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Edición 48

Claudia Rankine "No me dejes sola: Una lírica americana"



*Traducido por Tania Ganitsky (Bogotá, 1986). Profesional en Estudios Literarios con maestrí­a en Filosofí­a y en Literatura. En el 2009 ganó el Concurso Nacional de Poesí­a de la Universidad Externado de Colombia con la selección de poemas El don del desierto. En el 2014 obtuvo el Premio Nacional de Poesí­a Obra Inédita con su primer libro: Dos cuerpos menos (2015). En Moradas interiores, publicado en 2016 por la editorial de la Pontificia Universidad Javeriana, sus poemas aparecen junto a los de varias autoras colombianas. Actualmente cursa un doctorado en Filosofí­a y Literatura en Inglaterra y adelanta una tesis sobre Emily Dickinson y Paul Celan.

 

 

 

 

No me dejes sola 

Una lí­rica americana

 

Hubo una época en la que podía decir que ninguna persona que yo conociera bien se había muerto. Aunque no quiero sugerir que nadie moría. Mi madre quedó embarazada cuando yo tenía ocho años. Fue al hospital a dar a luz y volvió sin el bebé. ¿Dónde está el bebé? preguntamos. ¿Se encogió de hombros? Era el tipo de mujer a la que le gustaba encogerse de hombros; en lo más profundo de sí misma había un eterno encogimiento de hombros. Eso no se parecía a la muerte. Los años pasaron y las personas solo se morían en televisión —si no eran Negras, se vestían de negro o tenían una enfermedad terminal. Entonces volví del colegio un día y vi a mi padre sentado en los escalones de nuestra casa. Tenía una mirada extraña; tan inundada, con goteras. Subí los escalones lo más lejos de él que pude. Estaba rompiéndose o roto. O, para ser más precisa, parecía una persona entendiendo que está sola. La soledad. Su madre había muerto. Nunca la conocí. Para él representó un viaje de regreso a casa. Al volver, no habló ni del avión ni del funeral.

    

Cada una de las películas que vi cuando estaba en tercero de primaria me hacía preguntar, ¿él está muerto? ¿ella está muerta? Como los personajes suelen salir vivos en contra de toda probabilidad, la mortalidad de los actores era la que me preocupaba. Si se trataba de una película vieja, en blanco y negro, quien sea que estuviera cerca me respondía que sí. Meses después el actor aparecía como invitado en un programa de entrevistas para promocionar sus últimos esfuerzos. Me giraba para decir —uno siempre se gira para decir— Tú me dijiste que estaba muerto. Y el desinformado alegaba, Yo nunca dije que había muerto. Sí, lo hiciste. No, no lo dije. Inevitablemente nos hacemos mayores; dice quien sea que sigue con nosotros, Deja de preguntarme eso.

    

O uno empieza a hacerse la misma pregunta de otra forma. ¿Estoy muerta? Aunque esta pregunta nunca se traduzca explícitamente como Debería estar muerta, uno finalmente llama a la línea de atención gratuita de suicidios. Como siempre, estás viendo televisión, la película de las ocho de la noche, cuando un número se alumbra en la pantalla: 1-800-SUICIDIO. Marcas el número. ¿Sientes que quieres acabar con tu vida?, pregunta el hombre al otro lado de la línea. Le dices, Siento que ya estoy muerta. Cuando no responde añades, Estoy en la posición de la muerte. Finalmente dice, No creas en lo que estás pensando y sintiendo. Después pregunta, ¿Dónde vives?

 

Quince minutos más tarde suena el timbre. Le explicas al auxiliar de la ambulancia que tuviste un lapsus momentáneo de felizmente. El sustantivo, felicidad, es el estado estático de un ideal platónico que no te conviene perseguir. Tu proceso modificador experimentó felizmente o infelizmente una pausa momentánea. Este tipo de cosas pasa, quizá sigue pasando. Él se encoge de hombros y comienza a explicarte que debes acompañarlo en silencio o tendrá que sujetarte. Si se ve forzado a sujetarte deberá informar que se vio forzado a sujetarte. Es así de simple: poner resistencia solo complicará la situación. Cualquier resistencia solo empeorará la situación. La ley me exige detenerla. Su tono sugiere que deberías tratar de entender el aprieto en el que se halla. Esto es incluso más desconcertante. ¡Estoy bien! ¡No puede ver! Te subes a la ambulancia sin asistencia.

    

O digamos que los ojos están descansando cuando timbra el teléfono y lo que esta amiga quiere decirte es que en cinco años va a estar muerta. Dice simplemente, Tengo cáncer de seno. Después, en el mismo tono incrédulo que usa para referirse al comportamiento extraño de sus novios y colegas del trabajo, añade: ¿Lo crees? ¿Puedes creerlo? ¿Puedes?

 

Hace un año habían diagnosticando el tumor erróneamente. ¿Podemos decir que seguiría viva si el doctor no hubiera metido la pata? Si sí —¿cuándo ocurre en realidad su muerte?

