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Edición 11

Yosie Crespo



Poema de los primeros poemas

 

Sus primeros poemas fueron hermosos suicidas

que dieron el salto a un soplo de dios dispuesto

a existir realmente en números tallados

o en solamente retratos atrapados en triángulos

lugares donde la gente levanta a lo mejor algo nuevo

como la casa de los padres

en una hora entre las doce y las tres

en ese tiempo en que la niña tení­a seis o siete años

-para darle más naturalidad al poema-

que ya vení­a desangrado

incluso antes de los dí­as y del vértigo

supo la niña como cosa de principio

que la poesí­a era escribir la hierba congelada

como comparación obvia o como condena

desde el padecimiento de la luz en la memoria

lanzas adversarias en el más leve de los casos

y ahora que se conoce se mira de modo infernal

pero tranquilamente

como quien observa cierta verdad antes vendida

porque el amor no es otra cosa que también eso

y una cierta descomposición o el encuentro de dos mitades

que con una mano intentan sujetarse

y fueron desde la anterioridad alguien más convulsionando

o como dirí­a Nietzche hasta en el peor de los atardeceres:

humanos demasiadamente humanos.

 

 

 

 

Púrpura azul de nube o algo muy distinto

 

Con el fin de llegar escribo suicidios diarios

bajo nombres sagrados que no sé pronunciar

y que no caben en la tristeza de un estertor

ni en el púrpura azul de la nube que no se va

y son como el aire comprimido o lo que no vuelve a encontrarse

o como la buena o mala fe de lo que se sueña en el vuelo

y de un pájaro

no lo pregunto porque sé que no regresará

y que antes de hundirme haré cuenta

que tan madre yo

tan hija yo

tan libre y tan absoluta yo

necesito aún de luciérnagas para sobrevivir

como si la felicidad llegara incluso después del golpe

como la frí­a exactitud del silencio blanco en una página

si mi padre fui yo

si mi madre fui yo

si mis hijos y todos los perros de mi vida soy yo

también soy el desorden aparente de mis libros

y el verso de ciertas mujeres de nombres escondidos

que nunca imaginaron tener en sus manos la hora comprendida

de esta mi calle que conmigo marcha

y donde si la miras desaparece          sin dejar rastro

en lo que culmina que todaví­a es breve

en lo que sabe morir porque todaví­a es lúcido

y viva no sé de quien

y muerta gran cosa que nunca veremos

apostará su corazón al peligro

y para ser exactos reventará en el baile

extraño mal que es para su espí­ritu un reflejo turbio

o la extrema perversidad de lo que nunca hizo

y nunca antes tan perfecta luz yacerá en sus párpados

como la justa verdad de lo que realmente importa

es algo muy distinto.

 

 

 

 

Jessica, 1715

 

Mi madre me dice que todo se parece

a una pelí­cula de los años setenta

en donde estoy yo

vestida como Olivia Newton

en su calidad de hija aligerada y a plena luz

pero en el marco de algún lugar silvestre

y lo más extraordinario: profundamente dormida

y donde estoy bailando en imágenes de una revolución

en Egipto

y con un listado en la mano de todo lo que pude amar con ira

y donde this too shall pass -como en un sueño-

donde no siempre el poema entra en el poema

y donde no siempre dios es el perfecto creador

pero eso nadie lo cree -solo yo- según mi madre

porque en alguna parte del cerebro me niego a morir

y porque no he llegado aquí­ por mi paciencia

ni por medio de un reset que no logro recordar

si solo tuve una piedra o caí­ súbitamente

o como dirí­a Jessica un diez de julio de mil setecientos

quince: ya es hora de regresar, pero adonde

de modo que tratemos la cosa dicha

como el quejido de un madero

o como una nube en un cuadro de Kardinsky

donde yo el habitante -figura humana hecha

de diversos materiales-ahora se pudre

cuando aún quedara una cuerda sobre la que balancearme

y destajada o como saliéndome de la muerte

pero más alta y sin origen

me niego a ser un trozo de hueso de aquél

no lluvia ni al menos una gota hoy

no calma de aquella calma

no distancia de su propio cuerpo

no pena que rodea sus arterias ya desnudas

si al menos supimos entonces que viví­amos

me darí­a cuenta y pudiera creer en -todo esto-

para al menos así­ advertir

cómo llegar a ese instante de luz en el espacio

que sobrevive en tus ojos y en las noches.

