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Edición 51

Poesí­a burlesca del Siglo de Oro: selección



Los siguientes dos poemas aparecieron en el Cancionero de obras de burlas provocantes a risa (1519)

 

Un convite que hizo don Jorge Manrique a su madrastra

 

Señora muy acabada,

tened vuestra jente presta,

que la triste hora es llegada

de la muy solene fiesta.

Cuando yo un cuerno tocare

movereys todas al trote

y a la que primero llegare

d’ aqui le suelto l’escote.

 

Entrará vuestra mercéd,

porqu’es mas honesto entrar,

por cima d’una paréd

y dará en un muladár.

Entrarán vuestras donzellas

por bajo d’un albollón,

hallareys luego un rincón

donde os pongays vos y ellas.

 

Por remedio del cansancio

d’este salto peligroso,

hallareys luego un palacio

hecho para mi reposo.

Sin ningún tejado y cielo,

cubierto de telarañas,

ortigas por espadañas,

derramadas por el suelo.

 

Y luego que hayays entrado

volvereys á manizquierda,

hallareys luego un estrado

con la escalera de cuerda.

Por alcatifa un’estera,

por almohadas albardas,

con hilo blanco bordadas,

la paja toda de fuera.

 

La cama estará al sereno

hecha á manera de lío

y un colchón de pulgas lleno

y de lana muy vazío.

Una sábana no mas,

dos mantas de lana luzia,

una almohada tan suzia

que no se lavó jamás.

 

Assentaros eis n’ un poyo

mucho alto y muy estrecho,

la mesa estará en un hoyo

porqu’ esté mas a provecho.

Unos manteles d’estopa,

por paños, paños menores;

servirán los servidores

en cueros vivos, sin ropa.

 

Yo entraré con el manjár,

vestido d’aqueste són:

sin camisa, en un jubón,

sin mangas y sin collár.

Una ropa corta y parda,

aforrada con garduñas,

y por pestañas las uñas,

y en el hombro un’ espingarda.

 

Y unas calzas, que de rotas,

ya no pueden atacarse,

y unas viejas medias-botas

que rabian por abajarse.

Tán sin suelas, que las guijas

me tienen quitado el cuero,

y en la cabeza un sombrero,

que un tiempo fue de vedijas.

 

Verná luego una ensalada

de cebollas albarranas,

con mucha estopa picada

y cabezuela de ranas.

Vinagre vuelto con hiél

y su azeyte rosado,

en un casquete lanzado

cubierto con un broquél.

 

El gallo de la Passión

verná luego tras aquesto,

metido en un tinajón

bien cubierto con un cesto.

Y una gallina con pollos

y dos conejos tondidos,

y pájaros con sus nidos

cozidos con sus repollos.

 

Y el arróz hecho con grasa

d’un collár viejo sudado,

puesto por orden y tassa

para cada uno un bocado.

Por azucar y canela

alcrebite por ensomo

y delante el mayordomo

con un cabo de candela.

 

Acabada ya la cena

verná una pasta-reál

heccha de cal y arena

guisada en un hospital.

hollín y ceniza ensomo

en lugar de cardenillo,

hecho un emplasto todo

y puesto en el colodrillo.

 

La fiesta ya fenecida

entrará luego una dueña,

con una hacha encendida

d’ aquellas de partir leña.

Con dos velas sin pavílos

hechas de cera de orejas,

las pestañas y las cejas

bien cosidas con dos hilos.

 

Y en el un pie dos chapines,

y en el otro una chinela,

en las manos escarpines,

y tañendo una vihuela.

Un tocino por tocado

por sartales un raposo,

l’un brazo descoyuntado

y el otro todo velloso.

 

Fin.

Y una saya de sayál

forrada en peña tajada,

y una pescada ceciál

de la garganta coldada.

Y un balandrín rozagante

hecho de nueva manera,

las haldas todas delante

las nalgas todas de fuera.

 

 

 

 

Del Ropero á una mujer gran bebedora

 

Un vinagrón como hierro

habeys por olio de vique,

y las hojuelas del puerro

jurays que son alfeñique.

Puta vieja, beoda y loca,

que hazeys los tiempos caros,

esso me daba besaros

en el culo que en la boca.

