Edición 52
Poesía chilena: Maximiliano Díaz
En las plantaciones de cobre
Hay que esperar algunos días antes de buscar
a los trabajadores abatidos por un derrumbe en la mina.
El terreno se vuelve
inestable
y nadie quiere que se repita.
Me gustaría decir que lo sé:
cómo hacer funcionar un cuerpo muerto.
Pero la verdad es que ni siquiera
los he visto tan de cerca.
Y es especialmente difícil
saber qué hacer
con los que mueren de hambre
en el entierro prematuro de los metales preciosos.
Tal vez por la posibilidad
(aún no medible en números)
de que el sujeto haya sido aplastado.
No digo que no haya que intentarlo:
escarbar el terreno con las mismas
cucharas plásticas que se entregan en servicios
de urgencia y patios de comida.
Pero la pregunta es otra:
Cómo obtener el resto:
piel huesos páncreas enredaderas de pelo o una humilde vértebra
(por la ilusión
del diálogo
con el cerebro
ahí contenido).
Me atrevería a decir que no hay
que pensar en sacarlos vivos,
pero qué podría ofrecerle yo
a la composición inexacta del cuerpo desenterrado. Siendo
galopado por restos de cobre y gravilla;
Sacudir al cuerpo como alfombras en el jardín
si es que las ganas de no abandonar la búsqueda
fueron tan fuertes.
Pero lo mejor sería ignorar mis consejos.
Si ni siquiera me acerco a ellos
ya maquillados a través del vidrio pulido
en cajones de madera.
La justicia de las caravanas
Aunque los caballos me asustan,
me gusta pensar que todo
debería seguir siendo así:
una familia
que corta el desierto en una caravana,
se detiene en un lugar aleatorio
y enterrando un objeto simbólico sobre la tierra,
afirma que ese será su hogar.
Algunos dicen que más del ochenta por ciento
de la tierra tiene dueños.
Me pregunto si cuando se pueble
por completo este planeta
volveremos a oír el susurro
de las balas en cada calle
yo creo que no.
Las ganas de pagar
nos quitaron el misterio
innecesario
del revólver
(el único que yo he visto
está bajo la cama de mis abuelos.
Era del padre de mi abuela, y ella
no lo lleva a manutención
por temor a que se lo quiten. Sus disparos
casi recorren las generaciones
cuando mi primo mayor
dijo que lo usaría para matarse).
Ya no podemos reclamar nada como nuestro.
Esos espacios están ocupados.
Tal vez es por eso que yo fantaseo con el poder
adquisitivo de futbolistas y
guionistas de grandes cadenas.
Afuera, mientras tanto,
los sujetos de la construcción ponen su bandera sobre un baldío
y un letrero fresco sale de la fábrica
ofreciendo departamentos
de treinta metros cuadrados.
Lluvia en el sector jardín de la ferretería
El viaje a la ferretería está pensado como un inverso
al del bosque,
sin barro en los zapatos, tipos
de insectos sobre hojas silvestres
ni manchas de luz
sobre el techo del auto: sol interrumpido por los árboles
esto, si se entiende al bosque
como un centro nostálgico
(a pesar de que ese espacio
no haya pertenecido a nadie).
Hoy, sin embargo, llueve en el sector
jardín de la ferretería más grande de mi ciudad,
y el patio a cielo abierto
parece un estadio olímpico abandonado.
Aquí no llegan entomólogos
a descubrir moscas sobre los tomates.
Solo las plantas. Saber
que cada una de ellas
tiene una arquitectura única
para depender a su manera
del agua o la luz del sol,
y resistir a los dientes
de orugas específicas,
(pero nuestro criterio de selección
funciona por su capacidad de comprenderse
con los muebles o elementos del jardín).
En un rato
cierra la ferretería,
y en las noticias dijeron que llueve
hasta mañana en la mañana.
Asumo que
cuando las nubes aceleren su paso
alguien volverá
dispuesto a comprar una manguera, herbicidas
(quizás también una fuente pequeña con un buda
vertiendo agua sobre las piedras),
y plantará tallos nuevos en su casa
según los colores que más le acomoden.
Después de todo, es eso,
o mirar cómo el pasto crece
según el pulso irregular de las lluvias
sobre el cielo abierto
de los patios.
El criadero de pingüinos silvestres
Si yo fuese a contar esto en otro tiempo,
nadie me lo creería,
por eso te lo cuento a ti
(porque aun vivimos,
supongo,
en el mismo tiempo y en el mismo lugar):
que la gente encontró
el escondite de los pingüinos
en las costas del sur
Las playas están pobladas
de camionetas y artesanos
vendiendo aves de madera
Llegan a las islas en pequeños botes
atados a la costa
Para que no se mojen las piernas
suben a la gente a unos carritos
y entre tres hombres
con botas y jardineras de pescador
son remolcados hasta la nave
En el fierro para apoyar las manos
el tarro de las propinas
El viaje dura 40 minutos
y no puedes tocar a los pingüinos
Luego se regresa a la costa
los niños en sus bicicletas
amansan la dureza de la arena
Al borde del mar
especies coloridas de algas.
Mi papá
de joven, quiso ser cineasta.
Pero él creía
que no podía hacerse
cine en Chile.
Por no conocer
a Raúl Ruiz
a Cristian Sánchez
o a otros
que no voy a mencionar
porque yo
tampoco los conozco
él fue quien me contó
que Star-Wars
estaba inspirado en westerns
y películas de samuráis
sin conocer a Kurosawa
ni a John Ford
pero no pudo ser cineasta
se quedó en Rancagua
y comenzó a trabajar en combustibles
se conformó
con ver películas conmigo
en un computador
fin de semana por medio
fue feliz
con un dvd de Akira
y un modelo a escala del DeLorean.

Noticia Biográfica
Maximiliano Díaz nació el aí±o 1994 en Rancagua y el 2012 llega a vivir a Santiago para estudiar Literatura en la Universidad Diego Portales. Fue becario de la Fundación Pablo Neruda durante el 2015, y a fines de ese mismo aí±o terminó su pregrado. Actualmente trabaja en la librería Metales Pesados y sigue escribiendo y editando sus poemas.