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Edición 41

Estoy en lo más profundo del abismo. Antologí­a de Arthur Rimbaud



                                                            Traducido por E. M. S. Danero

 

Romance

 

I

Nadie es serio cuando tiene diecisiete años.

—¡Una hermosa tarde, ahito de los bocks y de la limonada

De los cafés bulliciosos con arañas deslumbrantes!

—Se acude bajo los tilos verdes del paseo.

 

¡Los tilos huelen bien en las buenas tardes de junio!

El aire es, a veces, tan dulce que se cierran los párpados;

El viento cargado de ruidos, —la ciudad no está lejos—,

Tiene aromas de viña y perfumes de cerveza…

 

 

II

—He aquí que se descubre un trocito

Del azur oscuro, encuadrado por una ramita

Prendida de una insignificante estrella, que se diluye

Con suaves palpitaciones, pequeña y blanquísima…

 

¡Noche de junio! ¡Diecisiete años! Os dejáis embriagar.

La savia es champaña que a la cabeza se os sube…

Se divaga: se siente en los labios un beso

Que palpita allí, cual una bestezuela…

 

 

III

El corazón loco Robinson a través de los romances,

—Cuando, en la claridad de un pálido reverbero,

Pasa una jovencita con airecitos encantadores,

Bajo la sombra del cuello postizo horripilante de su padre…

 

Y como ella os encuentra inmensamente cándido,

Al hacer golpetear sus pequeñas botinas,

Ella se vuelve, alerta, y con un gesto vivaz…

—Sobre vuestros labios entonces mueren las cavatinas…

 

 

IV

Estáis enamorados. Arrendado hasta el mes de agosto

Estáis enamorados. —Vuestros sonetos La hacen reír.

Todos vuestros amigos se apartan, tenéis mal gusto.

—¡Después, la adorada, una tarde, se ha dignado escribiros!

 

—La tarde aquella… —Regresáis a los cafés deslumbrantes,

Pedís bocks o limonada…

—Nadie es serio cuando tiene diecisiete años

Y hay tilos verdes en el paseo.

 

                                                            23 de septiembre 1870.

 

 

 

 

Mi bohemia

 

(Fantasía)

 

Me marché, los puños en mis bolsillos reventados;

Mi paletó también convertido en ideal;

¡Yo iba bajo el cielo, Musa! y era tu vasallo;

¡Oh! ¡La, la! ¡Cuántos amores espléndidos he soñado!

 

Mi único calzón tenía un gran agujero.

—¡Pulgarcito soñador, desgranaba en mi camino

Las rimas. Mi posada estaba en la Osa Mayor.

—Mis estrellas en el cielo tenían un dulce fru-frú

 

Y yo las escuchaba, sentado al borde de los caminos,

Esas plácidas noches de septiembre en que sentía las gotas

De rocío en mi frente, cómo un vino tónico;

 

Donde, rimando en “medio de las sombras fantásticas,

Cual liras, yo tañía los elásticos

De mis zapatos heridos, ¡un pie cerca de mi corazón!

 

 

 

 

El barco ebrio

 

Cuando descendía los ríos impasibles,

Ya no me sentí guiado por los sirgadores:

Los pieles rojas gritones los habían convertido en blancos

Habiéndolos clavado desnudos en los postes de colores.

 

Me eran indiferentes todas las tripulaciones,

Carguero de trigos flamencos o de cotones ingleses.

Cuando con mis sirgadores terminaron aquellas algarabías,

Los Ríos me han dejado descender donde yo quería.

 

Entre los chapoteos furiosos de las mareas,

Yo, el otro invierno, más sordo que meollos infantiles,

¡Acudí! Y las Penínsulas desamarradas

No han soportado bullicios más triunfantes.

La tempestad ha bendecido mil albores marítimos.

 

¡Más liviano que un corcho yo he bailado sobre las olas

Que llaman mecedoras eternas de los náufragos,

Diez noches, sin añorar el ojo tonto de los fanales!

 

Más dulce que para los niños la pulpa de las pomas,

El agua verde inundó mi casco de pino

Y de las manchas de vino azules y de las vomitaduras

Me lavó, dispersando timón y grapin.

