Edición 6
Selección de poemas de Alejandro Cortés
Abren las mandarinas su hechizo de luz
Algo me dice que mi hijo está solo
recién salido de la ducha
con la piel húmeda sobre las sábanas
Se levanta tarde
sediento entre alcoholes negros
debe echar de menos las mandarinas que le daba cuando niño
cuando llegaba de jugar fútbol con las rodillas verdes
y devoraba cada gajo en un segundo
Creo que mi hijo piensa en cómo era la vida
cuando existir importaba más que ser útil
Se acordará de los programas de televisión:
Los guardianes del universo
protegían la bondad de los niños solos
Mi instinto me dice que está tirado en la cama
El aire de flores desnudas entra por su ventana
Fijará las pupilas en un punto de la pared
o del armario debidamente ordenado
y con la toalla secará la sal de su cara
¿Se acordará de sus ojos cerrados cuando le bañaba la espalda?
El diciembre que nos hicimos distantes
no pesa más que todos los diciembres que estuvimos juntos
Yo solo puedo presentir cuando él me piensa
y verlo como a un niño
sin importar sus años
Si yo supiera de premoniciones
juraría que mi instinto sabe más de lo que conozco
Si yo supiera de señales
dibujaría el punto en la pared donde fija la mirada
Pero soy su madre
solo sé esperar
Solo sé esperar
a que me visite un domingo a mediodía
y poder darle
todas las mandarinas del mundo.
Un girasol dentro de una botella vacía puede beberse la noche
Una noche
abrí la puerta
y volteaste hacia mí la cabeza
como girasol nocturno
Me hablaste de la inutilidad de los dientes
para el pez sacado de las aguas
De la ciudad que esconde el cadáver del río
en las bodegas de las fábricas
La imagen de esa noche cuelga de mis paredes
Vapor de ningún aliento
Uñas invisibles contra los vidrios
Me siento en el sillón
Tú no estás
El aire forma tu cintura y se arrellana en mi regazo
Te imagino diciéndome
que en la boca de los pescados
hay una oración por el río
Una corriente abre la ventana
Ahora la noche aletea sobre tu hombro
y soy yo quien voltea la cabeza
como girasol nocturno.
Para sobrevivir la casa
La casa está cerca de un lago que ya secaron
y de un paradero al que los buses dejaron de venir
Cerca está la vía férrea
por la que nunca vimos pasar el tren
Nacimos en hospitales que ya no existen
Nos perdieron las calles cuando cambiaron de nombre
Desconocimos el colegio cuando cambió de dueños
Cuesta ubicar con precisión la casa de los primeros amigos
Recordar la anterior fachada de la iglesia
o cómo era el columpio que colgaba del árbol
antes de que la tentación de los edificios
lapidara la infancia del barrio
Un amigo que ya no visito
decía que la casa de un hombre
debe estar cerca de todo lo que le habita
A nuestra casa
la que tiene en la ventana el cartel de una inmobiliaria
la rondan las demoliciones
la sobrevive este poema
y la habita
todo lo que perdimos.
Ofrenda del abismo
Para un nacer de alas
el acero deber cortar la carne y arrojar el cuerpo
No es el cielo quien otorga el vuelo
Es la caída.
Un olor a pino bajo las manecillas del sol
Tengo veinte minutos
para salvar de los relojes
una línea de sol
Me siento frente al escritorio
(muchas hojas en blanco / la ventana)
Los pinos al otro lado de las montañas
me traen el olor del desinfectante con el que mi abuela limpia la cocina. Ella me pide que juegue en el patio mientras se seca el piso. Cruzo el pasillo de baldosas rojas donde la lavadora inicia automáticamente, su segundo ciclo de lavado. (Tiemblan mis rodillas). Pateo un balón contra la pared del patio. (Tiemblan las materas). Una niña se asoma a la ventana del segundo piso; me llama para que juguemos juntos. Le doy la última patada al balón
y río
porque soy un niño con certezas: El balón está girando en el patio, la niña está en el segundo piso, mi abuela está después del pasillo de baldosas rojas. Corro hacia el interior de la casa. El piso de la cocina huele a desinfectante. Me pregunto ¿cómo serán los pinos
al otro lado de las montañas?
Y me veo adulto
en la mañana
sentado frente al escritorio
(muchas hojas en blanco / la ventana)
apurado por irme a trabajar
y con solo veinte minutos
para salvar mi infancia.
Noticia Biográfica
*Fotografía de Liza María Cobos
Alejandro Cortés González nació en Bogotá, 1977. Ha publicado los libros Notas de inframundo (Novela, 2010), Pero la sangre sigue fría (Poesía, 2012) y Sustancias que nos sobreviven (Poesía, 2015), Del relámpago nacerán luciérnagas (Novela, 2018), Instantáneas dominicales (Poesía, 2019) y Almanaque Bristol 1987 (Poesía, 2019). Ganador del Premio Nacional de Literatura de la Universidad Central en las categorías Novela (2009) con Notas de inframundo, y Cuento (2011) con "Él pinta monstruos de mar". Ganador de la Beca de Circulación Internacional para Creadores del Ministerio de Cultura (2013), con la que participó en VII Festival Internacional de Poesía en París. Ganador del VI Concurso Nacional de Poesía UIS (2014). Ganador de la Beca para publicación de Obra Inédita del Ministerio de Cultura (2019) con el libro Almanaque Bristol 1987. Ha sido invitado a encuentros literarios en Suramérica, México, Francia y Canadá. Es director de talleres de creación literaria, director de la Fundación Trilce, coordinador del espacio cultural Trilce en La Galería y del Club de Poesía de la Biblioteca Luis Ángel Arango, Bogotá.