 

 

 

 

te lo dije, Paula

no estuvo en el cielo ni en las fuentes

ni en los regadí­os ni en las peceras

no estuvo en el fétido apilamiento

de una mañana de domingo en el mercado

parecí­a tan turbio que los chicos robaran

desde las tripas vivas alguna cosa distinta

y que alguna vez no pudiera traducir aunque fuera posible

como otros para sorprendernos iban delante

negros del eclipse y negros de sí­ mismos

y limpios del amor que nace de un hombre desnudo.

pero quizás seas feliz en otra parte

un poco de cielo vamos a desatar entre nosotros

y parece que fuera a llover

porque entre nosotros hay mares despiertos oliendo a ti

y ahora tu nombre estará rodeado de la auténtica solapa

que cubre a los miedosos al santo y al esclavo

y pienso si te miro que ya está bueno de mitos

porque el lobo no mata al lobo

y lo peor pasa cuando se está más muerto

yo te lo dije, Paula y te lo vuelvo a decir

porque lo acabo de leer en la portada

de un periódico en inglés

da exactamente lo mismo

llegar primero que llegar después

porque la muerte es un viejo adivino ciego que te puede ver

y hará contigo lo que los pájaros con el aire

y qué respuesta sepulta tu nombre si lo repito

antes de concluir -cómplice de la vida-

para ti el tiempo no transcurre

y ahora quisiera colocarte en una posición muy difí­cil

supón que nunca lo hubo

y supón que nunca lo habrá

o que somos solo un número de realidades dispersas

de una gola alrededor del cuello de un niño

porque en otro lado del mundo se pudiera destruir todo

pero no aquí­         aquí­ las cosas llegan a su fin por sí­ solas

y hay cada dí­a un destello inhabitado que se esconde

sobre la mesa de los que deshilachan la fe

y fibra a fibra la dejan podrir en una casa

donde tu y yo pusimos los primeros muebles

y no sé qué duela más, Paula

si tu recuerdo o estos golpes más allá de la piel.

 

 

 

 

De lo que siempre hay en los fondos

pero no en ti

 