 

Durante la mastectomía le extraen masa muscular y algo de grasa del área abdominal para usar en la reconstrucción de su seno izquierdo. El cirujano plástico sostuvo que los resultados serían mucho mejores con tejidos naturales en lugar de artificiales. Le añadió un día más a su estadía en el hospital.

 

Después de la mastectomí­a, la quimioterapia, la radiación y la espera, nos enteramos de que el cáncer está en los huesos de mi amiga y que se ha fijado ahí­. La visito dos meses antes de su muerte. Su piel ya revela el esqueleto. Para los ojos es fácil no observarla fijamente, es fácil aceptar el hecho de que el cáncer ha sido reemplazado por la proximidad de la muerte. Es fácil aceptar que su personalidad se ha visto opacada por su condición, que su condición, su muerte, la ha marcado. No es necesario mirar dos veces.

 

El cáncer se asentó lentamente en su cuerpo y lo consumió hasta que él, su cuerpo, se volvió inútil para sí mismo. ¡Vaya manera de perder peso!, me dice cuando entro en su habitación y recibo la mirada que se convierte en la marca inolvidable. Vemos mucha televisión los cuatro días que paso junto a su cama. Hablamos. Se cansa. Entristece. Se cansa. La da rabia. Se cansa. Va aceptando. Se cansa. Se cansa.

 

Mientras observo la habitación atestada de cosas, se mudó hace unos meses a casa de su madre, mi interés fluctuante por cualquier cosa o prenda de vestir se ve interrumpido—

 

Ella me explica que el letrero de “No-reanimar”, “Do-not-resucitate” (DNR), solo quiere decir que no se le administrará reanimación cardiopulmonar (CPR). Aunque supiera cómo, no tendría permiso para hacer compresiones cardíacas, insertar una vía respiratoria artificial, administrar drogas para la reanimación, aplicar la desfibrilación, la cardioversión, o iniciar el monitoreo cardiaco. No. No. No. No. No. Ella ha decidido. Se ha cansado. Está acabada. Pese a la voluntad de vida de quien permanezca junto a su cama, su muerte es segura.

    

Una noche tenemos una larga discusión acerca de las películas Boogie Nights y Magnolia. El consenso es que ambas están motivadas por el tema de la decepcionante figura paternal. En ambas películas hombres tan mayores como para ser el padre de cualquier persona les hacen cosas malas a personas más jóvenes, a personas que podrían ser sus hijos e hijas, a personas que lo son; personas que habrían podido admirar a estas figuras paternales, por razones mínimas, si éstas se hubieran comportado mejor. Tom Cruise es convincente como el hijo decepcionado en Magnolia. Otro personaje que se llama como yo también está amargamente decepcionada. Aunque el tema del cáncer no surgió en nuestra conversación nocturna sobre las dos películas, si lo hizo para él, para el personaje de Tom Cruise en Magnolia.

    

¿Por qué se echan a perder las personas? El hecho de que el cáncer describa una masa de tejido maligno que elimina todos los nutrientes del cuerpo sorprende al cuerpo primero, después al dueño del cuerpo y finalmente a aquellos que lo miran. O como señala Gertrude Stein, quien murió de cáncer de estómago, “si nadie muriera, la tierra estaría atiborrada y yo, yo como yo, no hubiera podido llegar a ser y a tratar con todo mi empeño de no ser yo, sin embargo, eso me disgustaría mucho, más que nada, entonces por qué no morir, y sin embargo y otra vez no hay una cosa, una cosa que agrade, ni una sola cosa”.


Noticia Biográfica


Claudia Rankine es autora de cinco libros de poesí­a y dos obras de teatro. Entre sus poemarios, sobresalen Citizen: An American Lyric y Don’t Let Me Be Lonely, y entre su dramaturgia, Provenance of Beauty: A South Bronx Travelogue. Ha colaborado con varios artistas visuales y editado diversas antologí­as, como The Racial Imaginary: Writers on Race in the Life of the Mind. Con Citizen, Rankine fue merecedora del Forward Prize for Poetry, el National Book Critics Circle Award for Poetry (Citizen también estuvo nominado a la categorí­a de crí­tica, siendo así­ el primer libro nominado a dos categorí­as en la historia del premio), el Los Angeles Times Book Award, el PEN Open Book Award y el NAACP Image Award. Finalista del National Book Award, Citizen también es el único libro de poesí­a que ha sido considerado bestseller por el New York Times en la categorí­a de no ficción. Entre sus numerosas menciones, Rankine ha recibido el Poets & Writers’ Jackson Poetry Prize y becas de la Lannan Foundation, la MacArthur Foundation, United States Artists, y la National Endowment of the Arts. Vive en Nueva York y enseí±a en la Yale University con el tí­tulo de Frederick Iseman Professor of Poetry.



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