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Edición 61

Juan Calzadilla: invitación a un paisaje sin lugar



El descubrimiento de un buen poeta en la vida de un hombre, sea este un iniciado en la poesía o apenas un eventual explorador de ella, es como el descubrimiento de un nuevo amigo que, con el tiempo, se hace entrañable. No por cosas del azar un lector encuentra en determinado poeta el amigo que le acompañará de allí en adelante. De esta magnitud afectiva y espiritual es el encuentro con Juan Calzadilla. En un comienzo el poeta ofrece un trato que, para quien apenas lo conoce, es desconcertante, difícil: es un recién conocido que no entrega fácilmente su confianza. Sin embargo, cuando se logra al fin ganar su cercanía, cuando nos hacemos cómplices de su palabra, es un amigo que se entrega por completo, como ese que, cabal en todo sentido, nos enfrenta y cuestiona sin la más mínima condescendencia.

 

Calzadilla es un poeta que invita al lector a una suerte de trampa, a una aventura que aun cuando pueda convertirse en un mal trago, ya en la resaca nos entrega un premio: su lucidez. Desde un comienzo, el lector debe ir dispuesto a que lo pongan contra la pared, a asumir incluso el que en un momento dado el poeta se burle de él, como lo hace de sí mismo, que lo desnude, como lo hace con él mismo. Y esto porque en sus textos el venezolano va de continuo poniéndolo todo en duda, cuestionándolo todo, asumiendo una conciencia extrema de las cosas, sin concesiones. El autor interroga, sondea, coteja, construye, trata de darle una salida afortunada al lector, para terminar por dejarlo mordido por la duda, impío, perturbado, vivo o, en una sola palabra, lúcido. Quienes lo leen, entonces, se encuentran ante sus poemas como ante un juego sin resolución, o que no se resuelve como habría de esperarse, al punto de que nada extraño sería el que nos sintiésemos, con versos de Tennesse Williams, “como niños armando el nombre de Dios / con un rompecabezas que está equivocado”.

 

En general, la obra de Calzadilla es un gran arte poética, lo que quiere decir, un continuo ejercicio de reflexión. Lo anterior dice también de una alta dosis de inteligencia en sus escritos, tan palpable que uno no deja de preguntarse de si además de ante un poeta, no estamos también frente a un profesional de la inteligencia. Sin embargo, lo que en otros no deja de ser cargante, en el poeta venezolano se enriquece por el hecho de que este último es dueño de una sensibilidad poco común, extraña, cuya mayor cualidad radica en el hecho de llevar la palabra a lo que se podría llamar una poética de la causticidad. Toda su obra es un divertimento en el que se tocan de continuo el pensamiento conceptual y la imaginación. Esta singularidad, en últimas, es lo que define su voz, lo que le confiere un carácter propio a su obra. La evidente perspicacia en sus poemas no está puesta al servicio de lo “profundo”, de lo técnicamente literario, sino más bien en función de una claridad que en nada riñe con el humor o con la ironía, y que en modo alguno implica el abandono de la sutileza, del pensamiento llevado a su máximo refinamiento.

 

Estas, creo yo, son las mayores cualidades y la mejor enseñanza que nos deja su experiencia poética, en la que la ciudad, y dentro de ella el hombre con sus “mínimos” males, está siempre presente como tema central. Calzadilla representa, con fidelidad, la auténtica conciencia de lo que puede definirse como un ser urbano. El autor de Oh Smog y Diario para una poesía mínima, dos de sus libros representativos, conoce todos los recovecos de la urbe, pero no  la urbe en un sentido figurativo sino más bien abstracto. Lo imagino, aunque parezca absurda la comparación, como un Whitman que camina sus calles, mas no airoso, no exaltado por la sensualidad, no llamando a la creación de una gran nación, sino meditativo y alerta, lleno de intimidad, construyendo una nación de más pertinencia y más común a todos los hombres, la nación del pensamiento: ese paisaje sin lugar.

 

Sirvan las presentes notas para brindar desde estas páginas reconocimiento a una voz que, en el actual panorama de la poesía hispanoamericana, no tiene paragón y que –por lo mismo– aporta con su obra un registro nuevo a las palabras y a la sensibilidad de quienes saben permanecer atentos, de los que todavía no caen adormecidos por las verdades hechas, por las academias, por los programas, por el lugar común; una voz que ha sabido asumir esta intranquilizante paradoja: “la única tradición que debe permitirse el poeta es la del futuro”.

 

Invito a los que aún no leen los poemas de Juan Calzadilla para que conozcan a alguien que puede ser, en palabras de Wallace Stevens, “un amigo más amigo que el mejor amigo”.

 

 

 

 

Horror vacui

 

¿No es más propio del horror

temer al vacío que llenarlo?

Así también cuando en la página

nos angustia el cosmos

la mano se paraliza.

 

 

 

 

Poética objetualista

 

El problema no es crear una lámpara en el poema,

sino cómo, una vez creada, encenderla.

Así con la rosa: la cuestión no0 es inventarla

en el poema, sino colorearla.

La rosa no es rosa hasta que la mirada entinta.

Es el color lo que decide. No la palabra.