 

Y desde entonces me he bañado en el Poema

Del Mar, infuso de astros, y lactescente,

Devorando los azures verdes; donde, flotación pálida

Y encantada, un ahogado pensativo, a veces desciende;

 

¡Donde, tiñendo de pronto la azulina inmensidad, delirios

Y ritmos lentos bajo las rutilancias del día,

Más fuertes que el alcohol, más vastas que nuestras liras,

Fermentan las rubicundeces amargas del amor!

 

¡Yo sé de los cielos estallando en relámpagos, y las trombas

Y las resacas y las corrientes: yo sé de las tardes

Del Alba exaltada cual un palomar,

Y he visto algunas veces lo que el hombre ha creído ver!

 

Yo he visto el sol poniéndose, manchado de horrores místicos,

Iluminando prolongados coágulos violáceos,

¡Parecidos a los actores de dramas antiquísimos

Las olas arrojando a lo lejos sus temblores de cedazos!

 

¡Yo he soñado la noche verde de las nieves deslumbrantes,

Besar trepando a los ojos de los mares con lentitudes,

La circulación de las savias inauditas,

Y el amanecer amarillo y azul de las fosforescencias cantoras!

 

¡Yo he seguido, meses enteros, semejante a vacadas

Histéricas, el oleaje al asalto de los arrecifes,

Sin pensar que los pies luminosos de las Marías

Pudieran forzar la facha a los Océanos asmáticos!

 

¡Yo he tropezado, ¿sabéis?, con increíbles Floridas

Mezclando a las flores los ojos de panteras con pieles

De hombres! ¡Arcos-iris tensos cual bridas

Bajo el horizonte de los mares, los glaucos rebaños!

 

¡Yo he visto fermentar las marismas enormes, nasas

Donde pudre entre los juncos todo un Leviatán!

¡Cataratas de aguas en medio de bonanzas,

Y las lejanías hacia los abismos precipitándose!

 

¡Glaciares, soles de plata, olas nacaradas, cielos de brasas!

¡Varaduras horrorosas en el fondo de golfos sombríos

Donde las serpientes gigantes devoradas por las chinches

Caen, de los retorcidos árboles, con negros perfumes!

 

Yo hubiera querido mostrar a los niños estos dorados

Del oleaje azul; estos peces de oro, estos peces cantores.

—Espumas floridas han mecido mis zarpadas

E inefables vientos me han aleado por momentos.

 

Algunas veces, mártir harto de los polos y de las zonas,

El mar, cuyo sollozo hacía mi balanceo dulce,

Subía hacia mí sus flores de sombra con ventosas amarillas

Y yo permanecía como una mujer arrodillada…

 

Península, bamboleando sobre mi borda las querellas

Y el estiércol de los pájaros ladradores de ojos blondos.

Y yo bogaba, cuando a través de mis zunchos frágiles

Los ahogados bajaban a dormir, reculando!…

 

Ahora bien, barco perdido bajo las melenas de las ensenadas,

Arrojado por el huracán en el éter sin pájaro,

Yo, del cual los Monitores y los veleros de las Hansas

No hubieran pescado el esqueleto borracho de agua;

 

Libre, humeante, montado por brumas violetas,

Yo que horadaba el cielo enrojecido cual un muro

Que tiene, confitura exquisita para los buenos poetas

Líquenes de sol y muermos de azur;

 

Que corría, tachonado de lúnulas eléctricas,

Tabla loca, escoltada por hipocampos negros,

Cuando los julios hacían hundir a garrotazos

Los cielos ultramarinos en los ardientes embudos;

 

¡Yo que temblaba, oyendo gemir a cincuenta leguas

El celo de los Béhemots y del Maelstron espeso,

Tejedor eterno de inmobilidades azules,

Deploro la Europa de los viejos malecones!

 

¡He visto archipiélagos siderales! Y las islas

Cuyos cielos delirantes están abiertos al navegante:

—¿Es en estas noches sin fondo donde duermes y te exilas,

Millón de aves doradas, oh, futuro Vigor?—

 

¡Más, es verdad, mucho he llorado! Las Albas son lacerantes.

Toda luna es atroz y todo sol amargo:

El acre amor me ha colmado de torpores embriagantes.

¡Oh, que mi quilla estalle! ¡Oh, que yo me haga a la mar!

 

Si yo ansío un agua de Europa, es la de la charca

Negra y fría donde cae el crepúsculo embalsamado.

