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Edición 26

Una entrevista a Gustavo Adolfo Garcés



En el marco del 24 Festival de poesía de Bogotá, Otro páramo tuvo la oportunidad de entrevistar al poeta colombiano Gustavo Adolfo Garcés. Aquí está el resultado de una agradable conversación que sucedió un domingo cerca a la alameda del Park Way. El ambiente de esa mañana era sereno y nos encontramos también a varios poetas invitados al festival caminando entre los árboles y buscando aliento en los escasos cafés abiertos que había ese día. Qué bueno es ver a Bogotá poblada de poesía y qué bueno es tener a Garcés entre los senderos de Otro páramo.

 

 

Otro páramo: Tu poesía se caracteriza por una brevedad muy certera. Este hecho que tal vez podría llevar a pensar que tu poesía guarda una relación muy estrecha con el silencio. En ese sentido queremos preguntarte, ¿cuál es la relación que tienes con el silencio tanto en tu vida como en la poesía?

 

Gustavo Adolfo Garcés: Mi interés por la brevedad se me impuso. No fue una decisión consciente en la que yo dijera: “Me voy a dedicar a hacer poemas breves. Voy a ser un poeta de la brevedad”. Hay un ámbito un tanto misterioso y yo trato de pensarlo y desentrañarlo. Intuyo que la lectura del primer libro de José Manuel Arango, Este lugar de la noche, tuvo que algo ver. Yo llegué a la Universidad de Antioquia en 1975; ese libro es de 1973. Intuyo que tuvieron que ver la brevedad de ese libro de José Manuel; la brevedad de muchos poemas de los primeros libros de Juan Manuel Roca y de Raúl Henao, y la brevedad de la poesía de Jaime Alberto Vélez. Todo esto pasaba en Medellín mientras yo estudiaba Derecho. Yo creo que eso me tocó y sentí como algo muy especial que textos tan breves pudieran ser tan sugerentes, que pudieran lograr hondura, belleza. Esa brevedad, por supuesto, también está relacionada con el haikú. Siendo muy joven, en la universidad, Gustavo Zuluaga publicó con el auspicio de la biblioteca una compilación muy bella de los grandes maestros japoneses, la cual me conmovió. En buena medida todos mis libros, sin hacer un gran giro retórico muy inteligente, son uno. En ellos he perseverado en torno a las posibilidades del poema breve. Y también es una brevedad asociada a cierta limpieza, a cierta claridad, a cierta desnudez. Me han interesado mucho la sencillez, la concreción y la precisión. También esto tiene su parentesco con el coloquialismo de la poesía norteamericana a la que llegué a través de Elkin Restrepo y José Manuel Arango. En ese trabajo artesanal por lograr una concreción sugerente y diciente, en esa revelación de los asuntos cotidianos y las cosas sencillas de la vida, entra el silencio. La brevedad está muy emparentada con el “apenas sugerir”. En el poema breve, el poema mismo siente y piensa que no puede decirlo todo; que con pocos elementos se puede lograr una atmósfera que ahonde y sea bella. Hablar del silencio es difícil pero está siempre presente en la poesía, independientemente de que el poema sea breve o de largo aliento. La poesía exige un nivel de precisión y ahí entra el silencio. Es tan importante lo que se dice como lo que no se dice; importante lo que apenas queda sugerido. Hay como una atmósfera, una especie de telón de fondo de silencio en el que el lector entra también a participar del poema.

 

 

O: Tienes un poema que se llama “Fábula”, el cual es una suerte de poética y visión sobre lo que es la poesía. Así pues, ¿cuál dirías que es tu poética?

 

G: Hay muchas poéticas en todos mis libros; muchos poemas que sienten y piensan el poema. Hace como dos años, Miguel Méndez y Clara Mercedes Arango nos invitaron a algunos poetas a que escribiéramos una poética. Salió un libro muy interesante que se llama Poética de los poetas. Nos invitaban a que en dos o tres páginas diéramos cuenta de nuestra percepción de la poesía. Yo empecé a hacer un texto que no me disgustó del todo pero de pronto dije: “Mis libros están llenos de poéticas”. Entonces hice el ejercicio de tomar esos poemas y llevarlos a prosa y fue relativamente fácil. Sentí que el tono de los poemas estaba emparentado con la prosa. A mí me ha interesado la prosa, la relación entre poesía y prosa. Nunca he sentido que son asuntos muy excluyentes. Con detenimiento, con la labor disciplinada de artesano con la cual he trabajado siempre –me gusta mucho la palabra “artesano”–, llevé esos poemas a prosa utilizando signos de puntuación, los cuales no uso habitualmente. A ese grupo de poemas lo llamé “Linaje” y utilicé un epígrafe de mi segundo libro, Breves días: “Intento un verso / de espíritu leve // un poema bello / como un insecto”. Esta “trampa” para el libro del Externado consistió en tomar un poema como epígrafe (el cual mantuvo la estructura en verso) y volcar 31 poemas a prosa y creo que el texto funciona como poética. Creo que todos los poemas piensan el oficio de la poesía.

