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Edición 57

Homenaje a Carlos Héctor Trejos Reyes: sus poemas y una entrevista a Conrado Alzate Valencia



Esta entrevista fue parte de la tesis “Poesí­a de la muerte y muerte de la poesí­a” (2012, Universidad Tecnológica de Pereira)

*Por Albeiro Montoya Guiral

 

Conrado Alzate Valencia: Uno de las poetas más representativas de Caldas. Un hombre preocupado por la poesí­a y por su memoria, como lo demuestra el haber fundado y dirigido el Taller de Poesí­a Carlos Héctor Trejos Reyes y el Festival Nacional de Poesí­a de Amor y Desamor, de Riosucio, Caldas, y asimismo estar en la dirección de la Biblioteca Municipal Otto Morales Bení­tez de la misma ciudad. Además de estar presente en muchas publicaciones del paí­s, como las de las revistas La pipa de Magritte, Hipsipila, Juegos Florales, Mefisto, Luna Nueva, entre otras, y de ser el autor de los libros de poesí­a Paraí­sos inexistentes (2000), Canción de Ahasverus (2000), Versos de Amor y Desamor (2004), Sí­labas humanas (2004), Memoria de la sangre (2006), y de dos ediciones de Apologí­a de los dragones (Primer Premio de Poesí­a Concurso de Literatura, Caldas, 2007), y sin olvidar la calidad de sus ensayos y la merecida confianza que ha suscitado entre sus lectores y demás personas de la región y del paí­s su palabra provocadora y ávida de la reforma de la vida, su aire legendario y su triunfo poético se acentúan debido a la relación de estrecha amistad que tuvo, tiene y ha de tener por siempre, mientras haya humanidad y aún sin ésta, con el poeta de las letras colombianas y riosuceñas, Carlos Héctor Trejos Reyes.

 

 

 

 

Exceptuando su primer libro Poemas de amor y desamor, pero teniendo en cuenta que el mayor vigor e innovación de su palabra se encuentra en sus posteriores publicaciones, al leer la poesí­a de Carlos Héctor Trejos nos encontramos frente a la ausencia del tema amoroso, como si el poeta concibiera el amor  como “una magia cósmica” -para recordar uno de los versos del poema Lucero (Manos ineptas) – a la que no habí­a podido abrazarse. ¿Esa misma ausencia se encontraba en su vida?

Sí­, y no. A pesar de que en su poesí­a hay orfandad, desesperanza, desencanto, heridas, etc., también está llena de reciedumbre. Por ejemplo: cuando él remata uno de sus poemas diciendo: “De mis desatinos no me arrepiento”, o cuando habla así­ de la amada: “pero tú gracias a Dios no vuelves”, se desinhibe del tema amoroso. Esa reciedumbre permite que sus textos no sean llorones. Aquel tema no está ausente de su obra, como no lo estuvo en su vida, sólo que en una y otra, cuando no era relevante, aparecí­a como una alegorí­a.

 

 

 

¿De dónde emprender para entender la poesí­a de Carlos Héctor Trejos?

Algo que explica la esencia de su poesí­a, es la corta vida del poeta. Su clarividencia, como si él supiera que debe irse pronto y debe entregar lo mejor. La fugacidad vital. De ahí­ la urgencia por publicar. Sus poemas son testamentarios, siempre se están despidiendo. El poeta se imagina muerto, se pregunta por “la tardanza de su asesino que impacienta a  la muerte”. Pero su poesí­a no es frenéticamente romántica, no pide misericordia. Carlos fue “un defensor de las causas perdidas”, un abogado de aquellos personajes a quienes la historia les ha echado el agua sucia, se solidariza con los abandonados, patrocina  la contra-historia. Carlos Héctor hubiera aportado más a las letras vivo que muerto. Su obra quedó inconclusa, sin embargo, la lucidez de sus libros es evidente, y su memoria debe defenderse de los malos lectores que abundan, aún aquí­ en su propia tierra.

 

 

 

Cuando en Colombia se ha comparado a un poeta con Rimbaud, se ha tendido hacia  Dariolemos, el poeta Nadaí­sta, pero más por su excentricidad y por su pierna gangrenada que por su lucidez poética. A Carlos Héctor Trejos, por su obra clarividente, como dictada por fuerzas iluminadas y por su vida fugaz, como si, los Dioses de quienes despotricó lo hubieran reclamado con muchí­sima anticipación para nuestro pesar, ¿lo podremos acercar al perfil de este poeta francés?

