como el feligreÌs que no llora porque es “de otra parroquiaâ€, se necesita tocar fibras esenciales a cualquier hombre, de cualquier cultura y lugar. Ocurre con Cervantes y con Chaplin que nos conducen por un humor traÌgico o absurdo desentrañando la comicidad que hay en el dolor del uÌnico animal que riÌe. Y que a veces llora, como los cocodrilos.
Sin embargo, hay que señalar que hay sociedades refractarias en su arte a todo lo que atañe al humor, como ocurre con buena parte de la poesiÌa escrita en Colombia. Si hasta alguien a quien debemos unas bellas traducciones del socarroÌn François Villon, AndreÌs HolguiÌn, deciÌa que la poesiÌa y el humor nada teniÌan que ver entre siÌ, con lo cual adioÌs Quevedo y Michaux, es porque nuestra liÌrica ha estado –cuando no son chistes flojos para la tribuna de vanguardistas tardiÌos– cargada de solemnidad. El papel de bedeles, de cuidanderos de lo que rodea las aulas, ha sido sacralizado desde una trascendencia vacua. HabriÌa que recordar a Ugo Foscolo: “la seriedad es amiga de los impostoresâ€.
En un texto escrito y publicado en ciudad de MeÌxico en marzo de 1926, en pleno auge de los estridentistas mexicanos, Jorge Zalamea, compañero generacional de Vidales, señalaba algunas impresiones de lector frente al humor del poeta. Y lo haciÌa de manera confesional:
Leed “Cuadrito de movimientoâ€. Os produciraÌ por la primera vez una risa semejante a la que podriÌa arrancarnos un chascarrillo de almanaque; esta risa seraÌ la uÌnica impresioÌn en un cerebro ineducado e inculto y variaraÌ a medida que la inteligencia y la cultura vayan en aumento. Por la inteligencia apreciaraÌ la trouvaille imaginativa, la disminucioÌn exacta de las proporciones; por la cultura ligaraÌ el poema del escritor bogotano a toda la poesiÌa japonesa y auÌn al arte de la estampa. Leed “Auto-semblanza†por una segunda vez y a la risa, al aspecto ironizante del poema, los reemplazaraÌ el hondo sentido romaÌntico, la inconformidad sentimental que estaÌ pidiendo un “juguete†ideal con el mismo reconcentrado fervor con que un poeta de 1830 pediÌa a Dios “un aÌngelâ€.
¿A queÌ viene este recuento? Viene a propoÌsito de uno de los equiÌvocos con los que se ha juzgado la poesiÌa de Luis Vidales. Cuando publicoÌ en 1926 Suenan timbres, el paiÌs auÌn dormiÌa un largo bostezo virreinal. De ahiÌ que un poeta burloÌn ante la solemnidad colombiana, que ante tanto vaniloquio centenarista y tanto soneto al claro de luna se asomara a un presente cargado de nuevos signos, fuera visto como un puñado de aserriÌn en la sopa aldeana, como una especie de mosca en la nariz del orador. No era una pequeña aventura otorgarle un rango poeÌtico al humor cuando la generacioÌn del Centenario, anterior a la de Vidales, habiÌa hecho del aburrimiento una religioÌn. Los Centenaristas, llamados asiÌ por aparecer en el primer centenario de la RepuÌblica, Eduardo Santos, Luis Eduardo Nieto Caballero, Luis LoÌpez de Mesa, entre otros señorones, se molestaron al primer timbrazo de Vidales. Hasta su compañero generacional, Rafael Maya expresaba que “la poesiÌa es un desenvolvimiento del ordenâ€. Y el criÌtico conservador Antonio JoseÌ Restrepo manifestaba que Suenan timbres no teniÌa ninguÌn valor, se trataba de un engendro que, como lo recuerda AÌlvaro Medina, no teniÌa un alto rango poeÌtico por “la ausencia total de rimaâ€. Lo consideraba “la nada enborronando en negro hojas blancasâ€. Al uniÌsono con el conservadurismo esteÌtico iba para los barones centenaristas el conservadurismo poliÌtico: “La reforma de la educacioÌn nacional es otro imperativo ahora cuando el socialismo estaÌ enseñando a leer a todos los analfabetos en la biblia de Marx y Leninâ€, clamaba el mismo LoÌpez de Mesa (El Tiempo, enero 20 de 1930), como lo recoge Carlos Uribe Celis en su libro Los años veinte en Colombia, ideologiÌa y cultura.