 

La viña muda su hoja,

y la cól, nabo y lechuga,

y la tierra que se moja,

un dia, ó otro se enjuga.

Vos, el años todo entero,

por tiram’allá esa paja,

á la noche soys un cuero

á la mañana tinaja.

 

 

 

 

Definición de impotencia.

 

Copla LXXXIIII. de Juán de Mena

 

Es impotencia, un descaymiento,

de pija y cojones, después de ya cuando,

la barba del hombre está blanqueando,

remoto por obras y por pensamiento.

No solamente por viejo yo cuento,

quien barba y cabello, en blanco transmuda,

mas el que de floja, hodiendo trasuda,

y dá cojonadas, aprisa, sin tiento.

 

 

 

 

Soneto atribuido a Diego Hurtado de Mendoza en el que se burla de la diosa Ártemis o Diana (diosa de la caza y la castidad)

 

Señora, la del arco y las saetas,

que anda siempre cazando en despoblado,

dígame, por su vida, ¿no ha topado

quien la meta las manos en las tetas?

 

Andando entre las selvas más secretas,

corriendo tras algún corzo o venado,

¿no ha habido algún pastro desvergonzado

que le enseñe el son de las bambetas?

 

Hará unos milagrones y asquecillos

diciendo que a una diosa consagrada

nadie se atreverá, siendo tan casa.

 

Allá para sus ninfas eso basta,

mas acá para el vulgo ¡por Dios, nada!

que quienquiera se pasa dos gritillos.

 

 

 

 

A un zapato muy grande y deseado de una dama

 

Soneto 42 de Rimas humanas y divinas del licenciado Tome de Burguillos  de Lope de Vega

 

¿Quién eres, Celemín? ¿quién eres, fiera?

¿qué pino te bastó de Guadarrama?

¿qué buey, que a Medellín pació la grama,

te dio la suela en toda su ribera?

 

¿Eres ramplón de Polifemo cuera,

bolsa de arzón, alcoba, o media cama?

Aquí de los zapatos de mi dama

que me suelen servir de bigotera.

 

¡O zapato cruel! ¿cuál será el anca

de mula que tiró tal zapateta?

y aun me aseguran que el talón le manca.

 

Pues no te iguala bota de vaqueta,

este verano voy a Salamanca,

y te pienso llevar para maleta.

 

 

 

 

A un poeta rico, que parece imposible

 

Soneto 109 de Rimas humanas y divinas del licenciado Tomé de Burguillos de Lope de Vega

 

La rueda de los orbes circunstantes

pare el veloz primero movimiento,

déjese penetrar el pensamiento;

iguálese la arena a los diamantes.

 

Tengan entendimiento los amantes

y falte a la pobreza entendimiento;

no tenga fuerza el oro, y por el viento

corran los africanos elefantes.

 

Blanco sea el cuervo y negros los jazmines,

rompan ciervos del mar los vidrios tersos,

y naden por la tierra los delfines;

 

no sufra la virtud casos adversos,

den los señores, hagan bien los ruines,

pues hay un hombre rico haciendo versos.

 

 

 

 

Capítulo primero (fragmento) del Viaje del Parnaso

 

Miguel de Cervantes Saavedra

 

Un quídam Caporal italïano,

de patria perusino, a lo que entiendo,

de ingenio griego y de valor romano,

llevado de un capricho reverendo,

le vino en voluntad de ir a Parnaso,

por huir de la Corte el vario estruendo.

Solo y a pie partióse, y paso a paso

llegó donde compró una mula antigua,

de color parda y tartamudo paso.

Nunca a medroso pareció estantigua

mayor, ni menos buena para carga,

grande en los huesos y en la fuerza exigua,

corta de vista, aunque de cola larga,

estrecha en los ijares, y en el cuero

más dura que lo son los de una adarga.

Era de ingenio cabalmente entero:

caía en cualquier cosa fácilmente,

así en abril como en el mes de enero.

En fin, sobre ella el poetón valiente

llegó al Parnaso, y fue del rubio Apolo

agasajado con serena frente.

Contó, cuando volvió el poeta solo

y sin blanca a su patria, lo que en vuelo

llevó la fama deste al otro polo.