Quién no ha vivido o soñado en bosques como estos

de donde estás ahora

y de donde estuviste siempre

y de donde alguien como Rilke advirtiera

como dos maderas condenadas al naufragio

y de donde estuviste antes

en el mordisco letal de quien acude a un poema

con alegrí­a y sin remedio

y habrán visto en algún lugar la mirada

de lo que siempre hay en los fondos

pero no en ti: porque solo en ti comprenden

los ojos más brillantes del agua

tanto así­ que la carencia de pájaros y de mar

no me inquieta

o como dijera Edith Piaf

en lo que a mí­ respecta

c’est l’amour 

y estoy segura de que también

podrí­a leer a Baudelaire en un cabaret

y aplaudirí­an

como si no supieran nada

de los traspatios donde solo sombra hubo

y esta es mi única voluntad

y como es de papel: se consume

en el sagrado rito

que apenas permitirí­a decir tu nombre sin

un destino preciso

y que te mire sin ninguna creencia fija

incita a la conjugación de millones de años luego

sin explicar a ciencia cierta

que el final pudo ser cualquier orilla

porque lo dijo así­ Dostoievski

que es al separarse donde menos se puede morir

y no es quebradura sino una visión opaca de nube

o como un temblor de los espí­ritus

para que algunos afirmen

que el amor como concepto no ha desaparecido

y debe admitirse como una observación

a dónde todo apunta

y por la que me atrevo a elegir ciertas ruinas

aunque ignores que deslumbrante hechizo

significarí­a anidar en el silencio vacuo

de un mundo interior y de forma absoluta

a diferencia de avanzar sobre esa voluntad de vivir

en la brecha: donde aparezco definida claramente

y ya sé que nada se asiente de forma precisa

y que estarí­a sometida a leyes de cambio

que aún desconozco

donde tú apuestas por esas nubes blancas

que anuncian el corto tiempo del estí­o

y siento pena por quienes no han vivido

ni soñado en bosques como estos

y por los que no descifran lo que oculto

durmiendo espera

en el aleteo nocturno de un animal difí­cil

únicamente otra muerte es peor

y eso es todo ante este caso

y no tan lejos de las ideas más livianas

donde basta que se muera la flor para desmitificarla

me parece oportuno recurrir al único concepto filosófico

más próximo a la esperanza

porque dicho de otro modo serí­a como negar la existencia

de lo que hoy me mantiene vivo.

 

 

 

 

La libertad del lí­mite

 

Porque nos acostumbramos

a tener la sed de los confines del mundo

al amor desértico de los que rompen la rama

al instinto de lo absurdo.

porque nos acostumbramos

a la inmensa soledad del desierto

para no morir como animal sacrificado

ante el pudor de los que buscan la distancia

casi insalvable de los que siguen vivos.

porque nos acostumbramos

a volar nunca hacia alguna parte

con el cansancio de quien agradece a medianoche

con las ropas nuevas de quien se sienta a morir

y sabe que todaví­a tiene que esperar.

porque nos acostumbramos

a la tierra fértil y a la falsa victoria

a los distintos cultos del que lo intenta todo

y a los tirabuzones de arena que alzaba el viento.

porque nos acostumbramos

a temer el abandono fijo de los grandes teatros

al instante de miedo en el cuerpo sosegado

para después validarnos en el color púrpura

de la derrota.

porque nos acostumbramos

a la llanura seca de la orilla misma

y al momento anterior de la palabra

en el átimo por consiguiente superado

de lo nunca conseguido.

porque nos acostumbramos

a los que aman el amanecer y los disparos

y a ese frí­o sin falta de los que gobiernan

con cada hoja arrancada y cada bosque

donde ya no se oye ni el susurro

de los muertos.

porque nos acostumbramos

a juzgar con la intención de los músculos

y porque una navaja lenta con esfuerzo

se multiplica.

porque nos acostumbramos

a lo terriblemente bello de nuestro propio exilio

a la alegrí­a salvaje de no pisar otra vez el paí­s de origen

a la perplejidad de la duda y la sorpresa

del alivio sin cura de nuestra propia ceguera.

 

 

 

 

Algo de vida

 

Ya he pasado por todas las edades de mi madre

y mi tiempo es el silencio en la oscuridad

y es esta la vida y no la historia de dioses

de ese largo embudo

donde acabamos como héroes

heridos y cómplices de lo inconcluso

porque solo un poeta habla de sí­ en cada verso

para dormir mejor

o como una forma de disimulo

o para permanecer en la náusea gloriosa

de los que suspiran por el aire liviano

y hay cuatro ciudades abiertas en mi

la noche, mi madre y tú

y este ópalo que divide aún

la palma de mi mano

y el extremo de otra ciudad

a punto de despertarse

cuyas ventanas es el retorno al fin

a la verdad que únicamente sabrí­amos tú y yo

de tan solo pronunciarla

y quién pudiera callar

ante el olor a ácido de las frutas

de nuestros platos

y el vientre agrietado y yermo

que fue apenas otro sitio

un delirio de nervios y monstruos

de los dí­as vací­os

en que ya habrán pasado mil tormentas

                              sin tu nombre

y así­ que sufrimos la angustia

y dijimos adiós en efecto

mientras uno se desprende

del dolor del peso como vestidura

de la luz antinatural

de algo de vida que se confunde

con cientos de rosas rojas de un nuevo color.

