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Edición 64

Rilke: Primera elegía de Duino. Versión de Atila Luis Karlovich



Esta traducción de “La primera elegía” del ciclo “Elegías de Duino” de Rilke fue hecha por Atila Luis Karlovich, (Bogotá, 1953), autor de “Secuencias de exilio” (2018), bilingüe y Doctor en Filosofía y Letras (Universidad de Zurich).

 

Rainer Maria Rilke nacio en Praga en 1875 y murió en Val-mont (Suiza) en 1926. Fue uno de los más importantes poetas de lengua alemana y está entre los fundadores de la poesía moderna universal. Muchos consideran que las “Elegías de Duino” (“Duineser Elegien”) constituyen el apogeo de su obra poética. Se trata de un ciclo de diez poemas que datan de entre 1912 y 1922. La primera elegía la escribió, de un solo tirón, el 21 de enero de 1912 mientras se encontraba alojado en el castillo de su amiga y mecenas, la princesa Marie von Thurn und Taxis, en la localidad adriática de Duino. De ahí el nombre del ciclo. La segunda es de pocos días después, también escrita en Duino. Ahí mismo también comienza la tercera que sin embargo recién termina en Paris en 1913. La cuarta la escribe en Munich en 1915. El resto de la obra la termina, parcialmente con base en versos anteriores, en 1922 en el Château de Muzot (Valais, Suiza). Fue ahí que compuso también su última obra importante, los “Sonetos a Orfeo”, y donde vivió hasta que comenzaron sus serios problemas de salud. Murió en el sanatorio de Val-mont, no muy lejos de Muzot.

 

Es difícil, si no imposible, decir con propiedad de qué tratan las “Elegías de Duino”. Ni mucho menos resumirlas. En todo caso, hablan sobre la condición humana, y hay mucho de filosofía en ellas, pero nunca en un sentido tratadista ni sistemático, sino siempre mediada por poderosas imágenes y en forma de poesía pura. El hombre es un ser contradictorio, que sufre el desarraigado de sí mismo y se lo describe por contrastes: los ángeles, los amantes (que son los humanos en estado de gracia, pero tampoco tanto), los niños, las marionetas, los animales, la naturaleza, el cosmos, la mitología... El proceder poético no es para nada metódico, sino asociativo y a veces el poeta deambula de un tema al otro sin ninguna mediación. La lógica es siempre y solamente poética. Hay que decir que se trata de una poesía “difícil”, por todo lo dicho, pero también por un uso muy personal del idioma alemán que no facilita la lectura ni el trabajo del traductor. A pesar de que no faltan abundantes y farragosos intentos de interpretación, considero que la mejor forma de leer las “Elegías” es acercándose desprejuicisoamente y dejando que nos llegue su aliento poético.    

 

 

 

Elegías de Duino

 

La primera elegía

 

¿Quién, aunque gritara, me escucharía de entre los coros

de los ángeles?, y aunque, intempestivo, uno de ellos

me apretara contra su corazón: me extinguiría

ante su más recio existir. Porque lo bello no es sino

de lo terrible el comienzo, lo que de él alcanzamos a aguantar,

y lo admiramos tanto porque serenamente

desdeña destruirnos. Todo ángel es terrible.

Y así me refreno entonces y me trago el reclamo

de mi oscuro sollozar. ¿A quién, ay, de veras

alcanzamos a requerir? No a los ángeles, no a los hombres,

y los animales sagaces de inmediato perciben

que no estamos confiados, como en casa,

en el mundo que desentrañamos. Tal vez nos quede

un árbol en la ladera para volver a verlo

a diario, tal vez nos quede la calle de ayer

y la lealtad caprichosa de una costumbre

que se sintió a gusto con nosotros, que se quedó y está.

Oh, y la noche, la noche, cuando el viento lleno de espacio cósmico

nos consume el rostro—, ¿para quién no quedaría ella, la deseada,

la dulcemente decepcionante, que es penosa inminencia 

para cada uno de  nuestros corazones? ¿Será más liviana para los amantes?

Ay, ellos solo se encubren uno con otro su hado.

¿Aún no lo sabes? Deshazte del vacío que cargas en tus brazos,

arrójalo a los espacios que respiramos: quizás las aves

sientan el aire ensanchado con un vuelo más entrañable.

 

Sí, parecía que las primaveras te necesitaban. Había estrellas

que te exigían que las sintieras. Se alzaba

una ola desde el tiempo pasado hacia acá, o

cuando pasabas ante la ventana abierta

había un violín que se te entregaba. Todo esto era tarea.