Esa forma de ver el reverso de las cosas que anunciaba Suenan timbres no podiÌa ser entendida sino con las escasas excepciones –Luis Tejada, Jorge Zalamea, Ricardo RendoÌn, entre otros– de quienes perteneciÌan, como en el ejemplo de Bergson, a unos coÌdigos de grupo. RendoÌn, que demoliÌa falsos poderes con sus agudas caricaturas poliÌticas habriÌa de morir por su propia mano en 1931. Hizo una graciosa caricatura de Vidales con aspecto de sapo en su celebrado zooloÌgico de los poetas. RendoÌn, otro grande entre “Los Nuevosâ€.
Pensar que “hay un pino dormido en la Tour Eiffel†y que “cada catedral goÌtica es como una selva dormidaâ€, en una Colombia adormilada cuya capital oliÌa a orines desde la Colonia, deberiÌa resultar producto de una vesania precoz. SeguÌn Vidales, la BogotaÌ del centenario “no llegaba a los 300 mil habitantes, no habiÌa cine, no habiÌa autos, los transportes eran el tranviÌa de mulas, las parihuelas, los guandos; la tapiceriÌa eran esteras de espartoâ€. Pero en 1928 considera con razones evidentes en muchos oÌrdenes que “el paiÌs ha salido de su marasmo†(citado por Uribe Celis).
Es 1926. En ese mismo año moririÌa Luis Tejada, el motor vanguardista de “Los Nuevos†y de las ideas socialistas, el gran animador de “Los ArkiloÌkidasâ€, un bando de vanguardistas que parecen a todas luces ser los mismos Nuevos agitando el cotarro, Hubert Pöppel dixit.
SoÌlo hace dos años se han publicado los Manifiestos del Surrealismo que, obviamente, el poeta de CalarcaÌ desconoce. Vale la pena aclarar que Vidales nunca se consideroÌ surrealista, y que los posibles nexos que pudieran encontrar algunos criÌticos entre su obra y los postulados surrealistas, tienen que ver maÌs con un aire de tiempo, cuando el poeta trabajaba con la irracionalidad a favor, con el rapto poeÌtico que envuelve toda gran intuicioÌn.
Suenan timbres trastrocaba la realidad aparente y espantaba los aÌrboles “como si se tratara de unos altos paÌjaros verdes que hubieran escondido en el plumaje la otra piernaâ€. Al encuentro con esas nuevas analogiÌas Luis Tejada expresoÌ que “nuestra liÌrica estaÌ atrasada cincuenta añosâ€, para luego señalar, visionariamente:
yo presento hoy a Luis Vidales, y reclamo para eÌl el tiÌtulo de poeta en el mejor y maÌs noble sentido de la palabra. Sus versos no iraÌn a gustar todaviÌa a la gran masa de puÌblico rutinizada en el viejo sonsonete, sin alma ni meÌdula… la poesiÌa de Vidales es, en esta primera etapa de su obra, una poesiÌa de ideas, sobria y sinteÌtica. El no sufre la voluptuosidad rudimentaria del color ni de la forma… el humorismo es, siempre, una actitud trascendental ante la vida. Hasta podriÌa decirse que todo gran pensamiento es humoriÌstico.
MaÌs que surrealista, me parece, hay un Vidales cubista: los pintores de esa tendencia reprochan del Impresionismo ser retina y no cerebro, como diriÌa Marco de Michelli. A ese sentido creo que se dirige el aserto de Tejada: “poesiÌa de ideas, sobria y sinteÌticaâ€.
El paiÌs que presencioÌ la aparicioÌn de Suenan timbres empezaba a asomarse al siglo XX con el retraso que es haÌbito en el espiÌritu nacional. Por esos años, valga de ejemplo, llegariÌa el cine y los jovencitos bogotanos que leiÌan los informes del clima de Londres para saber queÌ traje usar ese diÌa en BogotaÌ, apedrearon la pantalla del Teatro Olimpia, donde se pasaba una peliÌcula de Chaplin. VendriÌa el desagravio de Vidales al gran mimo que, como eÌl, se fijaba en los objetos cotidianos y en la soledad de los vagabundos, exaltaÌndolos a un nivel esteÌtico, restituyeÌndoles su nobleza. Eduardo Santos le autorizoÌ una edicioÌn del suplemento literario de El Tiempo dedicado al agraviado artista apaleado a distancia en un cine de aldea. No es por capricho que al hablar del poeta se mencione a menudo a Chaplin, “inmigrante en la ciudadâ€, cantor del paria, del bastoÌn sin nobleza, del pan y de la infancia.