Un niño arrodillado, lleno de tristeza, abandona

Un barco frágil como mariposa de mayo.

 

Yo no puedo más, bañado por vuestra languidez, ¡oh, olas!,

Arrebatar su estela a los cargueros de cotones,

Ni atravesar el orgullo de las banderas y las oriflamas,

Ni bogar bajo las miradas horribles de los pontones.

 

 

 

 

                                                            Traducidos por Cintio Vintier

 

 

Infancia

 

I

Este ídolo, ojos negros y crin amarilla, sin padres ni corte, más noble que la fábula, mexicano y flamenco; su dominio, azur y verdor insolentes, corre sobre playas nombradas, por olas sin navíos, con nombres ferozmente griegos, eslavos, célticos.

 

En el confín del bosque, —las flores de sueño tintinean, estallan, iluminan—, la muchacha de labios de naranja, cruzadas las rodillas en el claro diluvio que surge de los prados, desnudez que sombrean, atraviesan y visten los arcoiris, la flora, el mar.

 

Damas que giran en las terrazas vecinas al mar; niños y gigantes, soberbios negros en el musgo verde-gris, joyas de pie sobre el suelo graso de los bosquecillos y de los jardines deshelados, —jóvenes madres y grandes hermanas con miradas llenas de peregrinajes, sultanas, princesas de andar y atuendo tiránicos, pequeñas ex- tranjeras y personas dulcemente desdichadas.

 

¡Qué hastío, la hora del “querido cuerpo” y “querido corazón”!

 

 

 

 

                                                            Traducido por Nydia Lamarque

 

Mala sangre

(Fragmentos)

 

De mis antepasados galos, tengo los ojos azul pálido, el cerebro pobre y la torpeza en la lucha. Me parece que mi vestimenta es tan bárbara como la de ellos. Pero yo no me unto de grasa la cabellera.

Los galos fueron los desolladores de animales, los quemadores de hierbas más ineptos de su época.

Les debo: la idolatría y la afición al sacrilegio; ¡oh! todos los vicios, cólera, lujuria, la lujuria, magnífica; sobre todo, mentira y pereza.

Siento horror por todos los oficios. Maestros y obreros, todos campesinos, innobles. La mano en la pluma equivale a la mano en el arado. —¡Qué siglo de manos!— Yo jamás tendré una mano. Además, la domesticidad lleva demasiado lejos. La honradez de la mendicidad me desespera. Los criminales asquean como castrados: yo, por mi parte, estoy intacto y eso me da lo mismo.

Pero, ¿qué es lo que ha dotado a mi lengua de tal perfidia, para que hasta aquí haya guardado y protegido mi pereza? Sin ni siquiera servirme de mi cuerpo para vivir y más ocioso que el sapo, he subsistido donde- quiera. No hay familia en Europa a la que no conozca.

—Hablo de familias como la mía, que todo se lo deben a la Declaración de los Derechos del Hombre—. ¡He conocido cada hijo de familia!

 

¡Si yo tuviera antecedentes en un punto cualquiera de la historia de Francia!

Pero no, nada.

Me resulta bien evidente que siempre he sido de raza inferior. Yo no puedo comprender la rebelión. Mi raza no se levantó jamás sino para robar: así los lobos al animal que no mataron…

 

…¡Oh, la ciencia! Todo se ha hecho de nuevo. Para el cuerpo y para el alma —el viático— tenemos la medicina y la filosofía —los remedios de comadres y los arreglos de canciones populares. ¡Y las diversiones de los príncipes y los juegos que ellos prohibían! ¡Geografía, cosmografía, mecánica, química! …

¡La ciencia, la nueva nobleza! El progreso. ¡El mundo marcha! ¿Por qué no había de girar?

Es la visión de los números. Vamos al Espíritu. Esto es muy cierto, es oráculo esto que digo. Lo comprendo, pero como no sé explicarme sin palabras paganas, querría callar…

 

…La sangre pagana renace. El Espíritu está cerca, ¿por qué no me ayuda Cristo dando a mi alma nobleza y libertad? ¡Ay, el Evangelio ha fenecido! ¡El Evangelio! El Evangelio.

Yo espero a Dios con gula. Soy de raza Inferior por toda la eternidad.

