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Edición 45

Carta de las mujeres de este paí­s. Poema de Fredy Yezzed traducido al francés



*Traducido por Aurélie-Ondine Menninger. Nació en 1984, en Mulhouse, Francia. Es poeta, traductora, profesora de francés y periodista. Estudió Literatura en la Universidad de Estrasburgo. Los siguientes poemas fueron traducidos por ella del español al francés.

 

 

 

 

Carta de las mujeres de este país

 

Aquí estamos, con la espuma en la mano frente a los trastos,

escuchando el sonido de la sangre. A través de la ventana, la luz de la luna ilumina

los metales y las pompas de jabón. Estamos ya viejas y recordamos cosas frágiles.

Todas nosotras estábamos allí. Nos dejaron vivas para que pudiésemos

decir las manzanas podridas. También para que susurremos

mientras gotean nuestros dedos: “No nos arrebataron el amor”.

Quisiese que el dolor se fuese como se va la grasa por el sifón.

Pero el dolor está ahí como un hijo creciendo adentro nuestro.

El dolor nos dice: “Hijas mías, mirad cómo han mudado de alas”.

Hay brillo en las cucharas y los tenedores, pero el recuerdo, el dolor,

el apellido de nuestros hombres aún sigue latiendo entre las manos.

Mientras lavamos una olla, un sartén, un colador, hay una que imagina

bañar y acariciar el pecho, las manos, los pies de su hombre.

Son otros los que hacen la guerra, pero somos nosotras las que cargamos

las carretillas de lodo de un cuarto al otro.

Entre nosotras y el grifo de agua, la luna y nuestros difuntos cantando.

No nos marcharemos sin más. Vamos a lo profundo del misterio.

Buscamos en el humilde jarro de nuestro pozo las palabras más sencillas

para decir con exactitud la costilla rota, su mano tronchada, sus ojos abiertos y quietos.

Cuánta pena hay en esta tarea diaria de lavar los platos, los vasos, nuestras sílabas.

La guerra tiene el nombre de un varón, pero la memoria, las vocales temblorosas de una mujer.

Nadie mejor que nosotras lo sabemos: “Todos somos culpables en la pesadilla”.

Y no hablar, lo creemos casi doblando las rodillas, es morir frente a los hijos.

Ninguna se oculte en la casa limpia, ninguna diga nunca, ninguna deje de desollar el alma.

Aquí estamos las mujeres de este país sacándole brillo a nuestros muertos.

Aquí estamos las mujeres de este país edificando con espuma

el amor. Aquí estamos las mujeres de este país

con la luna entre las manos.

 

***

 

Lettre des femmes de ce pays

 

Nous sommes là, l’écume dans nos mains face aux salauds,

écoutant le son du sang. A travers la fenêtre, les lueurs de la lune viennent éclairer

les métaux et les bulles de savon. Nous sommes déjà vieilles et nous rappelons les choses fragiles.

Nous étions toutes là. Ils nous ont laissées en vie pour que nous puissions

dire les pommes pourries. Et puis aussi pour que nous laissions échapper nos murmures

alors que nos doigts gouttaient: “Ils ne nous arracheront pas l’amour”.

J’aimerais que la douleur s’en aille comme la graisse se dissout et disparaît par le siphon du lavabo.

Mais la douleur est là comme un fils grandissant en nous.

La douleur nous dit: “Mes filles, voyez comme ils ont mué, regardez leurs ailes”.

Sur les cuillères et les fourchettes joue la lumière, mais le souvenir, la douleur,

le nom de famille de nos hommes continue encore de battre dans nos mains.

A l’instant où nous lavons une casserole, une poêle, une passoire, il y en a une qui imagine baigner

et caresser le torse, les mains, les pieds de son homme.

Alors que d’autres font la guerre, nous, nous chargeons les brouettes de boue d’une chambre à une autre.

Entre nous et le robinet d’eau, la lune et nos défunts chantent.

Nous ne partirons pas comme ça. Nous irons au plus profond du mystère.

Nous y puiserons pour y recueillir dans nos humbles seaux, les mots les plus simples0

pour dire avec exactitude la côte cassée, sa main brisée, ses yeux ouverts et tranquilles.

Combien de peine y-a-t-il dans la tâche quotidienne de laver les assiettes, les verres, nos syllabes.

La guerre a un nom viril, mais la mémoire, les voyelles tremblantes d’une femme.

Personne ne le sait mieux que nous: “Nous tous sommes coupables dans le cauchemar”.

Et ne pas parler, nous le croyons presque à genoux, c’est mourir devant nos fils.

Aucune ne se cache dans la pureté de sa maison,

aucune de nous ne dit jamais, aucune de nous ne cesse d’écorcher à vif son âme.

Nous sommes là, nous, femmes de ce pays, grattant le vernis de nos morts.

Nous sommes là, nous, femmes de ce pays, construisant le présent avec l’écume

l’amour. Nous sommes là, nous, femmes de ce pays

étreignant la lune de nos mains.

 

 

 

Vea también: poemas del poeta norteamericano W. D. Snodgrass.


Noticia Biográfica


Fredy Yezzed nació en Bogotá, Colombia, 1979. Como investigador literario escribió el estudio Párrafos de aire: Primera antologí­a del poema en prosa colombiano (Editorial de la Universidad de Antioquia, Medellí­n, 2010). Tiene publicado los libros de poesí­a: La sal de la locura, (Premio Nacional de Poesí­a Macedonio Fernández, Buenos Aires, 2010; Editorial Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 2014) y El diario inédito del filósofo vienés Ludwig Wittgenstein (Ediciones Del Dock, Buenos Aires, 2012). Actualmente está radicado en Buenos Aires, donde estudia el género del poema en prosa argentino.



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