Los espacios abiertos
Su poeÌtica estaÌ hecha para grandes espacios, pues sufre de claustrofobia. En esos grandes espacios caben sus temas maÌs frecuentes: la libertad y el sueño, los fantasmas del yo y del otro, el hombre y la dignificacioÌn de las cosas y los hechos cotidianos. Pero es tambieÌn con Vidales que aparece de manera maÌs decidida la ciudad, ya que en Luis C. LoÌpez y antes en JoseÌ AsuncioÌn Silva los espacios urbanizados hablan de unos conatos de ciudad. La preocupacioÌn en la poesiÌa colombiana por lo urbano, por ese entorno maÌgico y miserable al mismo tiempo, a traveÌs de su visioÌn de los autos traiÌdos por una nueva burguesiÌa industrial, o de los barrios y los nuevos asentamientos proletarios, es algo nuevo que el poeta anuncia con sus timbres de alarma.
De Suenan timbres deciÌa Fernando ArbelaÌez:
Con su aparicioÌn, en 1926, empieza a conmoverse en sus estratos maÌs profundos la tendencia anquilosante en la literatura colombiana. Un viento joven se apodera de las palabras, y las convoca para expresar las cosas nuestras con una desacostumbrada maestriÌa.
A las palabras de ArbelaÌez se podriÌa agregar lo que expresoÌ Porfirio Barba Jacob, categoÌrico: “Va a llegar una eÌpoca en que la poesiÌa sea de olores, de perfumes y sabores. Luis Vidales estaÌ por esa ruta, es el poeta del porvenirâ€. ¿Del porvenir? Claro. HabriÌa de esperar 50 años para que una entidad oficial volviera a publicar Suenan timbres. El paiÌs llegariÌa con retraso –si ha llegado– a la asimilacioÌn de sus nuevas formas poeÌticas. Esa especie de ceguera nacional la precisariÌa Jorge ElieÌcer GaitaÌn en su tesis sobre las ideas socialistas en Colombia, de 1924, por la misma eÌpoca del libro de Vidales:
Parece que a este nuestro pueblo, al igual que al personaje de Poe, lo ha invadido la irremediable cobardiÌa de no abrir los ojos, no tanto por esquivar la visioÌn de horribles cosas como por el fundado temor de no ver nada.
Y es que el paiÌs siempre parece pedaleando en una bicicleta estaÌtica. Que lo digan los versos de Vidales: “la paloma de la paz poniÌa huevos de viÌbora y habiÌa hecho su nido sobre el techo de Tartufoâ€.
AuÌn en algunos de sus poemas panfletarios se filtran metaÌforas del tartufismo poliÌtico, para señalar un paÌjaro que “empollaâ€, si se pudiera cambiar el teÌrmino bioloÌgico, serpientes. Como si en Colombia la paloma de la paz fuera un cuervo travestido. La ironiÌa de Marx tras un ropaje teoÌrico hace nido en Vidales. Por eso lo citaba: “se nos ha acusado de querer abolir la patria, la nacionalidad. Los obreros no tienen patria. No se les puede quitar lo que no tienenâ€, en un aserto que tambieÌn hubiera podido firmar Bakunin.
Vidales, lo repito, se riÌe. No le importa que el filoÌsofo no riÌa ni llore, que soÌlo entienda. Ni que los cristianos de la antigua eÌpoca satanizaran la risa, como Cipriano y Tertuliano, que a pesar de sus nombres de clowns fustigaron con saña los viejos espectaÌculos de mimos y las burlas teatrales. Si Bertolt Brecht dice que “el que riÌe no ha recibido la terrible noticiaâ€, jugando a los contrarios se podriÌa decir que lo liberador es reiÌr despueÌs de recibirla. Imaginar la primera risa de AdaÌn tras su expulsioÌn, cuando auÌn merodeaba en los suburbios del paraiÌso, es creer que el reiÌr no nace soÌlo de la alegriÌa sino, tambieÌn, del dolor que exorciza. AsiÌ cree entenderlo Vidales.
