Edición 44
Almácigo. Poemas inéditos de Gabriela Mistral. Publicados por Ediciones UC
La presente selección hace parte de un libro publicado por Ediciones UC. La edición y compilación estuvo al cuidado de Luis Vargas Saavedra.
Los siguientes poemas son de una sección que se llama América.
Ríos de América
Ríos de América corren mi cara,
eran mi sangre y son mi sangre,
el Magdalena, el Aconcagua,
Maullín y Usumacinta,
signo y seña de mis entrañas.
Mares ajenos, ríos extraños,
los navegué vuelta fantasma.
Aguas de América llevan mi cara,
llevan mi cuerpo, llevan mis miembros,
llevan deshecha mi garganta.
Aguas inmensas y aguas vanas,
dulces aguas sacerdotales,
aguas que quieren demorarse
pero corren a su nirvana.
Al mentarlas huello sus limos
y oigo el grito de una piragua.
Unos son sangres adolescentes,
otros son sangres amoratadas;
los hay de leche demetérica
o sin color como palabras.
Cuando las vuelvo a ver les grito
como a mi madre resucitada.
A sus orillas los oigo y me oigo.
Viejos amantes que otra vez hablan
y cruzan rápidos peces-quetzales,
deshacen y hácense algas trenzadas.
Cuando aparecen los reconocen
y saltan de ellos mis entrañas.
Brujas aguas que corren lentas,
lentas aunque vayan arrebatadas,
grandes, calladas y fatales
y secretas y reveladas.
Aguas de América, cuerpo de dioses
que pasaron y que no pasan.
Selva
La selva está naciendo
por más que es eterna.
Nunca se acabará
bulto que llaman selva.
Está como parada
y con la frente vuela.
Es de nadie o del indio,
la mala y santa selva.
Es verde, negra y verde
y sin color la selva.
La digo de ser indio
y de saberla entera.
Las que se llaman Madres
dicen están en ella:
está la Madre Fuego,
Madre Agua y Madre Ceiba.
Le lavó el río Amazonas
el cuerpo sangriento
y le secaron las ramas
los doce vientos.
A ninguno se dio.
Por virgen se la queman.
Al indio se le da
la dura que es la tierna.
Está lo que es mejor
que hombre y luz en ella,
están tantos misterios
que en noches espejea.
A ver si se la entienden
y a ver si me la dejan.
El blanco no merece
su techo de tristeza.
Si viene por el río,
mejor que se devuelva.
Las bestias que ella cría,
sus troncos aprietan
y el indio a quien la dieron,
si la ha de dar, la quema.
La selva que caminan
es cosa verdadera
con hálitos oscuros
se borra cuando llegan
o muda, y ellos siempre
se buscarán la selva.
Los blancos toma-todo,
que dejen la selva.
Cuando se acabe el indio,
al que la dieron, vuelvan.
Siesta en el trópico
A esta hora de sol sobre el Trópico
huelen fuerte cafeto y caña.
Tanto es el azul que no hay otra cosa,
tanto el mundo que, ¿para qué el alma?
El cafetal florido en lomas
llega a criaturas y casas.
E irrita de densa y molida
muriendo en las muelas, la caña.
Hay que hacer los cantos de aquí,
los de ultramar se desmigajan
con este azul y esta fragancia.
Hay que entender negros de zumo
y olvidarse robles por palmas
y hay que llevar, cuerpo del Sur,
la blusa del cafeto, blanca
y caminar grave y ligero:
cual camina quieta, la palma.
Los siguientes poemas hacen parte de una sección que se llama Oficios.
Albañiles
Los overoles vuelan en pájaros
y cosquilleando sus costados.
Suben ganados de perdidos
y con las espaldas hacia la tierra,
ven las nubes, ya no ven más.
En un momento todo pierden
y van azules de olvido y cielo.
Grito, no les voceen, no les echen.
Cierren los ojos, ahora y piérdanlos.
Van subiendo los albañiles,
van arañando los andamios.
La tierra y el aire los quieren,
haciéndolos pesados y luego ligeros.
La luz quiere, las nubes quieren
y quiere también su alma.
La Tierra otra vez los tiene.
Cuando bajen van a jugar
sus mujeres con sus cabellos
o les pedirán, como frutos,
los locos puntos cardinales.
Ya no tienen sus hombros ni sus cabellos.
Ya son pequeños como niños
la luz toman, la luz cazan.
Lleguen arriba, aunque no vuelvan.
Suben como devanaderas.
Los gestos que dan se deshacen,
de cielo gozan y llevan.
Parecen negras lanzadas
y viene de ellos la luz que sueltan.
Un poco más todavía. Un poco
y batiremos nuestros brazos.
Los andamios ahora bailan.
Los nadadores soltaron los remos.
Alabados sean sangre y alientos.
Jueguen la luz y jueguen el viento.
Toquen y prueben la fruta íntegra, el cielo
que ellos oían mamando su leche.
Canteros
Las piedras azules, las pardas
y las aleonadas cantan,
despeñadas de dos mil brazos,
caídas, postradas pero altas
todavía, pesadas como galápagos
y saurios, y más y más cantan.
Las descuajaron este día,
las lanzaron de mundo abajo,
las jadearon ciegos de polvo
y solo al caer las han visto.
Rosas, sienas y atigradas,
serviles, maduras y niñas,
garabateadas de sangre
y más enjutas que hueso
en el valle están tendidas
zarrapastrosas y Reinas.
Las piedras del valle mío
las que yo miraba y quería,
llenas de ojos sobre mi casa,
de desvaríos sobre mi sueño,
van bajando e irán subiendo,
bajando los cerros, subiendo al mortero.
No las rompan, no las majen,
no las hagan polvareda;
ni tumbadores ni cargadores
resucitan a las piedras.
Vayan cargándolas y llevándolas
a los que hacen con piedras delfines
y albatros llamados banderas
y espaldas de hombres y tallo de niño.
Donatello las vuelve en días
los Juan Bautistas que marchan sin muerte.
Los quechuas y los mayas les arrancan
a puñadas y a río los dioses.
Mata-piedras, degüella-cerros,
paren, oigan y entiendan las piedras.
De todos son y de ninguno
de nosotros para matarlas.
Vamos a ir de puerta en puerta
de los talleres, golpeando
y gritando pregón a sus dueños.
Despertados del estruendo
y el empellón en las puertas,
ellos se despiertan, ellos van a abrir
y a encontrar el ciclón de las piedras,
el tendal aleonado
y azulino de las Madres-Piedras
que aquí llegaron trayendo
sus cuerpos a cobrar su alma.
No son de los picapedreros,
tampoco de los canteadores
ni de Ángel Miguel que las resucite.
Madres-Piedras son de sí mismas,
son de amor y de dolor,
como era Antígona y era Cordelia
tú mi canteador, yo tu contadora.
Vea también: poemas de Gatos de Darío Jaramillo.

Noticia Biográfica
Gabriela Mistral (Vicuña, Chile, 1889 - Nueva York, Estados Unidos, 1957) fue una poeta ganadora del premio Nobel en 1945. Conocida por ser una de las autoras más importantes del siglo XX, publicó numerosas obras entre las que destacan Tala y Sonetos de la muerte. Vivió en varios países debido a su labor como diplomática y como profesora: Portugal, Estados Unidos, Guatemala, Brasil, Brasil, México e Italia. Ha sido traducidas a decenas de idiomas.