 

 

O: Nuestra pregunta por el silencio surgió, precisamente, por un poema que está incluido en esa poética: “¡Ah!, las palabras que se las dan de exactas, las que se sienten de mejor familia que el silencio”.

 

G: Ese poema está emparentado con lo que he mencionado: el gusto por la concreción, la claridad y la precisión. Ahora, me gustaría desglosar un poco unas palabras que he mencionado: “artesanía” y “artesano”. Esto del poeta como artesano –el poeta que limpia, tacha, corrige versiones e insiste– me gusta mucho relacionarlo con una expresión –entiendo que es de Mallarmé– que dice: “Son las palabras las que mandan”. Esa labor del poeta como artesano está al servicio de una labor misteriosa, de cierta alquimia, en la que las palabras son las que mandan. Uno muchas veces se sienta a escribir queriendo desarrollar un apunte pero como las palabras mandan, ellas mismas definen que el énfasis no está en el apunte inicial sino en otra emoción. Entonces, el poeta es un artesano relacionado con un ámbito misterioso y alquímico; está claro que la labor del poeta no es simplemente fotográfica, entendiendo la fotografía con un sentido simplista. No es como muchos creen, que el poeta lleva a la página en blanco algo que ya tiene claro en su cabeza. Por supuesto, hay un yo creador y un yo autobiográfico. Pero uno advierte que el yo de la poesía es un yo plural y metamorfoseado, no del todo autobiográfico. Por eso se dice que el poeta “miente de verdad”.

 

 

O: En una entrevista dices que has entendido la poesía como “una antigua y diversa conversación”, una conversación con distintas voces. ¿Podrías ahondar en esa idea?

 

G: Todos los días lo pienso más: la poesía como una antigua y permanente conversación con poetas de todas las edades, vivos y muertos, de todas las lenguas. Es una maravilla poder conversar con Li Po, con Gonzalo Rojas, con José Manuel Arango. En esta conversación se advierten elementos singularísimos de la época de cada poeta; se advierten costumbres parecidas o distintas entre poetas diferentes; se advierten la singularidad de la visión de los poetas, de sus gustos y caminos de exploración, de su manejo de las palabras, de su estilo, tono y voz.

 

 

O: Tu gusto por la poesía tiene mucho que ver con tu abuelo materno. Él te leía poemas cuando eras pequeño. ¿Nos podrías contar algo de eso?

 

G: Eso fue un privilegio del que gocé. La gran pasión de Francisco Escobar, mi abuelo materno, era decir poemas. Se tomaba un aguardiente, o sin necesidad de tomárselo comenzaba a decir poemas. Insisto en la palabra “decir”, por que él los decía con un tono muy neutral, sin la altisonancia de la declamación, la cual poco me interesa. Esta fue su gran pasión; lo hacía solo o con las hijas o con alguna visita. Supo cientos de poemas durante toda su vida y murió entrados los noventa años. Poemas de Gregorio Gutiérrez González, Julio Flórez, José Asunción Silva; poemas del peruano José Santos Chocano. Entonces, desde que yo estaba niño, asistí a esa ceremonia sencilla pero trascendente de oír al abuelo decir poemas. Desde ese momento me llamó la atención ese interés con que lo hacía. Disfruté de la música y el ritmo del discurso sonoro del abuelo.

 

 

O: ¿Y cómo sucedía? ¿Se reunían todos en torno de él o empezaba a decirlos sin previo aviso?

 

G: Era muy cotidiano. Mis tíos y tías y mi mamá a veces se fatigaban un poco pues era muy frecuente. A veces lo hacía solo o de pronto yo llegaba a visitarlo y me decía que quería decirme algunos poemas. Incluso se sabía un discurso que él escribió para la instalación de la escultura de una Virgen en un municipio antioqueño llamado Valparaíso. Ese discurso duraba como dos horas y cuando empezaba con él mis tías le decían: “No, papá, ese no, ese no”.

 

 

O: Tienes una poema llamado “El premio” que habla de ganarse un premio de poesía y, casualmente, está incluido en el libro con el que te ganaste el premio Nacional de Poesía de Colcultura de 1992.

 

G: Le tengo mucho cariño a ese poema porque siempre quise escribir un poema a mi madre. Pero hacerle un poema a una persona con la cual hay tantos lazos de afecto es muy difícil. Y ese poema llegó por esa vía.

 

 

O: ¿Cómo viviste la experiencia de escribir ese poema y luego ganarte el premio?