Su humorismo parece ocurrir contra la voluntad. Las situaciones de comicidad nacen particularmente de lo que se escapa, de lo no controlado, y a eso apunta en parte su obra. Por eso es cubista, ama la distorsioÌn de los espejos.
Cubista y subversivo
A propoÌsito de su cubismo cito uno de sus “cuadros macabro-humoristas†titulado “El aÌngulo facialâ€:
Cuando me lo presentaron le dije con inquietud: —¿Pero queÌ hizo usted su aÌngulo facial? La boca, la nariz, los ojos, las orejas, fuera de su sitio, apareciÌan amontonados en su rostro.
—Señor –me dijo el hombre de boca vertical– una vez un prestidigitador me escamoteoÌ el aÌngulo. Desde entonces seÌ que, como los paraguas, los rostros tienen una armazoÌn. Y que la armazoÌn de los rostros es el aÌngulo facial.
Se podriÌa decir que se trata de un poema pictoÌrico y cubista, donde el creador es un escamoteador de aÌngulos que da nacimiento a un hombre con boca vertical, picassiana. No seÌ si esta imagineriÌa de Vidales, de hondo sentido plaÌstico, tenga que ver con su conocimiento de la pintura y la escultura. Pero resalta en sus cuadros “macabro-humoristas†un sentido de repulsa al naturalismo. No ve el paisaje de manera bucoÌlica, como lo hace con tanta belleza Aurelio Arturo. No, eÌl ve aÌrboles como paÌjaros que ocultan una pata en su plumaje, o siente que “en la pupila del lado del paisaje†lleva “el monoÌculo de la lunaâ€.
Entre el paisaje y la maÌquina, se pone del lado del hombre y dice que “DioÌgenes no pudo encontrar al hombre porque se encontraba detraÌs de su linternaâ€. Suenan timbres, deciÌa su autor, “es un grito contra el estiramiento social, rezago del feudo y, antes, de la corte de pacotilla del virreinatoâ€, “contra esa hipoÌcrita gravedad que no entiende la jerarquiÌa sino transferida al estatismo de origen divinoâ€. Y otra vez las vecindades de Michaux, que afirmaba que escribir es igual a recorrer, y de Vidales que señalaba: “escribir es descubrirâ€. En esa expedicioÌn por siÌ mismo para descubrir un mundo, el poeta reflexionoÌ sobre el humor, “no desde luego el chiste ni el juego de palabras, que generalmente son ejercicio de gente ordinariaâ€, deciÌa en su “ConfesioÌn de un aprendiz del sigloâ€, sino de la fuerza del humorismo “en todo lo que de paradojal se esconde en la historia humanaâ€.
QuizaÌ de alliÌ venga la repulsa que hubo cuando aparecioÌ este su primer libro, repulsa que auÌn suscita en no pocos medios. Del hecho de que el aÌmbito parroquial no soporte lo nuevo. El propio poeta recordaba que hubo en BogotaÌ unanimidad en cuanto a la ninguna calidad de sus versos. Al encontrarse en la carrera seÌptima con Augusto RamiÌrez Moreno y escuchar de sus labios que en el cafeÌ Riviere dos bandos se enfrascaban en una batalla campal por su libro, el poeta, entusiasmado, le dijo a su amigo: ¿Una batalla? Entonces ¿quiere decir que hay quienes defienden a Suenan timbres? La aclaracioÌn que le hizo su interlocutor no pudo ser maÌs desconsoladora: “No, hombre, no. Lo que pasa es que un grupo dice que tu libro es malo por un motivo y otros dicen que es malo por motivos diferentesâ€. Ante las arremetidas contra su desequilibrada poesiÌa, un compañero de generacioÌn suya, Alberto Lleras Camargo, otro animador de “Los Nuevosâ€, expresariÌa que
Vidales estaÌ desequilibrado porque de intento, de propoÌsito deliberado ha querido ver el mundo de modo distinto del que lo ves tuÌ, del que lo veo yo, del que lo ve el Señor del Banco. Recordadlo, oh puÌblico nuestro, despreocupado y coleÌrico con sus versos, Vidales se riÌe de ti y de lo que dices porque es un HUMORISTA.
