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Edición 47

Mercedes Roffé: poemas sobre pinturas y una entrevista



                                                            De Diario ínfimo (Sevilla, La Isla de Siltolá, 2016).

 

27 de julio

Mujeres de negro

 

 

bolsa al hombro

—cuando no nosotras

dentro

 

y la soledad cada cual

como puede

—algunas, bajo el brazo

otras

quebrándole la cadera

otra, hundiéndose

a lo lejos

 

¿es un río?

mujeres son

—dicen

 

¿un río somos?

a lo más un arroyo

 

y las casitas allá

alineadas

 

tan prolijitas

 

y ese mundo

aun más atrás

tan alto

y fuego

y noche

 

Pero ellas van mirándose

la punta de los zapatos

 

no alzar la vista

ni la voz

podría decirse

su esencia

 

bajo la luz de una lámpara color miel

lee

fuma

bebe

un señor en su bata

de seda azul

 

de las anchas solapas

sacude

—soplando apenas—

una brizna dorada

 

 

 

 

16 de septiembre

Patio interior

 

 

eso no era una fiesta

ni una reunión de amigos

 

bajo un sol tan extremo

se adivinaba algo turbio

 

las aves picaban migajas que les habían echado

lejos

como por distraerlas

 

Y en eso fue que llegaron ellas

severas

firmes

implacables

 

tal vez sombrías

 

Pero definitivamente esos niños

no debían

estar allí

 

 

 

 

22 de octubre

Primavera gris

 

 

Confiesa que lo has bordado

muy de prisa

a gigantescas puntadas

como si te corrieran

como las Brontë

 

¿por eso

la casa atrás?

                     ¿siempre irrumpiendo

                     la casa

                     —urgiéndote,

                     asediando?

 

tan frágiles los árboles

que un viento leve los vence

 

tan ominoso y certero

el vuelo de las aves

 

 

 

 

27 de noviembre

Color-Writing, 1

 

 

ZA ZA ZA ZA ZA UMMMM

za za za za za ummmm

 

grita

balbucea

la mistérica

glándula

pineal

 

inserta como un blanco la palabra

justo

en el descentro

de ese trono del alma

o Ajna

o punto

ciego

órgano

del temblor

 

sanguinolento avatar

iluminado y necio

el ojo

 

celestial

un poco estrábico un poco

hermano

de aquel sonriente pólipo

de Redon

que mira absorto

siempre

al infinito

y aun sonriendo un poco

siempre

un poco

como la muerte

 

 

 

 

3 de diciembre

Color-Writing, 2

 

 

anotar en la tela

 

luego

 

un azul clásico noche

—cielo de luna llena—

un naranja de cadmio claro,

intenso

 

irregularidades

 

palabras gris-grafito

deslizándose

 

círculo

contenedor y dudosa

flecha

adoctrinando

 

—He de morir de estas cosas —dijo,

pensando

en la antigua sombra

de una flor que declina

 

 

 

 

17 de diciembre

Color-Writing, 3

 

 

en cambio aquí hay estudio

 

un tiempo

de meditar y medir

las consecuencias

 

un círculo arrebolado o

casi

y otro círculo dentro

y otro adentro

y otro

 

solo esa aguja fija, excéntrica

nos alerta

como queriendo

dar la ilusión

de un nuevo orden

más lábil

más perfecto

 

 

 

 

*Nota

 

Los poemas titulados Color-Writing 1, 2 y 3 fueron escritos a partir de tres obras de la pintora rusa Olga Rozanova; Mujeres de negro se basa en la obra homónima de Marianne von Werefkin; Patio interior y Primavera gris  fueron inspirados por las obras del mismo título de Alice Bailly.

 

 

 

                              ********

 

 

 

Teoría de los colores o La experiencia ecfrástica

 

Entrevista a Mercedes Roffé por Edwin M. Lamboy (City University of New York).