 

G: Algunos amigos maman gallo y me dicen que el premio me lo dieron por ese poema. Lo del premio fue algo muy estimulante. Ocurrió en 1992 y fue muy curioso ya que el premio fue compartido. Me lo dieron a mí y a William Ospina. Era la primera convocatoria que hacía Colcultura a unos premios nacionales. Las bases de poesía consideraban un solo ganador, pero los jurados, José Manuel Arango, María Mercedes Carranza y Tomás Segovia, el gran poeta mexicano-español, se entusiasmaron con los dos libros, y pidieron la autorización para premiarlos. Colcultura accedió, publicó ambos libros y dividió el dinero del premio entre William y yo. El título de mi libro es “Breves días”, el de William es “El país del viento”. Por supuesto que tenía alguna ilusión de ganar por el solo hecho de haber enviado el libro. Yo todavía no escribía en computador, por lo que el libro fue escrito a máquina. Creo recordar que fotocopié el original para enviar las copias requeridas. Y aunque tenía alguna ilusión, no pensaba en ganármelo; no sabía siquiera el día que daban el fallo. Ese día yo salía de la oficina y quería ir a la Universidad Pedagógica para inscribirme a una convocatoria para ser profesor. Ya estaba en el ascensor cuando un compañero de la oficina me llamó y me dijo que me devolviera porque tenía una llamada. Era José Manuel Arango, mi querido maestro, quien me daba esa noticia tan feliz.

 

 

O: ¿Cómo concibes tú la relación entre la vida “real” y la poesía? ¿Cómo se relacionan y cómo dialogan?

 

G: Creo que para el poeta, así tenga hijos y esposa y tenga que mercar y cumplir con un empleo para ganar un salario, el centro de todo eso es la poesía. El poeta es aquella persona en quien, en determinado momento de su vida, irrumpe una necesidad muy profunda de leer y escribir poesía. Todo es importante –la amistad, el amor, el erotismo, el paisaje, la familia–, pero en buena medida todo está atravesado y fortalecido por la poesía. A través de los poemas se siente y se piensa la vida, se mira a los otros, se goza y se padece el mundo, se es consciente de las grandes posibilidades de la condición humana, de su fragilidad y de sus límites.

 

 

O: Y por último, ¿cuál es tu opinión sobre la difusión de la poesía actualmente en el país? ¿Crees que funciona o que hacen faltan espacios? En este sentido nos parece interesante que hables del festival de poesía en el que estás participando.

 

G: Bueno, hay esfuerzos de difusión muy valiosos. Me preocupa ser injusto, porque al mencionar a algunos seguramente otros se me quedan por fuera. La colección de la Universidad Externado es bien especial, casi sin precedentes: la frecuencia con que publican poesía colombiana y de otros países. Una labor tan generosa de difusión con tantos ejemplares en cada número. Hay que reconocer también la labor editorial de las universidades, además de revistas como la de la Universidad de Antioquia, Prometeo, Luna de Locos, Clave, Puesto de Combate, El Malpensante, Ulrika y Común Presencia; también es de mencionar editoriales independientes como Letra a Letra, Sílaba, Tragaluz, Frailejón y El aguijón. Insisto en que apenas menciono grosso modo algunas iniciativas. Utilizo el computador de manera muy sencilla; soy una especie de ‘analfabeta funcional’, pero entiendo que hay distintas páginas y espacios. No quiero ser oportunista ni zalamero, pero es claro que Otro páramo ha comenzado a suscitar afecto y entusiasmo. A pesar de todo creo que las grandes editoriales y los periódicos debieran ser más generosos con la poesía; deberían crear más espacios con rigor estético que estimulen leer más poesía; que se reconozca dignamente la labor del poeta.

 

 

O: ¿Qué opinas acerca de los festivales de poesía que hay en el país?

 

G: Me parece que festivales como el de Medellín y como el de Bogotá, además de los que se realizan en Pereira, Barranquilla y Bucaramanga, entre otras ciudades, son espacios culturales muy valiosos, cada uno de ellos con sus especificidades, por supuesto. Posibilitan, con un gran sentido espiritual, que las personas asistan a la lectura de poetas nacionales y extranjeros.

 

  

Vea también:Una entrevista y dos poemas inéditos de Rómulo Bustos


Noticia Biográfica


Gustavo Adolfo Garcés, poeta colombiano, nacido el 2 de enero de 1957, en Medellí­n. Abogado de la Universidad de Antioquia y Magí­ster en Estudios Polí­ticos de la Universidad Javeriana. Ha publicado los siguientes libros: Libro de poemas, en 1987; Breves dí­as, en 1992, Premio Nacional de Poesí­a de Colcultura; Pequeño reino, en 1998; Espacios en blanco, en 2000; Libreta de apuntes, en 2006; Hasta el fin de los números, en 2012, Una palabra cada dí­a, en 2015, El muro blanco, en 2018 y En lugar de otros, en 2020. Profesor de Lectoescritura, de Literatura y Ciencia Polí­tica.



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