Su humorismo es, quizaÌ maÌs que sus panfletos, lo que molesta a los puristas. Valga recordar a Aldo Pellegrini: “hay un signo inmediato que revela a la verdadera poesiÌa: provoca la irritacioÌn y el encono de los mediocresâ€.
Si Vidales utiliza su humor como un niño sus juegos, cuando se desdobla en el poeta liÌrico revela su insatisfaccioÌn con la realidad: igual al pueblo carnavalesco y rabelesiano, se siente incompleto y hace burla de los burladores, como señala Bajtin de la cultura popular. Luego manifiesta su insatisfaccioÌn poliÌtica y por uÌltimo, aunque a veces entrelace varios estadios, asume la posicioÌn del liÌrico en un mundo sin lirismo. Pero es su visioÌn del humor que subyace en la tragedia lo que lo hace subversivo. Lo que nos regresa a Bergson y a saber que si no nos conmueve el sermoÌn de un cura que a todos mueve a llanto, es porque no somos, señores, de la misma parroquia.
BogotaÌ, 19 de abril de 2017
Poemas seleccionados por Otro páramo
De la sección “Los importunosâ€
Los antiÌpodas
PadeciÌa la tarde un leve morado. Un poco maÌs de ternura y su competencia con una tarjeta postal de la generacioÌn del centenario hubiera sido gravemente notoria. Pobrecilla. No obstante, el color agoÌnico pasoÌ suÌbitamente, como por lo demaÌs suele ocurrir con todas las cosas humanas. El diÌa se fue tornando sucio. Era el momento de recoger otra vez –¡otra vez!– la basura del tiempo. ¿Desde hace cuaÌnto?
—No haga filosofiÌas, amigo –me espetoÌ el desconocido con un aire de pequeño burgueÌs imposible, pero completamente potable. Era un hombre simpaÌtico, de mediana edad en el mundo de todos nosotros, cuya residencia terrestre estaba rubricada por una americana color verde oliva, unos pantalones grises y unos zapatos de amarillo profundo. Era un “quiÌdamâ€, un “homo qualunqueâ€, un peatoÌn, un transeuÌnte, como usted, como yo, ¡queÌ diablos! SoÌlo que habiÌa algo en eÌl, que ni usted ni yo poseemos. Me habiÌa adivinado lo que yo estaba pensando. Le dije a quema ropa:
—¿CoÌmo sabe usted que estoy mascullando mis filosofiÌas?
—Mire –me replicoÌ–; todo el mundo anda en esta diversioÌn, pero usted cavila como si la ola del diÌa se acabara para todo el planeta. No tal. AllaÌ, al otro lado, ella estaÌ apareciendo.
Se tornoÌ grave y rezongo luÌgubremente:
—Vivimos en el universo de los antiÌpodas.
—¿Y eso queÌ quiere decir?
—¡Ah!, señor –me atajoÌ–. No diga usted una siÌlaba maÌs. Se habla del destino, del azar, del sino, como algo por encima de la voluntad, que acompaña a traveÌs de la vida a todo mortal. El hombre habla tranquilamente de su “mala estrella†y asiÌ, en cierta forma, se lava las manos. O, por el contrario, atribuye a potencias oscuras su buen suceso en el traÌnsito diario. ¡Ah!, esas filosofiÌas fallan de plano. ¿Por queÌ? Sencillamente porque nadie piensa en los antiÌpodas. Nosotros no somos solitarios; somos parejas. Usted tiene su par al otro lado de la pelota en que nos estamos moviendo. Vea: Lo que usted hace, lo estaÌ ejecutando su gemelo, allaÌ, en el preciso lugar que corresponde al equilibrio de Newton. Unas veces en su mismo sentido, otras en el contrario cuando el ritmo uniÌsono no se da entre los dos. AhiÌ tiene usted la ventura o el drama humano, y no le deÌ maÌs vueltas a sus filosofiÌas gastadas. SiÌ, señor. Usted puede sostenerse en pie, discurrir, bostezar, reflexionar, triunfar o ser derrotado en razoÌn directa –o inversa– de lo que ocurra a su antiÌpoda.