Por supuesto. Para entender la poesí­a de Carlos Héctor hay que saber qué autores leí­a. No obstante él se alejó de toda sensiblerí­a a secas. Leyó a Rimbaud, innegablemente, y a F. Hí¶lderlin, Nietzsche, Franz Kafka, Homero, entre otros muchos. En mi concepto, su poesí­a es existencialista, y Henry Luque Muñoz, planteó que Carlos Héctor Trejos era “un Dadaí­sta a la colombiana de fin de siglo”. Su poesí­a parte de lo más elemental, como la de T. Tzara. No podrí­amos acercarlo a un perfil especí­fico. í‰l era él. No eligió dejar la poesí­a como Rimbaud. Carlos jamás lo hubiera hecho. No fue un desertor, no salió voluntariamente de este mundo. Sabí­a de todo lo que podí­a hacer con la palabra y de lo que ya estaba haciendo. í‰l dejó este mundo involuntariamente. Recuerdo que la misma semana de su muerte habí­a visitado al odontólogo, ¿para qué preocuparse por la sonrisa cuando nos vamos a morir? No obstante de ser uno de los poetas colombianos que más invocan la muerte y le cantan, como José Asunción Silva y Porfirio Barba Jacob, Carlos Héctor Trejos no provocó la suya propia. Insisto: nos dejó involuntariamente.

 

 

 

¿Por qué un poeta de alta factura evidentemente como él, no viajó en búsqueda del amparo de una metrópolis más que con la imaginación?

í‰ste es un aspecto que influyó en la obra y en la misma vida del poeta, y en su desenlace: Riosucio. Todo tuvo que ver con su personalidad y con la parte económica. En primer lugar; amaba el encierro. Se encerraba a leer y a escribir durante seis dí­as, a cuyo fin  salí­a a ver cómo iba su pueblo, a recorrer sus calles y a sentarse en sus dos plazas. Y en segundo lugar; en su estadí­a  en Manizales durante dos años abandonó dos oficios para regresar a su tierra: el de utilero de la Orquesta de Cámara de Caldas, porque consideró  “maricones” los sonidos de aquellos músicos, y el de estudiante de primer semestre de la Facultad de Filosofí­a y Letras de la Universidad de Caldas, porque creí­a “intelectualmente deshonesto” elaborar un análisis filosófico, como pedí­an sus profesores, sobre un fragmento de “El Coronel no tiene quien le escriba” de Garcí­a Márquez.

 

 

 

Hoy, en ví­speras de septiembre de 2011, ¿cómo serí­a Carlos Héctor Trejos Reyes, si viviera?

Su destino era el de ser el mejor poeta de nuestra tierra, como lo postuló César Valencia Trejos en el discurso de sus exequias. Y lo hubiera cumplido aunque la muerte lo hubiera encontrado de otra manera tiempo después. Esta ciudad ya no tení­a calles para él

Riosucio, Caldas. Agosto 26 de 2011.

 

 

***

 

 

Selección de poemas de Carlos Héctor Trejos Reyes

 

 

 

Noticia

 

Alguien, sube al último piso

De un rascacielos y decide lanzarse

Alguien, sin paracaí­das ni alas

Desde una gran altura

Decide venirse a pique.

Alguien, al borde de un precipicio

Decide atender el llamado del vací­o.

La prensa, la radio,

Los tilda de suicidas

No sé qué dirí­an de mí­.

Yo me asomo al bello abismo de tus ojos

Y caigo sin remedio.

 

 

 

Señor Rimbaud

 

Le doy la razón.

Preferible cazar elefantes

A cazar palabras,

Ir en busca de palabras,

Es como ir en busca de fantasmas.

Dispararles, es dispararle a sombras

Y sucede muchas veces,

Que la nuestra se atraviesa

Y quien recibe todos los impactos

Es nuestro propio cuerpo.

ífrica no está lejos

Pastan más lejos los sueños

Y de esa larga correrí­a,

Nada se trae útil, ni un trofeo.

Es más valioso el marfil.

No me volveré a armar

Contra los espejos oscuros de la poesí­a,

No me volveré a enfrentar contra mí­ mismo.

Preferible, hundirse sobrio

Con armas y pieles

En un mal negocio.