 

 

 

 

Oración de los espejos

 

Ojos ávidos y a la vez serenos

con varias capas de expresión multiplicadas

donde otra que no soy yo

sabe a qué hora muere

como lo supo Miyó Vestrini

y como se pudiera adivinar en los ojos

de Kurt Cobain

porque dios es complejo e impensable

en el amor de siglos

de quien no supo nombrarlo

y una mujer inventa la vida

como tú ahora

dentro de un bote de cristal

y desde el mismo agujero que abre sus fauces

trenzas la falsa victoria

y no te extingues -como te mereces-

y es inminente que te diluyas

en pequeños recuerdos latiendo

para no romper con las luces implí­citas

y tal parece que nunca repitiera la ola

en esta casa que no es mi patria

porque yo: no vivo aquí­

sino en los lugares donde amé la lluvia

desde la más frágil nocheoscura

y en un paí­s que se desploma

en medio de un bosque de balas ciegas

montañas sin otro nombre

ni apellidos          que el hastí­o

y el golpe de mi dedo haciendo

lo correcto.

 

 

 

 

La cada todaví­a existe

 

Yo tengo mi casa en un gorrión dormido

en trenes que señalan el comienzo

de un bosque sin biógrafo y sin rí­o

por eso interpreto el papel de los que esperan

en un valle solemnemente

lejos muy lejos de los que sufren

por un techo o por las ruedas

o por el amor de quien no quiso

como un sentimiento ahogado y triste

de inmensos montes -como en la casa del poeta-

yo tengo mi casa en un gorrión dormido

y basta llamarlo así­

pues sé que la noche cerrará mis ojos

cuando llegue de la ciudad cuyo nombre

no escribí­ en una carta

ni en las aceras donde nos amamos

bajo tanto cielo agonizante

yo puedo reiterar no hubo dolor

se lo sacaron de la boca antes de tiempo

a esperar quizás salvarle

de palabras que ya lo habrí­an encontrado

entre palomas oscuras que ponen voces a mi sueño

y no necesito pensar en otra cosa

porque yo tengo mi casa sobre las múltiples aguas

hecha de signos y de un arce deshojado

donde solo es permitido regresar

cuando el tren llega

o cuando la tierra habla

de cosas que nadie nos dijo

pero supimos con el tiempo

y decir esta es la vida

con una voz que no es la mí­a

y decir que nunca lo fue

y decir que nunca lo será

o decir cómo esta casa la tendrí­a para siempre

no es verdad que extraviarí­a el camino

o que después de la primera pérdida

le entregara mi cuerpo como otra forma de olvido

y es que así­ lo hacen los árboles más viejos

pero yo: no puedo

porque yo tengo mi casa en los ojos cerrados

de un niño

donde hay más allá del dí­a siguiente

y donde no son siempre restos

o anuncios de la memoria.

 

 

 

 

Definición de vida

 

En veinte mil años Chernóbil será habitable

y en esta ciudad tan melancólica

donde pasé la infancia

el viento no podrá amar

si en la brevedad de ese reflejo me quedo yo

es decir: la migración de las aves

que anuncian los barcos anclados

quien la coloque

dejará la misma evidencia del instante en que se nace

como si se nombrara a los hijos que nunca tendré

o que solo se han muerto sin poder reconocer

en mi a la madre

o de por qué partirán entre la penumbra y la hojarasca

si los hombres que van por el mundo

se parecen a mi rostro           -son más tristes-

quisieran estar a la sombra de un árbol

respirar allí­ algo que asusta o se va borrando

si descubro que es posible volver a existir

en la estrecha distancia sostenida por siete pájaros

porque quiero creer que lo rojo de la sangre

desaparece                                 si nada lo sostiene

y ahora me lo explico:

sé que nunca será suficiente y también es así­ el amor

permitirle a la boca que anuncie el retiro de la sombra

como siguiendo el descenso de su estancia definitiva

de tanto regresar por las aceras inconclusas

de lo que amamos con la intención más allá

de lo que se olvida

y aún así­ quisiera creer que hay un lugar

que en el tiempo formula grietas solitarias

como un jardí­n cultivado por otro dios

sin casa sin árbol pero a la espera de alguien

y la única luz que me queda pero me basta.


Noticia Biográfica


Yosie Crespo nació en Cuba (1979), y reside en Miami después de veinticinco aí±os en exilio. Tiene publicados los libros de poemas Solárium (Miami, Baquiana, 2012) y La ruta del pájaro sobre mi cabeza (Madrid, Torremozas, 2013). Próximamente publicará el libro Caravana (2015) por El Quirófano Ediciones en Ecuador.



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