—¡No! –le griteÌ iracundo–. Lo que usted dice es atroz. Piense en las consecuencias de su infame teoriÌa.
—Desde luego es infame –me susurroÌ acentuando las siÌlabas.
—Pero eso arguye sobre su realidad innegable. Ahora bien: no piense en los criÌmenes, en la maldad de los hombres, en la envidia, en el odio humano. DeteÌngase a meditar en el aspecto favorable de la existencia, en los estados de amor, en los actos de heroicidad, en todo cuanto hace bella la funcioÌn de vivir. AhiÌ estaÌn los antiÌpodas ejerciendo su funcioÌn de vivir. AhiÌ estaÌn los antiÌpodas ejerciendo su funcioÌn soberana en el balanciÌn del bien y del mal. Y en las situaciones de humorismo que nos arrancan leves sonrisas capaces de hacer amables las existencias, aun aquellas atenazadas por una desgracia.
—¡No!, ¡No!, no acepto su tesis –le griteÌ, aterradoramente ofendido. PenseÌ en el universo que me pintaba este hombre, en todas las circunstancias por las que atraviesan las vidas, y me hice cruces de la monstruosa concepcioÌn de este infame desconocido. —¿De modo –le griteÌ– que el criminal no tiene la culpa de su acto porque se trata del reflejo de lo que hace o no hace su antiÌpoda, siendo asiÌ que tan antiÌpoda es el del lado de acaÌ como el de allaÌ? ¿QueÌ barbaridad estaÌ propiciando usted?
—Pues mire, mi amigo. Usted va a matar a un hombre, dentro de un mes, porque su antiÌpoda practicaraÌ un acto de santa bondad. Y la viÌctima suya seraÌ exactamente el antiÌpoda del sacrificado en la otra cara del mundo, un buen hombre creador de filosofiÌas, que en un momento de desajuste mental pensoÌ en matar a alguien, lo que repercutioÌ en esta parte de acaÌ del planeta. En el destino humano, nadir y cenit son teÌrminos en juego perenne.
—¡Valientes enredos! –QuedeÌ iracundo. El hombre desaparecioÌ como si no hubiera existido. Y un mes despueÌs, con chaqueta verde oliva, pantaloÌn gris, y zapatos color uva, lo encontraron muerto en una encrucijada de las afueras del pueblo. Yo me declareÌ sin ambages autor del suceso. Y los jueces me perdonaron, en gracia del drama, un tanto truculento, contra la especie humana, que significaba la horrenda teoriÌa de aquel insigne desconocido.
De la sección “Poemas de la yolatríaâ€
FilosofiÌa de los ademanes
Mis versos han descubierto
que las gentes
no valen por siÌ mismas
en lo fiÌsico
sino que son bellas o feas
seguÌn como esteÌn construidas
sobre sus ademanes.
Y que los ademanes
son los armazones maravillosos
e invisibles
de los seres humanos.
El hueco
Mis versos dicen.
Hueco
uÌnico sitio habitable.
Casas.
Casas.
Casas.
Huecos interrumpidos por paredes y puertas.
Huecos divididos en cuadros.
Mi vida
mi vida transeuÌnte
estaÌ llena de las troneras
de las horribles cavernas
que las casas les hacen a los huecos.
Y ya no puedo
borrar en miÌ la sensacioÌn
de los huecos de la ciudad
encerrados en los cajones de los cuartos.
De la sección “Curvaâ€
Los ruidos
Ruidos de los cafeÌs
que se escapan por las bocinas de los teleÌfonos
ruidos maravillosos de las casas.
Yo seÌ que cada casa
tiene sus ruidos especiales.
AsiÌ conozco la casa de mi amigo
y reconozco la miÌa
–de lejos–
entre la aglomeracioÌn de construcciones.
Ruidos en la ciudad que soÌlo es calles
y calles
en la ciudad que estaÌ de espaldas
volteada hacia adentro
hacia los interiores de las casas.
Ruidos de la eÌpoca de las cavernas
que andan todaviÌa en el mundo.
Ruidos.
Vosotros vagaÌis locos
buscando una salida
pero al igual que yo
no habeÌis podido encontrarla.
Ruidos.