 

 

 

Agencia de olvidos

 

Lo que la muerte ha olvidado

A su paso, yo lo escribo

Y lo anuncio en voz alta

Para que vuelva y no deje nada.

He abierto y he llenado varios libros

Con sus olvidos.

Las cuentas son muy claras.

Cada dí­a apunto lo que ha dejado atrás

Por andar a las carreras.

Así­ conmigo, cuando me veo en el espejo,

De inmediato me incluyo.

Soy a quien más olvida.

 

 

 

 

El hilo de Ariadna

 

No desmadejes más tu amor por mí­.

Recobra tus cosas

Y pide al olvido que llegue pronto.

Tu Teseo te ha venido engañando.

Yo soy el minotauro

Y llevo mi propio laberinto

A todas partes.

Jamás saldré de él.

Vivo perdido.

Ninguna puerta me dará el alivio.

Ninguna muerte alejará

La bestia que visto.

Detente antes que sea tarde.

Corta lo que nos une.

No quiero que escuches

Mis bramidos a la noche.

No quiero que me veas

Devorar palabras.

 

 

 

Trampas

 

La poesí­a tal vez la deba

A mis años de infancia.

Yo de pequeño, en vez de cazar pájaros,

Construí­a jaulas para atrapar nubes.

Las observaba en el cielo

Y me parecí­an aves más exóticas;

Porque podí­an de un momento a otro

Transformarse en más animales

O tomar diferentes formas.

Ahora que sé que no hay musas o hadas

Construyo palabras, para atrapar del aire

Lo que dice el silencio.

 

 

 

Memoria ajena

 

Cuando espesan los recuerdos

Y no fluyen tan fácil por la mente

(Por cosas del tiempo) parece que

Se ha perdido la vida.

A un nuevo despertar nos vemos abocados.

No hemos hecho nada.

Debemos arrancar de cero:

Este el primer paso,

Esta la primera palabra.

No sé si amé, si fui derrotado.

No conozco rostros, ni el mí­o propio.

Quién olvidó tan rápido mis actos anteriores.

Quién borra el pizarrón mientras doy la espalda.

Nada nos acompaña hasta el final,

Sólo actuamos para otra memoria,

Otro recopila lo mejor de nosotros

Y tapa los rastros

Para que no volvamos atrás.

 

 

 

Pregunta

 

Si de cascarones

Tan débiles y pequeños

Nacen aves,

Por qué no sale de la luna

Un pájaro de plateadas plumas.

Yo lo cuidarí­a, lo alimentarí­a en casa,

Y le harí­a una jaula oscura

Como la noche.

 

 

 

Nietzsche en Weimar el año de 1900

 

A su lado no estará Lou ni el amor.

Los habrá dejado huir, sin más,

Después de haberlos perseguido con obstinación,

Después de haber reconocido, al fin,

Que no eran de su propiedad,

Ya que al haber salido de sus manos

Los habrí­a creado un poco más perfectos,

Igual si le hubiera correspondido hacer el mundo.

No tendrá a Wagner, al amigo idolatrado

Que la vida y la música pusieron en su camino

Pero con el que romperí­a pronto para siempre

Y de la manera más extraña y rotunda

Hasta el punto de agradecer su muerte

Pues le costaba demasiado seguir siendo adversario

De aquel a quien habí­a venerado tanto.

No estará cerca su hermana Elizabeth

Para auxiliarlo de sus múltiples dolencias

Que no han dejado de perturbarlo a todas horas

Y por las distintas ciudades de Europa.

No contará con el fiel Overbeck,

Ni podrá citar, para su defensa,

A los hermanos y explosivos libros

Que se escribió a sí­ mismo;

Porque nadie en su siglo –quizá en venideros-

Querí­a saber de ellos y de su dueño.

Estará solo, muy solo en un penumbroso cuarto

Intentando encontrar frente al espejo

Alguna imagen familiar -aunque sea la suya-

Que venga a hacerle compañí­a.

Sin embargo, nadie asomará.

 

Riosucio, jueves 22 de julio de 1999


Noticia Biográfica


Albeiro Montoya Guiral nació en Santa Rosa de Cabal en 1986. Es autor del libro de poemas Una vida en una noche, Monterrey, El Canto del Libro Ediciones (2015). Sus versos aparecen en la muestra de poesí­a colombo-peruana En tierras del cóndor, Bogotá, Taller de Edición Rocca (2014), y otros textos suyos en revistas electrónicas de Chile y Argentina. 



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