Edición 45
Poemas de la poeta puertorriqueña Kattia Chico
Los habladores
Hay hombres que son muy elocuentes antes del amor
pero la cama los enmudece.
Tras sus pequeños textos
suelen sufrir epílogos de nieve.
En fin, la flor de los oximorones.
También están los otros
los que se vuelven narrativos sólo después de amar
y van haciendo de dormir un verbo hipotético.
Improvisan biografías a tu nombre:
-Yo siempre te esperé (para que me adoraras)
Esos pequeños dioses
cargan su ego ad-herido en un back-pack
como los moluscos terrestres
son lentos y pesados
y dejan una resplandeciente estela
-de baba-
tras su andar.
Hay hombres que hablan bien mientras están conduciendo.
Te miran a intervalos, pero sus ojos son inatrapables.
Nunca se entregan por completo
y no ameritan más de un polvo o cuatro versos.
Están los que necesitan un prolegómeno cuadrado
con platos, flores, copas
y discusiones político-filosóficas.
Son, por lo general, buenos amantes
se saben la poesía de Neruda
y conocen técnicas orientales.
En fin, la flor de la cultura.
También existen los que sufren
un síndrome de película francesa.
Necesitan ser dramáticos, brillantes
producir las mejores carcajadas, las mejores lágrimas.
Irradian la tarifa de un poema
si viajas en su cuerpo.
Son buenos idilios, pero muy fugaces.
Y los malabaristas de la bruma
ejercen los más extraños verbos
para [decl]a(m)a{r}se feministas
discursan posmodernos y abusan del paréntesis.
Suelen ser políticamente correctos
hasta que la abyección de la palabra amor
les asalta el desvelo
y pretenden administrarte las acciones
y hasta los pensamientos.
En fin, la flor de la ironía.
Y los poetas,(!qué contar de esos
especímenes resúmenes de lo que estoy diciendo!)
Hábiles diccionaristas
pertrechados de palabras como para una guerra
te toman por asalto, te invaden, te acribillan.
Perversos
te acosan cada célula
hablándote de amor.
En fin, flores de perdición.
Nombre de pila
Tú deberías llamarte Dagoberto
tener un ojo menos
lucir alguna tara de advertencia
y no saber besar
hablar como en graznidos
tener por piel en vez de terciopelo
todo un muestrario de microcultivos
de una vez dedicarte a carnicero
deberías
oler como los muertos
y a tu paso
hacer que las pupilas se arrojaran de los ojos
y los niños volvieran a sus vientres
espantados
Dagoberto
y no joder así
mi corazón.
El palacio de la luz
Yo estuve en el palacio de la luz, doy fe
la que me quede
pues sus luciérnagas me recibieron
y cierto firmamento de lunares
se hizo legible en tu espalda
en medio de los flashes de la cámara de Dios
conmovido hasta el relámpago.
Doy fe de la poesía de sus rincones
venida de todas partes, de todo parto
escrita desde lo más incandescente de la espera
nacida para encender
este esplendor de azucenas y de lirio.
Doy fe de la fosforescencia de tus manos
y de la leve mariposa iridiscente
que aleteó su fulgor entre mis labios
hasta hacerme estallar.
Yo estuve en el palacio de la luz
comprobando el neón de tus caderas
enredada en marfiles
opalescente de ti
y juro por el láser con que miras
que eres la más perfecta escultura del sol
y que ando ciega
venerando la luz
la luna en tus ventanas
las chispas, los cometas
el algodón, los velos
la sal y la neblina
los manteles, las páginas
la cama de los hechos
los silencios
lo más secreto de la llama
para dar fe de tu imposible oscuridad
de tu ignición de alba
de tu incendiario corazón.
Yo estuve en el palacio de la luz
y estoy
iluminada.
Canción del ahogado
Bajo el mar
la telaraña de luz se fue elevando
y en el zigzag de los cardúmenes
un árbol de espejos sueltos
dispersaba sus ráfagas de plata.