 

Entrevista publicada originalmente por la revista Poemad No. 16 , con motivo de la publicación del libro digital  Teoría de los colores, de Mercedes Roffé (Madrid, musaalas9.com, 2015).

 

 

¿Cuál recuerdas como tu primer poema ecfrástico? ¿Cuándo empezó en ti este interés?

 

Mi primer poema ecfrástico fue todo un libro, titulado El tapiz (1983), que publicó Tierra Baldía, la editorial que dirigía Quique Fogwill. Se trata de un texto apócrifo, que atribuí al pintor argelino Ferdinand Oziel (1886-1902). La escritura de El tapiz fue para mí —y para varios escritores que por entonces compartieron mi entusiasmo— algo así como una performance que se extendió por unos dos o tres años, a mi regreso a Buenos Aires, después de una estadía de casi dos años en Madrid. La presentación de El tapiz fue la primera fiesta del regreso a la democracia, aun si el presidente electo no asumiría hasta diciembre.

 

Pero ni Ferdinand Oziel ni el tapiz existieron, históricamente, ¿verdad?

 

Claro, es todo un juego con ciertos supuestos de la institución literaria —el nombre de autor en principio.

 

De todos modos, hay algo que es bastante canónico, a pesar de todo, y es que El tapiz comparte con los dos grandes hitos de la poesía ecfrástica —la descripción del escudo de Aquiles en la Ilíada y la Égloga III de Garcilaso— el hecho de ser écfrasis obras visuales que no existían como tales, que solo existieron en tanto fueron creadas por la palabra.

 

¿Te parece que el hecho de que se tratara de una obra ecfrástica determinó algún cambio o alguna característica particular de El tapiz en comparación con tu poesía anterior, o con la que le seguiría?

 

En el nivel de lo representado, se trataba de reproducir jirones de un tapiz. Y en este estadio hay que reconocer que la écfrasis pareciera llevar por sí sola a un nivel, a un grado de plasticidad que textos de otros géneros no tienen –o no necesariamente tienen. Es como si la écfrasis misma nos condujera a un cincelado de la frase que parecería serle propio.

 

De todos modos, es interesante observar que el Postfacio del libro —en el que se narra la vida del autor y las vicisitudes por las que atravesó su obra— introduce una ironía cuando dice que los textos reunidos en El tapiz probablemente no fueran más que apuntes tomados por el pintor para desarrollar después de manera pictórica. En esto El tapiz recuerda el final de San Julián el hospitalario, cuando Flaubert cierra su texto impresionantemente complejo y bello diciendo: “esto más o menos representaba el vitral de la iglesia de…” como intentando borrar en la última frase del relato el grado extremo de literaturidad que hace de San Julián un texto único. Es la materialidad específicamente literaria lo que esas frases fingen negar.

 

¿Y luego, hasta Teoría de los colores, no hubo ningún otro? ¿Cómo llega la écfrasis aquí?

 

Creo que no. No hubo otras écfrasis en mi poesía hasta llegar a Teoría de los colores, que surgió como la sección IV de La ópera fantasma (2005). Lo que sí hubo antes fueron textos escritos a partir de obras musicales. Como la sección “Motivos para escribir”, de La noche y las palabras (1996), que escribí a partir de la obra homónima de Win Mertens. Pero aun si se trata de una transposición de una rama del arte (la música) en otra (la poesía), no estaría segura de que esos poemas constituyeran una écfrasis, porque al menos en mi caso el procedimiento es otro.

 

¿Cuáles serían las similitudes y las diferencias entre escribir a partir de un cuadro o una escultura y escribir a partir de una obra musical? ¿Ambas serían experiencias ecfrásticas?

 

No estoy segura de que sea una buena idea llamar “écfrasis” a un poema escrito a partir de una obra musical. En mi experiencia, el procedimiento que se da en un caso y en otro es bastante distinto. En el caso de los poemas escritos a partir de obras musicales —que vuelven a aparecer en La ópera fantasma, precisamente en la sección que sigue a “Teoría de los colores”— hablaría más bien de algo más cercano a una visualización o a una meditación. Durante estas meditaciones, la música puede revelarnos algunas imágenes que podemos desarrollar en poemas. Pero la música en sí no nos presenta ninguna imagen compartible. No hay un “texto” visual común al que podamos referirnos.