 

 

 

 

El alfabeto y la risa

 

No es como dice Benjamin que “la risa es pariente del aleteo”, sino que el aleteo ríe, ríe. Asciende en el aire como el deseo de la risa. Ni el aleteo ni la risa quieren permanecer quietos.

 

La risa es a su aleteo lo que el pájaro a su vuelo. Materializa por un segundo su deseo de ser pájaro.

 

 

 

 

Vuela a rastras

 

El sujeto no quiere estar lejos de sí mismo.

Por eso no se distancia mucho de lo que ha llegado a pensar.

Así también piensa de lo que piensa.

Tampoco respecto a esto quiere ponerse.

Demasiado lejos. Lo que piensa debe estar

bastante cerca de él, amarrado, por decirlo así,

a la pata de su silla, para que no se le vaya

de las manos.

Para que no le deje de pertenecer.

 

Y es a esto a lo que llama coherencia.

Cuando sólo es falta de distancia para coger vuelo.

 

 

 

 

Nudo gordiano

 

Tensa el hilo. Hazte duro con él, como bejuco. Y cuando veas que te arrastra, córtalo de un buen machetazo. Ahora bien: qué es más libre, ¿la cuerda que se parte o la cosa que ella agarraba?

 

Y he aquí la conclusión que saco:

-Si no soy capaz en cualquier momento de arrojar todo por la borda y de tener el coraje de no mirar hacia atrás, entonces sólo amo el pasado.

 

 

 

 

La realidad

 

Estaba tan próximo a la realidad del hecho que no podía percibir más que la página donde lo había escrito. La realidad para el escritor es siempre lo que éste sabe de ella. Respecto a la realidad, la experiencia es algo que él sólo se imagina.

 

Y, lo que es peor, que no puede comunicar.

 

 

 

 

Lección de patafísica

 

Se puede arrojar una piedra y convenir en que se ha lanzado con tanta precisión que ha caído en donde ha caído. Esto es lo que se conoce como puntería al azar. Y el hecho de que nada se puede hacer para evitar que, al arrojarla por segunda vez, la piedra caiga en el sitio exacto donde antes no cayó, confirma que la puntería del azar es una ley que se cumple de todos modos.

 

 

 

 

En consecuencia

 

No hay como cuando no se tiene

ningún pretexto para ser feliz.

El pájaro que canta no lo tiene.

Esta debería ser la consigna del poeta.

Aunque no la cumpla pues siempre se sentirá

Tentado a escribir bobadas

Que a nadie ni a él mismo hacen feliz.

 

 

 

 

La complicidad campesina del poeta

 

–Este es mi testamento. Verán que es tan grande y, encima, tan extenso que para leerlo necesitarán ustedes disponer de todas sus vidas. Y extendió sus brazos hasta donde abarcaba con ellos el horizonte en torno: arbustos y hierbas simulaban muy bien una escritura.

 

 

 

 

Arte y cocina en los 90

 

–La pintura no es el arte de quitar, sino de añadir.

–Pero, ¿cómo? ¿Acaso añadir no es más bien lo del arte culinario? Este artista hubiera hecho mejor diciendo: “amo la pintura, pero más amo la cocina”.

 

 

 

 

Ítaca

 

Es más fácil llegar para quien está adentro

que para el que viene de afuera.

 

No es menester que avance andando lentamente

O a la carrera, que sepa la dirección o que la averigüe.

 

Ni que dé muestras de estar llegando, liviano o exhausto,

A campo traviesa, por avenidas, bosques o encrucijadas.

 

No importa el medio de transporte, lento o acelerado,

ni la velocidad que hace el camino ni el paso de las horas.

 

Bien enterado del sitio, no necesitará cruzar la calle

ni abrir la puerta para informar, como Ulises, que ha llegado.

 

Y para que, dentro, en el hogar estén junto a él

convocados,

al calor del fuego, unos brazos, una mirada, unos labios.

 

Bastará que esté en su casa

Para saber en ese mismo momento

Que sin necesidad de venir de afuera

ya ha llegado

ya ha llegado.


Noticia Biográfica


Robinson Quintero Ossa es poeta, ensayista y periodista literario. Licenciado en Comunicación Social y Periodismo por la Universidad Externado de Colombia. Libros de poemas: De viaje (1994), Hay que cantar (1998) y La poesí­a es un viaje (2004). Ediciones Catapulta publicó en 2006 su breve antologí­a de oficios El poeta es quien más tiene que hacer al levantarse, y La Universidad Externado de Colombia, en 2013, en su colección "Un libro por centavos", la selección de poemas Los dí­as son dioses. Ha publicado libros de investigación literaria y de periodismo literario. Sus obras de ensayo son: "Un panorama de las tres últimas décadas" para el libro Historia de la poesí­a colombiana (2009), junto a Luis Germán Sierra, y Libro de los enemigos (2013) “Beca de Creación en Ensayo, Alcaldí­a de Medellí­n 2012". Como director de talleres literarios, ha trabajado para la Casa de Poesí­a Silva, las bibliotecas públicas de Comfenalco-Antioquia, el Taller de Letras de la Fundación Jordi e Serra. En la actualidad orienta los talleres de creación literaria La máquina de cantar y compone, junto a Fernando Linero, el grupo musical El poeta canta dos veces.



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