En los fantasmas de coral reconocí
la sangre más superflua
la sangre ausente de la ausencia
la naturaleza esqueletal de todo intento
y toda la nada que no es mar:
toda la Nada.
La breve cópula de las estrellas
me recordó una mano latiendo dentro de mi mano
para siempre fugaz.
Probé la tierna carne de los peces
que leyeron en mi lengua su destino de Jonás
para que todas mis vísceras
asumieran la armadura de la escama
y ya no dolía Nada.
En medio de mi oscuridad
las medusas danzaron la escarcha de sus lámparas
vi la mano de Dios
deslizarse secreta como un calamar gigante.
Y no quise volver.
Un hombre desnudo es un paisaje bienvenido
es la salud retomando mi cuerpo
que al fin te olvida.
Edgar Ramírez Mella
Los hombres desnudos son criaturas de flama
erizos que de súbito girar prenden el aire
con voces de su luz cutánea y ágil.
Son hologramas del sueño
generosos abrevaderos
escarchas que se quedan en las manos.
Los hombres desnudos son medicinales
antidepresivos, analgésicos
y buenos argumentos en contra del suicidio
o para cuestionarse la Ley de gravedad.
Por sus virtudes ígneas le imprimen a las sábanas
su firma corporal (así pasó en Turín,
Magdalena lo sabe).
Son dulces y angulosos, son archivos históricos
alfabetos en célula, cisnes de cuello impune
casas donde vivir
criminales absueltos.
Nadie se ofenda si digo que son buenas camas
que no hay almohadas sin su vientre
que soy toda una víctima del terciopelo.
Porque un hombre desnudo es como un libro
gusto palpar su lomo
examinar al azar su piel de página
letra por beso, abrazo por palabra
y respirarlo como si fuera hecho de oxígeno.
Es una dicha estética
una inevitable filmación de la pupila
también una copa de nostalgias previas.
Y sus dedos, sus dedos un incienso
que nunca se consume.
Hermosos son los hombres si desnudos
si visibles cuando la oscuridad.
Por sus lunares nacen nuevas mitologías
y le ocasionan nombre a las estrellas.
Hermosos si caminan, si están quietos
más aún si dormidos
para mirarte mejor
querido lienzo.
Cirujana
porque era pelirroja y cirujana
prolífica en heridas y suturas
guardaba bóvedas y bóvedas de lágrimas
sacaba de sus sales los cristales
para hacer laminillas
que bajo el microscopio
revelaran las fotos de familia
después limpiaba todo con desinfectante
arrancaba las rayas de las cebras
para montar fracturas en las placas
arrojaba costillas
sobre los ceniceros
y exorcizaba balas
con tal respeto
que los burdeles naturales de la lengua
hacían silencio
sabía armar y desarmar muy frankestana
con manos lindas de diosa reciente
ojos sobre occipucio
orejas –tres por cabeza-
gato en el muslo
lenguas a partir de axilas
fémures en los índices
pezones en las pupilas
omóplatos por mejillas
uñas por párpados
lápices para el resto;
un amasijo lejos de lamentos
que podía caminar
porque era pelirroja y cirujana
discreta en sus heridas y suturas
usaba el bisturí para tallar en hueso
lo que sería legible solo a los rayos X
en una autopsia de las más completas
sabía que la sed que da el desangramiento
es como si nadie hubiera dicho antes la palabra sed
con sed
con esa que no cede
ni se sabe.
Abecedario para olvido
Cuando volví a verte
no había nadie en tus ojos.
Mairym Cruz-Bernal
Ahora que no estás,
que el bromurante burdel de la vida por fin te borró los ojos;
crece un carámbano, cancerosamente
desde el dolor donde solía guardarte, que hoy es sólo
eco que engendra ecos y se pierde hasta el silencio.
Frugal fue tu hambre, roedor de la fibra de la fuga,
gentil gusanito de las ganas ahogadas.
Hermosísimo animal, ya no me hiere
la incandescencia que vas regando como incienso.