 

En lo que sí pueden llegar a parecerse los dos procedimientos, al menos en mi experiencia, es en que, en ambos, de vez en cuando irrumpe la materialidad de la obra —un portamento, un rubatto… igual que en la écfrasis a veces se incorpora al poema la consideración del trazo o el color, la cualidad matérica o la densidad de la pintura.

 

En cambio, se dio hace poco una variante que me parece más cercana a la écfrasis: la composición para cuatro flautas, de la flautista argentina Patricia Da Dalt a partir de obras visuales de Macaparana, que se presentó en la Galería Jorge Mara-La Ruche, de Buenos Aires. Según los galeristas:

 

“Inspirada directamente por las obras, frente a ellas, la intérprete, sirviéndose de cuatro tipos de flautas distintas, ha “improvisado” una suite en cuatro partes, que da cuenta de lo que el espíritu, las formas y el color de estas obras le transmitían o sugerían. Esta llamada Suite Macaparana fue registrada en un CD, incluído en el catálogo editado con motivo de la exposición. (http://www.jorgemaralaruche.com.ar/macaparana-musica/)”

 

La afinidad que le encuentro a estas obras musicales con nuestro tema es que parten de un elemento eminentemente visual, como son las obras de Macaparana. Es eso lo que —diría— “traducen” o “interpretan” en otro medio. Esto me parece más cercano a la écfrasis que otros tipos de ensayos.

 

¿Qué dirías que la écfrasis propone o permite, que otros acercamientos no?

 

Una de las poetas estadounidenses que he traducido con más dedicación es Anne Waldman. En una de las muchas entrevistas que le hicieron, Anne Waldman señala que cada cosa es una palabra, y que por eso su escritura no se detiene: cada experiencia le da la oportunidad de desarrollar un poema en el que confluirían las cientos de palabras que marcan, de alguna manera, el espacio de la experiencia misma. Es decir, que cada cosa con la que la poeta se encuentra propiciaría alguna forma de continuidad en su escritura.

 

Pues sin llegar a tal extremo, y limitándome a la experiencia de encontrarme frente a una obra de arte visual de mi elección, podría decir igualmente que cada cuadro, cada escultura, es una situación humana que, como tal, permite, inspira, algún tipo de pronunciamiento. Creo que eso es lo que algunas obras visuales han implicado para mí: por un lado, el permitirme proponer, desde mi propia perspectiva, algún tipo de observación o comentario sobre la situación representada. Por otro, la posibilidad de ver en esos personajes confinados a una determinada situación, una máscara posible —una “máscara” o “persona” como se dice en términos de poética—, es decir, la posibilidad de asumir una nueva (suya) perspectiva desde la cual pensar y expresarse. En este sentido, rescato la experiencia de la écfrasis más como posibilidad de abrirme a otros yoes posibles que como posibilidad de seguir indagando, a partir del cuadro, en un yo autorreferencial.

 

Me interesa también la oportunidad que me da la obra visual de fijarme, indistintamente, a veces en lo representado, a veces en solo un detalle que de alguna manera siento que determina el sentido de la obra —como en Le Banc, de Vuillard, en el que los sombreros funcionan como metonimia de los dos personajes—, y aun una tercera posibilidad, que ya mencioné, y que es la de centrarme en la técnica —el trazo, el color— que utilizó el artista, como hago en Femme devant une grille verte, de K.-X Roussel. Ya desde El tapiz, cuando aparecen menciones al olor, no es el olor de algo dentro de la situación que se representa, sino el olor de los pétalos marchitos con los que se ha bordado la escena. Esa es una manera de detenerme en la técnica o en los materiales con que se realiza la obra, más que en la escena misma. En El tapiz, los olores y el transcurso de tiempo son siempre del marco —de la construcción del tapiz en sí—, nunca de las escenas. Habría podido haber transcurso de tiempo, de haber querido remontarme a una estética pre-renacentista, a una codificación en la que el plano, que luego adquiriría una dimensión puramente espacial, como la perspectiva, se leía como una distinta instancia temporal. Pero sentí que ese tipo de lectura no correspondía a mi época ni a la del autor de El tapiz.