Pero, ¿acaso pudiste con ella? ¿No era que seguías

disperso y a la espera,  como si todo

te anunciara una amante? (Adónde querrás albergarla,

ahora que los pensamientos grandes y extraños

entran y salen por tu casa y muchas veces pasan la noche contigo).

Pero si añoras, canta a los que aman; falta mucho

para que llegue a ser inmortal su famoso sentimiento.

A aquellos, casi que los envidias, a los abandonados que

te parecieron tanto más amantes que los satisfechos. Emprende

siempre de nuevo la alabanza inconseguible;

piensa: el héroe sigue en pie, incluso la caída no le fue

sino pretexto para seguir siendo: su nacer postrero.

Pero a los amantes vuelve a acoger la naturaleza

exhausta, como si no hubiera las fuerzas

para lograrlo dos veces. ¿Has recordado lo bastante

a Gáspara Stampa, para que cualquier muchacha

a quien dejara su amado,  ante el ejemplo enaltecido

de esta amante sintiera: que llegue a ser como ella?

¿No deberían al fin hacérsenos más fecundos

estos antiquísimos dolores? ¿No es hora ya de que amando

nos liberemos del ser amado y que lo resistamos trepidantes,

como la flecha resiste a la cuerda,  para superarse

a sí misma en la disparada? Porque morada no hay en ningún lugar.

 

Voces, voces. Escucha, corazón mío, como solo

los santos escuchaban: que el llamado enorme

los levantaba del suelo, pero que seguían de rodillas,

imposibles, y no se daban por enterados:

así aprendieron a escuchar. No es que de Dios soportaras

la voz, ni mucho menos. Pero escucha la brisa,

el mensaje continuo que se hace de silencio.

Te llega como susurro de aquellos que murieron jóvenes,

Dondequiera que entraras, ¿no se dirigía, en iglesias

en Roma y en Nápoles, sereno su destino a ti?

O bien se te imponía sublime un epígrafe

como hace poco la lápida en Santa María Formosa.

¿Qué piden de mí? Que aparte en silencio

la apariencia de iniquidad que a veces entorpece

un tanto el movimiento puro de sus espíritus.

 

Desde luego es extraño no seguir habitando la tierra,

no seguir practicando costumbres apenas aprendidas,

no darles a las rosas y a otras cosas que guardan promesas

muy propias significación de un mañana humano;

no ser más lo que uno fue en manos

infinitamente acongojadas,  y dejar el propio nombre

como si fuera un juguete quebrado.

Es extraño no seguir deseando los deseos. Extraño

ver revolotear tan suelto en el espacio todo lo que

solía relacionarse. Y el estar muerto es tarea trabajosa,

y hay tanto por recuperar para poco a poco poder sentir

un tanto de eternidad. —Pero los vivos

se equivocan todos diferenciando demasiado.

Los ángeles (se dice) muchas veces no sabrían

si andan entre vivos o entre muertos. La corriente eterna

siempre arrastra en ambos márgenes todas las edades

y resuena rauda por encima de ambos.

 

Al final ya no les hacemos falta, a ellos que se fueron temprano,

uno se desacostumbra suavemente de lo terreno, así como

se desteta con ternura de la madre el niño. Pero nosotros que necesitamos

tan grandes misterios, a quienes del duelo  tantas veces

nos brota avance venturoso—: ¿podríamos ser sin ellos?

Será en vano la leyenda de que antaño en los lamentos por Linos

una primera música permeó osada el pasmo enjuto,

de que por primera vez en el espacio estupefacto un muchacho, casi un dios,

partió de repente y por siempre, y el vacío rompió a vibrar,

tal como vibra ahora, y nos extasía y consuela y ampara.                                                                                                


Noticia Biográfica


Rainer Marí­a Rilke, poeta, cuentista, novelista, ensayista y traductor, nació en Praga el cuatro de diciembre de 1875. Tras una estricta educación en una academia militar, Rilke estudió Historia del Arte y Filosofí­a en Praga y Múnich, se entrevistó dos veces con León Tolstoi en Rusia, fue asistente de Auguste Rodin en Parí­s y murió de leucemia el 29 de diciembre de 1926 en Val-Mont, Suiza. Entre sus obras más importantes se encentran Para festejarme (1900), Las historias del buen Dios (1900), Auguste Rodin (1903), El libro de las imágenes (1902-1905), El libro de las horas (1905), Los cuadernos de Malte Laurids Brigge (1910), Las elegí­as de Duino (1922) y los Sonetos a Orfeo (1922). 



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