 

Heme aquí en la playa armoricana. Ya pueden Iluminarse de noche las ciudades. Mi jornada ha concluido; dejo la Europa. El aire marino quemará mis pulmones; me tostarán los climas remotos. Nadar, aplastar la hierba, cazar, fumar sobre todo; beber licores fuertes como metal fundido —como hacían esos caros ante- pasados en torno de las hogueras.

 

Regresaré con miembros de hierro, la piel oscura, los ojos furiosos: de acuerdo a mi máscara, me juzgarán de raza fuerte. Tendré oro: seré ocioso y brutal. Las mujeres cuidan a esos inválidos feroces que retornan de las tierras calientes. Me inmiscuiré en los asuntos políticos. Salvado.

 

Ahora estoy maldito, tengo horror de la patria. Lo mejor es un sueño bien ebrio, sobre la playa…

 

… El hastío ha dejado de ser mi amor. Las cóleras, los libertinajes, la locura —cuyos impulsos y desastres conozco—, todo mi fardo está en el suelo. Apreciemos sin vértigo la extensión de mi inocencia.

Ya no sería capaz de pedir la confortación de un apaleo. No me creo embarcado para unas bodas, con Jesu-Cristo por suegro.

No soy prisionero de mi razón. He dicho: Dios. Quiero la libertad en la salvación: ¿cómo alcanzarla? Me abandonaron las aficiones frívolas. Ya no necesito la abnegación ni el amor divino. No echo de menos el siglo de los corazones sensibles. Cada cual tiene su razón, desprecio y caridad: retengo mi sitio en la cúspide de esta angélica escala de buen sentido.

En cuanto a la felicidad establecida, doméstica o no… no, no puedo. Estoy demasiado disperso, demasiado débil. La vida florece por el trabajo, vieja verdad: en cuanto a mí, mi vida no es suficientemente pesada, vuela y flota lejos por encima de acción, ese caro lugar del mundo.

 

¡Cómo me vuelvo solterona, lo que me falta el coraje de amar la muerte!

Si Dios me concediera la calma celeste, aérea, la plegaria, como a los antiguos santos. ¡Los santos! ¡qué fuertes! Los anacoretas, ¡artistas como ya no los hay!

¡Farsa continua! Mi inocencia me da ganas de llorar. La vida es la farsa en la que todos figuramos.

 

¡Basta! He aquí el castigo. ¡En marcha!

¡Ah, los pulmones arden, las sienes zumban! ¡La noche rueda por mis ojos, con todo este sol! El corazón…los miembros…

¿A dónde vamos? ¿Al combate? ¡Yo soy débil! Los otros avanzan. Las herramientas, las armas… ¡el tiempo!… ¡Fuego! ¡Fuego sobre mí! ¡Aquí! O me rindo. ¡Cobardes! ¡Yo me mato! ¡Yo me tiro a las patas de los caballos!

¡Ah!…

—Ya me acostumbraré.

¡Eso sería la vida francesa, el sendero del honor!

 

 

 

 

Vea también: poemas inéditos de Fátima Vélez.


Noticia Biográfica


Jean Nicolas Arthur Rimbaud nació el 20 de octubre de 1854 en Charleville, provincia francesa de las Ardennes. Estudia en el instituto Rossat de su ciudad natal. Su genio poético se despierta en 1870 y escribe “El aguinaldo de los huérfanos”. En esta época es muy cercano al poeta Demany y a su joven profesor de retórica, Georges Izambard. Envía a Banville “Ofelia” y otros poemas para que los publique en el Parnasse Contemporain. Lee a Rabelais, Hugo, Leconte de Lisle, Baudelaire, Proudhon, Saint-Simon, libros de ocultismo. Fue un viajero irredento. Un vagabundo sin rieles: caminando visitó Italia, Bélgica, Holanda, Alemania, entre otros países. Su obra está poética dividida en tres partes: Poesías, Temporada en el infierno e Iluminaciones. También se publicó un libro epistolar suyo, Las cartas abisinias. Sus últimos años los pasó en África. Lejos de la poesía: en la aventura, la supervivencia y el silencio interior. Muere en Marsella el 10 de noviembre de 1891, víctima de una gangrena y en el absoluto anonimato. Gracias a Verlaine, algunos editores y otros 



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