 

Para entender el poema ¿es siempre necesario poder acceder a la imagen de la obra visual? ¿O el poema debería poder leerse de forma independiente?

 

Claro que no. Como no necesitamos ver el tapiz —por demás inexistente— para entender la Égloga de Garcilaso o el retrato de Sor Juana para entender su magnífico soneto.

 

Precisamente, mis poemas ecfrásticos salieron siempre hasta ahora de forma independiente, sin el complemento de la imagen que les había dado origen. Solo recientemente se me ocurrió que podría presentarlos acompañados de esas obras, como una opción entre otras y, más que nada, aprovechando los nuevos soportes, como una revista o un libro digital.

 

En cuanto a otro aspecto de tu obra… En el 2012 se publicó en Madrid un libro de artista, La línea azul, que incluye tanto fotos como un poema tuyos. ¿Lo considerarías otra aproximación a la écfrasis, siendo obra tuya tanto las imágenes como el texto?

 

No, no creo. Las fotos recogen alguna forma de escritura —las marcas de los trabajadores en el piso de Nueva York cuando empezaron la construcción de una nueva línea de metro. El poema fue escrito mucho después, cuando los editores de Del Centro me propusieron publicar un libro con esas fotos que llevara poemas míos. En principio me negué, porque para mí las fotos o las tintas son, precisamente, una actividad alternativa a la escritura, y —salvo en un caso muy específico— mi interés nunca ha sido fundirlas. Al contrario. Así que solo después de dejar pasar mucho tiempo a partir de la invitación, llegué a concebir el poema. El poema también desarrolla el tema de la construcción o —más bien— de la dinámica que abre en la ciudad una nueva línea de metro —o, para el caso, el metro en general, en tanto mapa intestino de la ciudad que recorre. Pero no remite en absoluto a las fotos. Es como si fueran dos caminos para meditar sobre algo; no un camino —o un tipo de discurso— para meditar sobre el otro, que es lo que pienso que se acerca más a la écfrasis. Creo que precisamente fue la distancia entre el poema y las fotos lo que finalmente me permitió sentirme cómoda con la convivencia de ambos.


Noticia Biográfica


MERCEDES ROFFÉ es una de las voces de la poesía argentina actual de mayor reconocimiento internacional. Algunos de sus libros —publicados inicialmente en España y Latinoamérica— se publicaron en traducción en Italia, Quebec, Rumania e Inglaterra. Su poemario La ópera fantasma (Vaso Roto, 2012) fue elegido uno de los mejores libros del año por dos prestigiosos periódicos mexicanos. Le siguió Carcaj : Vislumbres (Vaso Roto, 2014). En 2012, se reedita su Canto errante seguido de Memorial de agravios (Amargord, Colección Transatlántica) y La interrogación incesante (1996-2912), una compilación de las entrevistas más destacadas que se le hicieron a la autora entre esas fechas (Amargord, Colección ONCE de Poesía y Ensayo). En 2016, se publica en Sevilla su Diario ínfimo (Ediciones La isla de Siltolá) y en 2017 El Michaux (Tintas) y otros poemas (Puebla, BUAP) y la primera edición mexicana de Las linternas flotantes (Mantis, 2017) Desde 1998 dirige Ediciones Pen Press.  Entre otras distinciones, recibió las becas John S. Guggenheim (2001) y Civitella Ranieri (2012). Desde 1995 vive en Nueva York.



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