Y ya lo mejor seraÌ
que os torneÌis estaÌticos
fijos
–pegados a las paredes–
conservando vuestras formas
de dibujos decorativos.
CinematografiÌa nacional
Por el cielo amarilloso
de linterna
pasan las nubes colombianas.
Y coÌmo se les nota que no habiÌan ensayado
antes.
Los aÌrboles
–por ser la primera vez que trabajan en cine–
aparecen
tiesos
cohibidos
amanerados.
Pero el Salto de Tequendama
lo hace con naturalidad
como si tuviera
una larga praÌctica
en cinematoÌgrafo.
Por los alrededores de BogotaÌ
merodea la luna.
¡Y queÌ luna!
Es una Luna barnizada de blanco
y con instalacioÌn propia.
Afuera
el cielo de la noche
oscuro ampuloso
es un inmenso gongorismo.
Luego veo la luna.
¡Oh! ¡Oh!
¡Les saca a los transeuÌntes
sus fichas antropomeÌtricas contra el muro!
¡Son como clicheÌs quemados
que huyen!
Y en el saloÌn de la noche
yo aplaudo
las peliÌculas incoherentes
de este PatheÌ Baby.
A Luis Tejada. ElegiÌa humoriÌstica
No hay nada queÌ decirte.
JamaÌs queriÌa decirte nada.
Pero aquiÌ â€“en el perioÌdico–
me obligan a escribirte.
Estoy en el escritorio tuyo
en el rincoÌn tuyo
aquiÌ â€“en el perioÌdico.
Y desde aquiÌ te lanzo mi interrogacioÌn.
AsiÌ.
?
¡QueÌ serpentina es la interrogacioÌn!
Pero bueno –queÌ–
¿se baila bien en el espacio?
¡Los pies deben hacerlo deliciosamente!
Y dime:
¿No has visto por allaÌ
las cometas que se me perdieron
cuando yo era niño?
MaÌndamelas
que yo las amo todaviÌa.
Quisiera –en cambio–
conseguir que no subiera hasta ti
el ruido del mundo
cuando estaÌ dormido.
¿Suena mucho el mundo
oiÌdo desde arriba?
OÌyeme.
LleÌvame lleÌvame contigo. Esta vida es mala. Y se confabulan contra uno. Por ejemplo –de noche –cuando estoy dormido– mi sombra se me va no se sabe para doÌnde y los pantalones –sonaÌmbulos– salen en el silencio de la noche andando andando. Y mi saco –guillotinado en el ropero– estaÌ desmadejado y sus bolsillos ¡oh sus bolsillos! ¡me sacan la lengua sus bolsillos! Y hasta la misma cama es un vehiÌculo que me lleva a regiones desconocidas. LleÌvame lleÌvame contigo. Oye lo que te voy a decir. Pero aceÌrcate maÌs. Que nadie escuche lo que te voy a decir. Es muy triste. Mira.
LOS RELOJES PIERDEN EL TIEMPO.
CristologiÌa
Las cruces que hay en el mundo son trampas puestas por los hombres para cazar a Jesucristo.
Es verdad que el diablo le tiene miedo a la cruz pero Jesucristo le tiene mucho maÌs miedo y huye donde ve una.
Esto le ocurre desde aquella vez que le pusieron esa CONDECORACIí“N tan grande que se enredoÌ en ella y se murioÌ.
Y sin embargo Jesucristo ha sido siempre a traveÌs de todos los tiempos el maÌs perfecto
MAROMERO.
Eso es.
El alcohol
Alcohol. EspiÌritu. Vas siempre en fuga. Loco. Loco. Desequilibrista. No eres de nuestro planeta. ¿QueÌ forma tienes? Cuando te incorporas eres llama azul –inquieto– y casi tocas el liÌmite de nuestra vida animal. Pero luego te vas y no sabe nuestra incertidumbre si es esa tu forma o si eres voluta o si viajas en ciÌrculos o si pasas en zig-zags por nuestra vida. Alcohol. Bajo tu influjo adentro nos tambalea la vida y afuera todas las cosas nos desconocen y ante nuestros ojos la calle –ese reptil inmoÌvil– empieza entonces a deslizarse y los postes nos huyen y las casas en fuga comienzan a desocupar la ciudad. Alcohol. Voy a hacerte una ofrenda. No es muy pobre mi ofrenda. Te doy para siempre para toda la vida el par de muletas del equilibrio.