Yo, que siempre trabajo y me desvelo

por parecer que tengo de poeta

la gracia que no quiso darme el cielo,

quisiera despachar a la estafeta

mi alma, o por los aires, y ponella

sobre las cumbres del nombrado Oeta,

pues, descubriendo desde allí la bella

corriente de Aganipe, en un saltico

pudiera el labio remojar en ella,

y quedar del licor süave y rico

el pancho lleno, y ser de allí adelante

poeta ilustre, o al menos magnifico.

Mas mil inconvenientes al instante

se me ofrecieron, y quedó el deseo

en cierne, desvalido e ignorante.

Porque [en] la piedra que en mis hombros veo,

que la Fortuna me cargó pesada,

mis mal logradas esperanzas leo.

Las muchas leguas de la gran jornada

se me representaron, que pudieran

torcer la voluntad aficionada,

si en aquel mesmo istante no acudieran

los humos de la fama a socorrerme,

y corto y fácil el camino hicieran.

 

 

 

 

Buena orina y buen color

 

Luis de Góngora (tomado de Letrillas)

 

Buena orina y buen color,

y tres higas al doctor.

 

Cierto doctor medio almud

llamar solía, y no mal,

al vidrio del orinal

espejo de la salud;

porque el vicio o la virtud

del humor que predomina,

nos lo demuestra la orina

con clemencia o con rigor.

Buena orina y buen color,

y tres higas al doctor.

 

La sanidad, cosa es llama

que de la color se torna,

porque la salud se asoma

al rostro como a ventana,

si no es alguna manzana

arrebolada y podrida,

como cierta fementida

galeota del Amor.

Buena orina y buen color,

y tres higas al doctor.

 

Balas de papel escritas

sacan médicos a luz,

que son balas de arcabuz

para vidas infinitas;

plumas doctas y eruditas

gasten, que de mí sabrán

que es mi aforismo el refrán:

vivir bien, beber mejor.

Buena orina y buen color,

y tres higas al doctor.

 

Oh bien haya la bondad

de los castellanos viejos,

que al vecino de Alaejos

hablan siempre en puridad,

y al santo, que la mitad

partió con Dios de su manto,

no echan agua, porque el santo

sin capa no habrá calor.

Buena orina y buen color,

y tres higas al doctor.

 

 

 

 

Décima de un hombre enamorado pequeñito y narigón enamorado de una muger que tenía grande boca

 

Tomado de Tropezón de la risa de Jacinto Alonso Maluenda.

 

Mi pluma alienta el varniz

solo por causarte enojo,

licienciadillo gorgojo,

ya agraduado en nariz,

oy de su tinta el matriz

dice, y escribe, á mi ver,

que todos le han de tener

respeto (aquello le quadre)

á tu nariz, porque madre

de las otras puede ser.

 

Parece cosa de sueño

tu nariz, dá admiracion,

porque yo no he visto mojon,

de termino mas pequeño.

 

 

 

 

Niña anciana de ojos dormidos

 

Romance XXVI de Francisco de Quevedo

 

Tus dos ojos, Mari Perez,

de puro dormidos roncan;

y duermen tanto, que sueñan,

que es gracia lo que es modorra

 

Desdichadas de tus niñas,

que nacieron para Monjas,

y á oscura red de pestañas

por locutorio se asoman.

 

Si tú lo haces adrede,

perdóname, que eres tonta

en tener siempre acostados

tus ojos con tanta ropa.

 

Abahada vista tienes:

buena gracia para sopas:

abrigado miras, hija:

por dos calabozos lloras.

 

Desperad, que ya es hora,

que dirán, ojos, que dormís la zorra.

 

Los ojos haces resquicios,

y con una vista urona

acechan brujuleando

esas niñas, ó esas mozas.

 

Mirar con siete durmientes,

no sé yo para qué importa;

sino es que para Lirones,

desde ahora los impongas.

 

Ojuelos azurronados,

en lugar de mirar, cocan:

dos limbos tienes por ojos,

niña, sin luz y sin gloria.

 

Hoy el suelo y la soltura

os he dicho sin lisonja;

que á vosotros toca el sueño,

y a mí la soltura toca.

 

Despertad, que ya es hora,

qué dirán, ojos, que dormís la zorra.


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