Juro que jamás vuelvo a tu piel de jaspeado jaguar,
kilómetros y kilómetros de olvido cruzo sintigo.
Las lámparas lunares no volverán a hablarme de tus labios.
Molusco mínimo, más vale no pensarte;
no sea que la nuca nocturnal vuelva a mirarme.
Ñandú,
cuando las oquedades del ónix te abracen en sus ondulaciones,
serás lo más perdido: un permanente pésame perplejo,
un extirpado quiste sin quimeras, sin quebrantos,
rumiando su rutina,
sin mí, sin saber de esta
teratológica tristeza, tan Trilce, tan mezquina.
Un día, ahora que no estás,
vendrá la muerte
williamshakespeareanamente, vendrá
de la Xerox con que Dios nos hace,
y yo no sabré ya si tu amor fue un estruendo
o un zumbido.
Historia de un diamante
What is better than diamonds? Colored diamonds.
(de un anuncio en una revista)
Una mano
En esta fina fiesta de alfileres
miremos cuánto brilla
el diamante linterna en su falange
para dejarnos ciegos
por virtud de su alhaja, su trofeo.
No se distingue bien dónde termina
la manga de su traje,
la misma blanca piel de seda
que luce por y para los gusanos.
Cuántos ojos quedaron cautivos en su mano
errando en las esquinas
del laberinto de cristal
corola de la envidia
engarzado sin garzas,mas con vuelo
tan alto que dan ganas
de besarla y tenerla para siempre
y admiración de todos
en un museo de cera.
Dos manos
Miremos cómo esculpe
el tallador maestro, carcelero del rayo.
Con movimientos sepia
va amputándole extremos al cristal
develando octaedros.
Es lisa, esplendorosa su academia.
Conoce el golpe exacto
para atrapar la cúspide el fuego.
ama la transparencia,
trafica con la luz, su desenfreno.
A veces se pregunta
por qué en su delantal
hay unas manchas rojas
-¡qué extraña esta reacción de minerales!-
(piensa mientras empaca
la acabada corola luminosa)
sin sospechar la mano y sus letales
dedos que signarán algún tratado
revestidos de piedra.
Tantas manos
Miremos más allá, las vidas invisibles.
Hay una mano negra y en su extremo
un niño de diez años
cercenado del seno de su madre
por dos resplandecientes machetazos.
No todo lo que brilla es diamante.
En otra parte del mundo, los chiquillos
(no en Burundi, no en Congo, no en Liberia)
juegan con rifles de madera
pero estos, paradójica inocencia
posan con armas reales
y su única medalla, su diploma
es la cabeza ajena, la tala de otras manos.
Defienden, sin saber, la ruta del diamante
ese que para ellos no relumbra
ese que solo es sombra
solo sangre, violencia
ni una sola gota de belleza
Andan casi desnudos
y las agencias noticiosas
denuncian su barbarie
sin mencionar jamás
otro canibalismo de etiqueta;
esa falange atroz de la princesa
que ignora el sufrimiento que fue a dar a sus dedos
que ignora cuántas manos
tuvieron que rodar desamparadas de sus cuerpos
para que la suya ostente esta cajita de luz,
cuántas aldeas ardieron
por su ataúd de fuego.
***
Ella lo mira y piensa:
Diamonds are forever.
Diamonds are a girl’s best friend.
Vea también: una antología de la poesía ecuatoriana desde César Dávila Andrade.

Noticia Biográfica
Kattia Chico. Puerto Rico, 1969. Poeta y escritora. Tiene un grado de maestría en Estudios Hispánicos y se desempeí±a como profesora en la Universidad de Puerto Rico. Su poesía ha sido laureada y publicada en varias antologías poéticas, diarios y revistas en Puerto Rico y el extranjero Su libro Efectos secundarios fue publicado por la Editorial Terranova. La crítica se ha referido a su producción poética como “auténtica, rara flor en medio del alboroto, de imaginación arriesgada y controlada, a la vez; con pasión, humor y seí±orío sobre el lenguajeâ€. Actualmente reside en Puerto Rico.