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Edición 33

Juan Álvarez Umbarila



Los dos pasitos

 

Quemar los barcos es quemar

la cama cada mañana,

para poder pararse para

poder partir.

 

Es iluminar el dí­a todaví­a

oscuro con el fuego

de renuncia a los sueños

de la noche.

 

Es el jugo de naranja hecho un nudo en la garganta.

El desayuno frí­o sin reposo sin mirar

por la ventana

siquiera.

 

El perfume indiscriminado

de la gente en la estación de buses

se confunde con humores mal lavados,

pues de afán, de mala gana.

 

Y los buses rojos vienen y se van:

más carne y pelos y corbatas y bostezos

que hierros y ventanas.

 

Los dos pasitos hacia el borde.

Antes de que se abran las compuertas.

 

Al uní­sono dos pasos la misma gente los mismos

pasos

dí­a tras dí­a en la estación.

 

Cuánta angustia hay en dos pasos frente a un bus

que no ha parado todaví­a.

Un bus que no ha acabado de llegar

siquiera.

 

Y el aire viejo que se estanca

en tres globos de colores colgados

de la pared

porque hay fiesta porque alguien cumple

años hoy en la oficina.

 

Tres globos solitarios se desinflan.

 

No es un dí­a como todos porque

hay un cumpleaños hoy en la oficina;

hay torta y gaseosa y unos gorros

puntiagudos que van en la cabeza.

 

Y está el jefe haciendo palmas que

los cumplas que los cumplas cada año.

Sí­guelos cumpliendo cada año hasta cuando

se consuma esa vela en el pastel,

y ya no quede nada salvo las migajas cada año

de pastel, hasta el año en que los cumplas

y los cumplas

feliz.

 

Un corrillo de cuerpos se juntan

unos y otros y desean lo mejor

entre torta y gaseosa y tres globos de colores

desinflándose en el dí­a.

 

Un cubí­culo las horas respirando

los teléfonos. Entre dos paredes blancas

un pedazo de cielo.

Las mismas horas los mismos dí­as y teléfonos

su repicar se arrastra por el suelo en un rinrrín…

 

Un pedacito de cielo

entre esas dos paredes blancas.

 

La ciudad afuera hierve en

rí­os de sudores de sirenas de motores

que ruedan por las calles que

se juntan y que bullen y efervescen.

 

Se oscurece.

 

Es la vida que se quema en las pupilas

las pantallas encendidas cuando cae

la noche.

 

Son pestañas creciendo hacia dentro

de los ojos luz azul

de las pantallas.

 

No es la vida es apenas

un incendio que se enfrí­a

—del despojo de la cama y las cobijas

no tendidas—

consumiendo la tarde

que oscurece en la ventana.

 

No es la vida es lo que pasa en otro lado.

 

No es la vida es algo más es

un fuego que no brilla que

no es fuego es otra cosa es algo más.

 

Es la renuncia encendida.

 

Una herida que no hiere un hoyo negro

que se abre y que no sangra,

que no cierra.

Que se enfrí­a.

 

 

Vea también: una entrevista al poeta José Manuel Arango.


Noticia Biográfica


Juan Álvarez Umbarila (Bogotá, 1990). Literato de la Universidad de Los Andes y especialista en Periodismo Digital de la Universidad Jorge Tadeo Lozano. Es crí­tico cultural y codirector editorial de la Revista El Parcero.



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