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Edición 48

Poemas de Santiago Rodas



Las luces de la autopista

 

Mi amigo me lleva a casa en su carro,

su novia va de copiloto

y hablan de algo que no escucho.

Solo estoy concentrado en una canción

de The Police, que suena en el radio,

y en las luces de la autopista

que se pierden mientras el carro avanza.

por la calle mojada.

 

Esta sensación de no pertenecer a nada,

de estar sentado en la banca de atrás

sin interferir en el mundo

dejando que la realidad se aquiete

adentro y afuera,

me hace querer estar

aquí­

para siempre.

 

 

 

 

Darle un libro de poesí­a a Juan Villoro

 

Le doy mi segundo libro de poesí­a a Juan Villoro

y él lo recibe, me da las gracias,

dice que es pertinente porque hay un avión

en la portada y él debe viajar en unas horas

desde Medellí­n hasta Ciudad de México.

Todo libro de poesí­a tiene un avión en la portada,

pienso pero no digo nada.

Él se despide cordial.

Siento en el cuerpo que le di un libro escrito por mí­ a Juan Villoro.

 

Regreso a mi casa,

todos los semáforos están en verde

como si dijeran: bien hecho, así­ se hace.

Los conductores me animan con sus silencios,

y no me pitan ni me tiran sus camionetas.

los taxistas me hacen guiños

y me dan la ví­a sin problema.

Yo sonrí­o al mundo con la tranquilidad de quien

acaba de ganarse una beca o un concurso literario.

Llego a mi casa,

mi gata me saluda como siempre,

la alzo y la acerco hasta mi cara,

le digo que le pude dar mi último libro de poemas

al mismí­simo Juan Villoro

y se me escapa de las manos, sale por la puerta y

se esconde debajo de un carro.

No importa lo que le diga

no sale de ahí­ hasta que me meto debajo y me mancho la camisa nueva

con la que hablé con Juan Villoro

y la agarro con la mano

con la que saludé a Juan Villoro

y mi gata me muerde

y me saca sangre en una mano

y le digo que se calme, que todo va a estar bien,

que sé que no le gustan los autores mexicanos

pero que con Juan Villoro tiene que hacer una excepción

porque, al menos recibió el libro.

 

Un mes después, en una conferencia, Salcedo Ramos

cuenta una historia que le ocurrió con Juan Villoro en Barranquilla:

Salcedo Ramos le dice a Villoro que desconfí­a de él

porque nunca ha escuchado un comentario negativo en su nombre,

a lo que Villoro responde que sólo hay una cosa de la que se avergüenza,

pero para contarla necesita más wiski.

 

Cuando es el momento apropiado y el wiski es suficiente, Villoro baja la voz

y le dice a Salcedo Ramos mientras en el fondo suena una champeta:

«Tú sabes que cuando uno viaja siempre le regalan libros,

sobre todo, de autores jóvenes. Te confieso que nunca los leo,

pero tampoco los boto, lo que en verdad hago es que los rifo

entre los botones del hotel de la ciudad donde me hospedo».

 

Cuando llego a mi casa,

mi gata me saluda, me mueve la cola

y me ronronea como si no nos hubiéramos visto

desde hace tiempo.

 

 

 

 

El secreto

 

Lo hací­amos en la manga

detrás del solar de Tere,

una manga que ya no existe,

donde ahora hay una casa de dos

pisos con terraza.

Yo le decí­a o ella me decí­a

vamos allí­, vamos allí­

y nos metí­amos entre la yerba alta

y nos fijábamos que no viniera nadie

y cuando nadie vení­a

cerrábamos los ojos,

apretábamos las manos,

y nos acercábamos hasta darnos un beso,

un pico, porque era solo con los labios,

pero se sentí­a tan peligroso

que era más que un beso

por lo prohibido,

por lo animal,

porque luego

cuando jugábamos escondidijo

y todos nos veí­an,

sólo nosotros sabí­amos el secreto

y más aún

sabí­amos que compartí­amos la misma sensación

de tener un secreto

ocultos ante la vista de todos,

y esa era una mejor sensación

que la que nos dejaba el beso,

o quién sabe.

Lo más probable es que

no sintiéramos nada

y fingiéramos sentir cosas

todo por serle fieles al secreto compartido.

 

No recuerdo por qué dejó de pasar,

sólo sé que ahora ella es una cajera en un banco

y hace años perdí­ su rastro.

 

Seguramente besa otras bocas

de deportistas o de ingenieros informáticos,

y yo beso bocas de poetas inéditas

y de escritoras promesas.

Espero que algún dí­a, quizá en una fila de un banco

nos reconozcamos

y luego no miremos a los ojos

y no digamos absolutamente nada.

 

 

 

 

Silencios

 

Cada vez que alguien tocaba la puerta de mi casa

con la intención de vender enciclopedias

o de hablar de la palabra de Dios

o pedir ropa para su familia pobre

mis padres se escondí­an

y me hací­an señales de silencio

para que me quedara quieto, no hiciera bulla,

así­ la persona que tocaba el timbre o la puerta

pensara que la casa estaba vací­a

y cansada se fuera a pedir a otras casas.

 

Era una especie de ritual que

estaba implí­cito

en las dinámicas del hogar,

a veces, si habí­a duda, mi madre

se asomaba por la ventana,

entre unas cortinas

para confirmar que el que tocaba

era alguien desconocido.

 

Sé que algún dí­a

yo iré a su casa

y tocaré el timbre por un rato

esperando que mis padres

jueguen adentro

a hacerse señales de silencio entre ellos,

a quedarse quietos.

Pero no habrá ninguna respuesta.


Noticia Biográfica


Santiago Rodas nació en Medellí­n, 1990. Ilustrador, escritor, editor independiente, muralista. Estudió publicidad y se arrepintió por lo que estudió filosofí­a y letras, pasó lo mismo. Edita desde el 2011 el fanzine Malacalaí±a, publicó su primer libro de poemas, Gestual, en el 2014. Prepara su segundo libro, Trampas Tropicales y coedita la revista literaria Gris.



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