OracioÌn de los bostezadores
Dedicado a Leo Le Gris-Bostezador
Señor. Estamos cansados de tus diÌas y tus noches. Tu luz es demasiado barata y se va con lamentable frecuencia. Los mundos nocturnales producen un peÌsimo alumbrado y en nuestros pueblos nos hemos visto precisados a sembrarle a la noche un cosmos de globitas eleÌctricas. Señor. Nos aburren tus auroras y nos tienen fastidiados tus escandalosos crepuÌsculos. ¿Por queÌ un mismo espectaÌculo todos los diÌas desde que le diste cuerda al mundo? Señor. Deja que ahora el mundo gire al reveÌs para que las tardes sean por la mañana y las mañanas sean por la tarde. O por lo menos –Señor– si no puedes complacernos entonces –Señor– te suplicamos todos los bostezadores que transfieras tus crepuÌsculos para las 12 del diÌa. AmeÌn.
De la sección “Estampillasâ€
El aÌngulo facial
Cuando me lo preguntaron le dije con inquietud:
—¿Pero queÌ hizo usted su aÌngulo facial?
La boca, la nariz, los ojos, las orejas, fuera de su sitio, apare- ciÌan amontanados en su rostro.
—Señor –me dijo el hombre de boca vertical–. Una vez un prestidigitador me escamoteoÌ el aÌngulo.
Desde entonces seÌ que, como los paraguas, los rostros tienen una armazoÌn. Y que la armazoÌn de los rostros es el aÌngulo facial.
La ciudad infantil
Pasaban los hombres manejando sus coches, sus trenes, sus tranviÌas, sus automoÌviles. ¿QueÌ era lo que haciÌan? Jugaban. Iban en sus juguetes grandes. SeguiÌan siendo niños. Y volaba y volaba la gran jugueteriÌa de ruedas. ¡Ah, la ciudad infantil!
Paisajes ambulantes
Mr. Wilde ha dicho que los crepuÌsculos estaÌn pasados de moda. Es indudable que se podriÌa disimular ese defecto si los paisajes variaran constantemente de sitio. Eso de ver un paisaje en un mismo lugar –es necesariamente aburrido. Lo contrario seriÌa encantador. Y espectacular. Un grupo de aÌrboles emigrando bajo el cielo. O un aÌrbol que pasara para la selva –solo-recto– sobre sus innumerables patitas blancas.
Pero entonces la gente inventariÌa jaulas para cazar paisajes. Y un paisaje dentro de una jaula no debe sentirse contento.
El cerebro
El cerebro es una maÌquina de escribir.
Las teclas redonditas –en hileras– dan contra la pared interna de la frente.
Cuando la punta de la pluma hace presioÌn sobre el papel y corre, yo siento el ruido de las teclas.
Hay letras –la b, la l, la m,– ya deterioradas, que mi maÌquina escribe mal.
Y el sombrero –el gran sombrero– es la funda de mi maÌquina de escribir.

Noticia Biográfica
Luis Vidales (Calarcá, Quindío, 26 de julio de 1904 – Bogotá, 14 de junio de 1990) fue un poeta, ensayista y activista político colombiano. En 1926 publicó Suenan timbres, conocido como uno de los pocos libros de poesía vanguardista en Colombia. A raíz de este poemario Vidales, fue el único autor colombiano que apareció en la famosa antología editada en 1926 por Jorge Luis Borges, Vicente Huidobro y Alberto Hidalgo: índice de la nueva poesía latinoamericana. Fue miembro fundador del grupo literario Los Nuevos por medio del cual participó en diversas tertulias literarias y políticas, junto a Luis Tejada, Ricardo Rendón y León de Greiff, entre otros. También es reconocido por ser parte del grupo fundador del Partido Comunista Colombiano así como su Secretario General en 1932. Además de Suenan timbres sus poemarios son La Obreriada (1978), Poemas del abominable hombre del Barrio Las Nieves (1985), Antología poética (1985) y El libro de los fantasmas (1986). Sus libros de ensayo son Tratado de estética (1945), La insurrección desplomada (1948) y La circunstancia social en el arte (1973).